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El cocinero enamorado. Cuentos de amor

Por María Alicia Esain. Cuentos de amor

El cocinero enamorado es una simpática historia de un joven cocinero que, mediante sus exquisitos platos, quiere conquistar a una bella señorita que no le presta atención. Cuento de la escritora María Alicia Esain. Cuentos de enamorar con la comida. Historias de amor.

El cocinero enamorado

El cocinero enamorado - Cuento de cocina

Matías estaba decidido. Ese día cocinaría algo tan rico que Melisa, la pelirroja de la esquina, se enamoraría por fin de él.

Estaba cansado de encontrarla cuando venía a trabajar y que ella, con los auriculares puestos, sólo lo mirase apenas, mientras se balanceaba como una mariposa por la vereda ancha, llena de sombra y de pajaritos tímidos…

Tan tímidos como Matías, el cocinero de “Delicias Delicadas”, el restaurante de moda.

Pero… ¿qué podría atraer a la pelirroja? ¿un plato de pescado con salsas raras? ¿un pollito a la parrilla? ¿unos raviolones? Matías pensaba pensaba y ninguna receta le parecía lo suficientemente rica y llamativa para la pelirroja-mariposa.

¡Si él pudiese cocinar algo suave, rico y con música, seguro que a ella le encantaría!

Pero eso era imposible, al menos en la parte de la música… ¡No conocía nada con sonido suficiente como para enamorar a esa chica! El crunch-crunch del pan tostado era tonto… ni hablar de la sopa, que tomada haciendo ruido es desagradable y de mala educación. Además, ¿a quién podría gustarle la sopa?… la mañana de cada día iba pasando y el cocinero, cada vez más enamorado y más confundido. Tanto, que le echaba queso rallado al flan y salsa de chocolate a las milanesas. Los clientes del restaurante se quejaban. Si seguía así se quedaría sin amor y también sin trabajo.

Cuando veían aparecer a Matías, las verduras sabían que iba por ellas, para transformarlas en delicados platos de muy buen sabor. Al menos, es lo que había ocurrido hasta la aparición en el vecindario de la chica de pelo rojo y auriculares. De todos modos, ellas le seguían teniendo confianza al cocinero enamorado.

Casi todas las verduras, porque a los zapallitos les gustaba el rock y preferían esconderse de Matías para bailar tranquilos. Además eran bromistas y les encantaba hacerles chistes a las papas, a los choclos y a las calabazas, que se creían muy importantes. Con las cebollas de verdeo y los puerros no se metían, por eso de las melenas locas de hojas verdes y el olor fuerte que tenían al cocinarse… ¡Eran impresentables!

Por su parte, Matías los elegía según los platos y los transformaba realmente en manjares, pero los zapallitos no los podían ni ver.

Dispuesto a lograr el amor de la chica de sus sueños, el cocinero de nuestra historia se tomó muy en serio esa mañana su tarea y peló unas papas blancas y gorditas que eran un primor. ¡Haría papas a la crema y cuando pasase Melisa la invitaría a probarlas!

Los zapallitos, escondidos en el fondo de la bandeja de la verdura, empezaron a reírse y a cantar:

– «Ya se van las papas, ya se van,
ya se van y nunca volverán.»

(En realidad querían disimular con sus bromas y canciones el hecho de saber que en un lugar tan famoso como ése nadie los llevaría para hacer con ellos algo fino y exquisito).

Las papas salieron para la mesada muy orgullosas, tanto, que los ajíes y los tomates se pusieron rojos de vergüenza. Sin embargo, cuando llegó el mediodía y pasó la pelirroja, uno de los mozos -amigo del cocinero- la invitó a probarlas y ella dijo, simplemente:

– «No, gracias» -y siguió de largo.

A la hora de la cena Matías seguía desesperado. Trajo entonces a los puerros y la cebollas, junto con una calabaza bastante mandona que les ordenaba a éstos que caminasen derechos. También aparecieron unos choclos, con las barbas rubias como el pelo de Barbie. Matías hizo con todos una gran variedad de tartas. Mientras tanto, los zapallitos, rodando hacia atrás de la heladera, pasaban cantando:

– «Ya se van, los peludos ya se van,
se va la calabaza y nunca volverán.»

El caso fue que Melisa pasó para el kiosco a comprarse una revista que traía discos compactos de regalo y cuando la invitaron a probar las tartas de Matías, dijo simplemente y sin sacarse los auriculares:

– «No, gracias».

Con ansiedad la miró Matías al día siguiente, cuando la cruzó al llegar a “Delicias Delicadas” y ella siguió su revoloteo por la vereda. Los pajaritos al ver tan triste al cocinero, decidieron una huelga de canto como protesta.

– «Esto no puede seguir así» -dijo el mozo amigo de Matías y se fue a sugerirle que le hiciese una ensalada de hojas verdes y rabanitos, pensando que con esos colores la chica aceptaría probarla.

El cocinero buscó una lechuga arrepollada que parecía el traje de una bailarina y unos rabanitos rojos, blancos y redondos como una pelota de fútbol. Cortó todo con gran prolijidad, la fuente quedó como el verde suelo de un bosque lleno de flores blancas y rojas… y a esperar a la chica que lo tenía loco de amor.

Los zapallitos salieron de su escondite y se metieron nuevamente en el cesto de las verduras, seguros de que allí nadie iría a buscarlos. Con un poco de tristeza y otro poco de envidia, cantaban bajito:

– «Ya se va, la ensalada ya se va,
ya se va y nunca volverá.»

Pero la pelirroja, ante la nueva invitación del mozo, se limitó a decir:

– «No, gracias.»

Los zapallitos, por su parte, imaginaban que nunca podrían formar parte de la lista de ricos y finos platos de “Delicias Delicadas” y mucho menos ayudar a Matías a conquistar a Melisa. A la tercera mañana de este cuento, a Matías sólo le quedaban en la cocina los dichosos zapallitos cantores, unos huevos de gallina asustada y media cebolla un poco triste y marchita. También una ramita de perejil.

Entonces, como un último intento, preparó un budín con esos ingredientes, al que decoró doblando la rama de perejil como si fuera un corazón…

¡La suerte estaba echada!

Llegó la hora del almuerzo y los pájaros comenzaron a ensayar sus trinos mientras esperaban que Melisa, la pelirroja, fuera a comprar el pan. No se animaban a cantar con todas sus fuerzas por el temor a que un nuevo fracaso de Matías sucediese…

Melisa salió de su casa, miró la vidriera del restaurante y allí vio que el mozo le hacía señas, al mismo tiempo que le mostraba el budín verde con el corazón de perejil más verde aún.

– «¡BUDÍN DE ZAPALLITOS! ¡ME ENCANTA!» -gritó ella muy contenta y entró al restaurante.

Cuando el mozo le cortó una porción, los zapallitos comenzaron a cantar:

– «Ya llegó, Melisa ya llegó
y se enamoró y se enamoró.»

Al mismo tiempo la pelirroja caía rendida de amor ante Matías, que de tan feliz volaba con el delantal de cocinero como alas. El gorro se le enganchaba en el jacarandá de la puerta y los pajaritos del barrio rompían a cantar con todas sus fuerzas.

Unos meses más tarde Melisa y Matías se casaron. Ella entró a trabajar en la cocina del restaurante como repostera. “Delicias Delicadas” fue el lugar de comidas con mayor clientela de la ciudad. Es que lo que allí se servía no sólo era riquísimo sino también musical.

Siguiendo la costumbre de los zapallitos, cada vez que un comensal probaba una porción del plato solicitado, salía de él su canción preferida cantada por los pájaros de los árboles de la vereda con la percusión a cargo de las semillas que bailaban dentro de todos los zapallitos y calabazas de la cocina…

¿Y los demás ingredientes del cuento?

Las papas hacían de presentadoras y los puerros, las cebollas de verdeo y los choclos de melenas y barbas locas bailaban sobre la barra. Los ajíes y los tomates se quedaban escondidos entre la lechuga y los rabanitos que hacían de alfombra para los bailarines. Es que estaban tan muertos de vergüenza como siempre.

Fin.

El cocinero enamorado es un cuento enviado por la escritora María Alicia Esain.

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