Por Liana Castello. Cuentos cortos para niños
Podemos imaginarnos la cantidad de cartas que recibe todos los años Papá Noel, bueno, entonces no es descabellado pensar que algunas de estas cartas se podría traspapelar. Es exactamente lo que pasó en el cuento La bicicleta mágica, y, aunque la carta fue encontrada luego de que Santa ya había salido a hacer las entregas, el regalo llegó a las manos de Matilda, la autora de la carta. Es uno de los cuentos infantiles de navidad escrito por Liana Castello, y sugerido para niños a partir de cuatro años.
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La bicicleta mágica
Ya todos sabemos que la época previa a la Navidad es muchísimo el trabajo que se realiza en el taller de Santa. Duendes que van y que vienen, cartas y cartas y más carta que clasificar, regalos para amar, alimentar a los renos para que se pongan fuertes, esto entre otras cosas.
El Polo Norte suele convertirse para esa época en un caos maravilloso, todos corren alegres para cumplir con su trabajo, se esfuerzan con esmero, cantan mientras trabajan y ponen todo de sí para que el día de Navidad cada niño tenga su regalo.
Luego de mucho trabajo, llegó el día en que Santa partió con sus renos en el trineo colmado de obsequios. Todos los habitantes de Polo Norte se reunieron para despedir a Santa y festejar que, una vez más, harían a los niños felices.
Terminado el festejo de despedida, los duendes comenzaron a limpiar el taller. Todos sin excepción realizaban esta tarea pues, luego de tanto trabajo, era necesaria una buena limpieza.
Tilín era unos de los encargados de barrer el taller y lo hacía con mucho esmero y amor.
Mientras barría iba levantando todo a su paso para dejar el piso reluciente.
De pronto, al levantar una caja de moños la encontró: ERA UNA CARTA, una cartita que había quedado sin abrir, sin clasificar y lo que era peor, esa carta significaba un niño sin regalo.
Se tomó la cabeza y comenzó a gritar moviendo la carta de un lado para el otro. Todos los demás duendes –sorprendidos- se quedaron mirándolo y todos, sin excepción, comenzaron a preocuparse mucho.
Jamás, en todo el tiempo que hacían los juguetes en el taller, nunca pero nunca había quedado una carta sin abrir ¿Cómo era posible que esa cartita se hubiera caído y nadie la hubiese visto?
- "¿Y ahora qué hacemos?" -gritó Tilín casi llorando.
- "No es posible" -dijo un duende mayor- "jamás había sucedido".
- "No será posible pero lo es" -dijo un duende muy práctico- "no podemos quedarnos de brazos cruzados".
- "Santa ya ha partido, no le veo la solución" -dijo un duende pesimista.
En el Polo Norte no eran ajenos al paso del tiempo y estaban al tanto que la tecnología había avanzado y existían los celulares, entre tantas otras cosas, pero todos ellos preferían hacer las cosas a la manera tradicional. Por eso no tenían manera de avisarle a Santa que había quedado una cartita.
- "Algo debemos hacer" -dijo Tilín.
- "Pues empecemos por abrir la carta, veamos de quién es y qué pide primero y luego vemos qué hacemos" -propuso el duende práctico.
Y así lo hicieron, la carta era de una niña llamada Matilda que pedía una muñeca que hablara.
- "Bueno por suerte de esas muñecas han quedado, eso no es problema" -dijo el duende mayor.
- "Pero no hay modo de hacérsela llegar" -dijo el pesimista.
Tilín corrió a buscar la muñeca y la envolvió y tomando el regalo con ambas manos dijo:
- "¡Ya sé cómo! yo encontré esa carta y yo me encargaré que esta muñeca le llegue a la pequeña".
- "No hay modo" -dijo el pesimista- "además ¿Harías algo así sin la autorización de Santa?".
- "Mira" -dijo el duende práctico- "ahora hay que solucionar este problema, esta niña no puede quedarse sin su regalo, al regreso le contaremos todo a Santa".
- "No hay tiempo que perder" -dijo Tilín- "usaré la bicicleta mágica de Santa, ella me ayudará a llegar".
- "No sabrás cómo" -dijo el pesimista- "jamás has viajado con Santa, no es fácil surcar los cielos".
- "Le pediré ayuda a Roque el reno, él sabe de memoria el camino".
Roque, era uno de los renos de Santa que esa Navidad no había podido ir en el trineo porque se había quebrado una patita. Cuando Tilín le pidió ayuda, el reno se puso más que feliz. No le había gustado no poder ir con Santa pero no podía tirar del trineo, pero con Tilín y sentadito detrás de él mostrándole el camino sería más que útil.
El tiempo apremiaba, debían darse prisa. Ese viaje significaba todo un desafío y una aventura para Tilín pero estaba feliz de poder hacerlo, jamás se hubiera perdonado dejar a una pequeña sin regalo.
Y así tomaron la vieja y mágica bicicleta de Santa, ésa con la que él daba cortos paseos por el cielo, sin saber si lograrían la hazaña de llegar a casa de Matilda. Dieron unas vueltas para practicar y se dieron cuenta que andaba perfecto, más allá de sus años. Tilín se vistió con ropa muy similar a la que Santa Claus usaba, no fuera cosa que algún niño viera un duende volando y sospechara algo extraño.
No bien se decidieron, la bicicleta –como sabiendo que tenía una misión muy importante- salió disparada hacia el cielo. Guiado por Roque, Tilín no tuvo ningún problema en encontrar la casa de Matilda y dejar bajo su árbol la muñeca que ella había pedido.
Volvieron más rápido de lo pensado pues era tanta la felicidad que sentían los tres que nada costó el viaje de vuelta. Habían logrado vencer el tiempo, las dificultades, los olvidos, una pata rota, todo para hacer feliz a un niño, todo por cumplir con esa mágica misión de todos los años.
A partir de esa Navidad, algunas cosas cambiaron en el Polo Norte, la bicicleta de Santa recibe un mantenimiento especial, se fabricaron más bicicletas (por las dudas) y se duplicó el control de las cartitas.
Lo que se mantiene intacto es el amor con el que en ese lugar mágico cada uno hace su trabajo, ese amor que se traduce en las sonrisas más bellas el día de Navidad.
Fin.
La bicicleta mágica es un cuento de la escritora Liana Castello © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio físico o digital sin la autorización expresa de la autora.
Sobre Liana Castello
«Nací en Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires. Estoy casada y tengo dos hijos varones. Siempre me gustó escribir y lo hice desde pequeña, pero recién en el año 2007 decidí a hacerlo profesionalmente. Desde esa fecha escribo cuentos tanto infantiles, como para adultos.»
Liana Castello fue, durante varios años, Directora de Contenidos del portal EnCuentos. Junto con este sitio, recibió la Bandera de la Paz de Nicolás Roerich y se convirtió en Embajadora de la Paz en Argentina en 2011.
“Respecto de los cuentos para niños puedo escribir cortos y largos, en rima o prosa, lo que todos tienen como hilo conductor, es el mensaje que trato de transmitir. Siempre pienso en un valor para transmitir a la hora de escribir y esto puede ser a través de una historia corta o de un cuento largo.”
Si quiere conocer más sobre esta impresionante escritora, puede leer su biografía Aquí.
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Me ecnató este cuento. Está lleno de imaginación y ternura.