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Charlotte y el Duende Papaya

Cuando Charlotte aún vivía en brazos de su madre, gozaba de muchos cuidados y atenciones… hasta el momento en que nació su gracioso y dulce hermanito.

A pesar de ser muy traviesa, al ver que los cuidados eran dedicados sólo al recién nacido, su carácter y comportamiento comenzó a cambiar para peor…

Cantaba todo el día, muy fuerte, despertando e interrumpiendo a todos los vecinos.
Y ninguna niña se atrevía a jugar más con ella, ya que pronto también se apoderaba de las muñecas más bonitas.

Además de poner las reglas, contando terribles historias acerca del fin del mundo. Si la llevaban a jugar a casa de alguna amiguita, pronto la estarían regresando, reprendiendo a la madre de la traviesa.

“Señora, aquí le regreso a su terrible hija. Mi pequeña está asustada, anda diciendo que pronto se acabará el mundo y que Charlotte le dijo que regale todos sus juguetes… ¡Su niña es terrible!”

Los que celebraban su travieso y alegre temperamento, eran sus abuelitos, con quienes vivía y quienes también la adoraban. Todos los días sobre una tablita de madera, pedían que salte y cante “brinca la tablita”, una canción que inventaron los abuelitos para ver saltar a su consentida, quien siempre estaba atenta para comenzar nuevamente. La pequeña cantaba junto a ellos.

A pesar de saltar y reír, la pequeña se sentía triste, pues ya nadie deseaba jugar con ella. Así que, como ya no tenía más que hacer, Charlotte inventó un afán diario. Cada día juntaba azúcar y migas de pan para repartir, por toda la casa, a sus amiguitas que nunca la abandonaron, unas lindas hormiguitas negras, quienes ya no trabajaban más. Sólo cargaban, retirándose en fila.

Un día decidió seguirlas; así que abrió la puerta de la cocina, bajo las escaleras que dirigían al corral de animales, con cuidado de no ser vista por el abuelo. Y siguió cantando en silencio junto a ellas, hasta que se encontró con una enorme puerta de madera rústica y paredes de caña. Las hormiguitas ya habían ingresado, y una de ellas la miraba inquieta, invitándola a que pasara rápidamente.

Como era la primera vez que veía aquel lugar prohibido por los abuelos, abrió la puerta con un poco de miedo y muy despacio…, encontrando aquel maravilloso huerto lleno de árboles y frutos deliciosos.

La terrible consentida de los abuelos comenzó a caminar contentísima, y paró en cada árbol de frutas para celebrar el encuentro con un mundo tan sólo para ella. Así que los abrazó a todos, como si fueran amigos que podrían hablarle.

-“¡Qué hermoso lugar! Jaja, jaja,… ¡Éste es mío, jaja…; éste también, éste también!”
Charlotte conoció y recorrió cada rincón cada día que visitaba el enorme huerto.

Mientras esto hacia, se dio cuenta de un árbol de papaya, entonces fue e intentó subir, pero nada. Tomó un palo; golpeó y golpeó, hasta que escuchó una voz ex-traña que gritaba:

-“Ay no, no, no, no, no… No te llevarás nada, niña traviesa… ¡Esto es todo mío, mío!”

La pequeña se quedó quieta unos instantes y creyó en su imaginación, para luego comenzar a cantar, cantar y cantar, al verse rendida por no tener una papaya.

De pronto escuchó, nuevamente, una voz que decía:

-“Ay, niña, ya cállate. ¡Qué horrible cantas!

Charlotte comenzó a reír y, mirando hacia la papaya, dijo:

-“Jajajaja… ¿Quién es? ¡Baje rápido de ahí, o seguiré cantando!…”

-“¡Ayyy! ¡Está bien, está bien; bajaré!”

De pronto, un gracioso duendecillo chiquito, saltó de la papaya hasta llegar a la niña, y le dijo:

-“¡Sabes, niña, tienes una voz horrible!”

La pequeña, muy contenta, como si fuese un halago, le preguntó:

-“¿Quién eres tú? ¿Dónde vives? ¿Vives aquí en el huerto de mis abuelitos?”

El duendecillo, gritón y alterado, le respondió:

-“Ay, niña…, espera, espera. Con tantas preguntas, caeré desmayado.”

La inquieta niña reía y reía a carcajadas, celebrando todo lo que el duende hablaba y seguía respondiendo:

-“¡Soy el Duende Papaya! Y vivo aquí desde que nació el árbol, y por cierto muy tranquilo, hasta que llegaste tú con esos chillidos y alborotos, corriendo por todo el huerto… ¿Qué, no te cansas, niña?… Bueno, vamos; te contaré que te pareces un poco a mí…”

Y así, juntos comenzaron una nueva historia. Charlotte y el Duende Papaya se parecían tanto: los dos. Gritaban, cantaban y juntos jugaban hasta cansarse. Un día, mientras descansaban sentados entre hierba y flores, el gracioso duendecillo le contó un secreto:

-“¿Te gustan las historias? ¡No puedo dejar de contar cuentos! ”

La traviesa lo observó y, riéndose a carcajadas, agregó:-

“ ¡Soy yo la que cuenta cuentos; me encantan, me encantan…!, aunque na-die quiera escucharme.”

Entonces, el duendecillo agregó:

-“Entonces, no hay más que decir. Te contaré lindas historias de mi mundo que jamás olvidarás.”

Mientras contaba el duende las historias mágicas, cada vez la niña quedaría dormida, sumergida en su gran imaginación.

Así, la pequeña vivió lindas historias cada día después de jugar, saltar y escon-derse en el huerto.

Charlotte comenzó a entender poco a poco, a través de aquellos cuentitos, can-ciones y personajes, de todo lo que pasaba en su mundo, todo lo que tenía que comprender y valores que hacían falta a todos los niños.

Visitaba todos los días el huerto y a su único amigo, el Duende Papaya, quien esperaba su regreso con cuidado de no ser visto por otros.

Sus primitos ya se habían fijado que siempre visitaba el huerto, y también les ex-trañaba verla platicando con alguien, aunque no sabían con quien porque no veían a nadie.

Un día, el duende del árbol de papaya escuchó las risas de niños que gritaban y preguntaban:

-“¿Dónde, Charlotte, dónde vive el duende?… Hum ¡Queremos verlo ahora mismo!”

La niña más traviesa de todos los tiempos reía a carcajadas, respondiendo como ella solía hacerlo… cantando:

-“Jajajaja… El Duende Papaya vive en el árbol del banano; lalalala, lalalala… jajaja… Pueden comenzar a derribarlo, jajaja…”

Fue entonces en que los primos de la traviesa decidieron, molestos, derribar entre todos, el árbol del banano con la pala del abuelo.

-“¡El Duende Papaya saldrá del huerto para siempre, porque le tenemos miedo a los duendes!”

Gritaban los primos, mientras intentaban derribar el banano, hasta que aparecieron los abuelos muy molestos, refunfuñando y gritando a los pequeños:

-“¿Qué hacen, niños? ¡Fuera de aquí, traviesos muchachitos! “

Charlotte y el Duende Papaya disfrutaron juntos la travesura, y sabían que nunca más los molestarían. Así, continuaron nuevamente su maravillosa estadía en el huerto, sin ser molestados.

El Duende Papaya siguió contando cuentos y Charlotte creció escuchándolo. La pequeña fue a la escuela e hizo muchos amigos, sintiéndose tan contenta que poco a poco se olvido del huerto; pero nunca olvidó escribir las incontables historias mágicas de su gran amigo.

Un día, mientras escribía, se acordó de él y decidió ir a buscarlo por todo el huerto; pero jamás lo volvió a encontrar.

Charlotte salió del huerto pensando en que quizás su amigo, el duende de la planta de papaya, apareció producto de su imaginación, por la enorme soledad que sufrió cuando aun era una niña.

Fin

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Encontrarán las canciones, personajes, juegos,etc.

Charlotte y el Duende Papaya es uno de los cuentos de duendes de la escritora Karin Solidoro sugerido para niños de todas las edades.

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