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Por Nataly Boveda Benitez. Cuentos de árboles

La princesa Lucía vio desde su alcoba descender una luz que fue a caer justo en la copa de un árbol cercano y este se iluminó. Fascinada por tanta belleza llamó a su madre que vino al momento.

—Hija, no veo nada. Con tanta oscuridad que hay. ¿Cómo no ver esa iluminación?

—Pero si todo el árbol está brillando ¡Míralo! —y extasiada se quedó con la vista fija en él. La reina trató de convencerla de que no era cierto. La niña afirmó que sí estaba resplandeciendo y llamó a su padre que tampoco vio nada.

—¿Y cómo yo sí lo veo? Tal vez solo se deja ver de mí. ¿Será un regalo? ¿Quién me lo ha hecho y por qué?

Los reyes se miraron nerviosos y llegaron a pensar que su hija estaba trastornada. La princesa, dándose cuenta insistió en que el árbol sí estaba iluminado, y como para que le creyeran, un haz de luz se proyectó perpendicularmente hasta el balcón por fracciones de segundos, permitiéndole ver a los reyes el árbol tal como decía la niña.

—¡Es verdad! —dijeron y abrazaron a su hija quien satisfecha miró de nuevo al árbol, pero ya no estaba iluminado. Desilusionada, se lamentó de que hubiera desaparecido y le pareció oír una voz decir:

— ¿Preferías ver el árbol iluminado tú sola y que te creyeran chiflada o que ellos se convencieran de que era verdad y disfrutaran de tan lindo momento?

—No. Claro que no, hubieran pensado que había perdido la razón. Además, disfrutaron de ver algo tan lindo.

— ¿Con quién hablas? —. Le preguntó la reina. La princesa se convenció de que sí le habían hablado y miró. Como no vio a nadie le contó a su madre lo que escuchó:

—¿No me dirás que es mentira como cuando te dije lo del árbol? ¿Qué estará sucediendo aquí? Siento miedo…

—No lo sientas porque verás muchas cosas bellas. Ahora no digas nada para que tus padres no se asusten. Déjalos que se marchen pues ellos no podrán ver lo que te voy a mostrar, es como pensaste: Un regalo que quiero hacerte por ser tan buena, soy… mejor después te digo quien soy.

Lucía no dijo más, se quedó en silencio largo rato y los reyes le preguntaron por qué, le contestó que pensando en lo que habían dicho y simuló tener sueño.

—Entonces piensa en lo que vimos, pero no sientas miedo, ¡Fue tan bonito!, hay cosas inauditas que ocurren y no son malas —le aconsejó la reina. Le preguntó si quería que la acompañara, sin embargo, la princesa se negó pues no sentía temor y trataría de soñar con el árbol iluminado.

En cuanto los reyes se fueron, un manojo de luz penetró en la alcoba y la alumbró con luces de todos los colores, estas tomaron la forma de círculos y se dispersaron juguetonas por doquier.

—¡Que belleza! —exclamó Lucia y rió.

La misma voz que había escuchado antes, le dijo con ternura:

—Soy la reina de las luces y te voy a regalar la noche más linda para que no la olvides nunca, solo te voy a pedir que no me hagas preguntas, podría apagarme…

—No te preguntaré nada —dijo la niña y se quedó mirando cómo danzaban los destellos que iban tomando formas distintas: Castillos, jardines con flores de pétalos de diferentes colores, animales, cascadas, montañas, valles etc. Así se quedó dormida y soñó. Se despertó muy tarde en la mañana y aunque hubiera querido contarles a sus padres lo que había visto, no lo hizo y deseó que llegara la noche.

—¿Por qué deseas que sea de noche? —le preguntó su madre y Lucía le respondió que era para soñar. La reina se imaginó con qué pero no dijo nada.

Cuando llegó la noche Lucía fue a su alcoba y esperó hasta muy tarde y no vio las luces. Se durmió con ese anhelo y se despertó muy temprano. Ese día se lo pasó pensativa y en cuanto oscureció se acostó y tampoco sucedió lo que esperaba, ni en los días posteriores, hasta que una noche sintió unos gemidos y preguntó quien era.

—Soy yo, la reina de las luces.

—¿Por qué lloras? —le preguntó la princesa.

—Porque otra princesa no supo guardarme el secreto y sus padres vieron lo que hacía y me exigieron hacer por el día lo que solo puedo por las noches. Como no pude complacerlos llamaron a un hechicero para que me quitaran mi brillo y la noche en que fui a la alcoba de la princesa, el hechicero me quitó mi iluminación, ya no podré contentar a otras princesas y no me querrán como me dijeron algunas y me echaron de sus alcobas —y gimió tan tristemente que Lucía también lloró a raudales. De pronto la alcoba se tapizó de luces con sonidos melódicos y formas hermosas que nunca había visto Lucía.

—Te bendigo Lucía, gracias a ti, volví a tener mis luces, tus lágrimas junto con las mías, lo consiguieron.

Lucía rió y otra risa como carcajada de niño se oyó también. Entonces sí que la alcoba estuvo linda, pues se cubrió de tonos brillantes que retozaban por todas partes y así concilió el sueño la princesa y soñó con lugares donde los árboles, ríos y montañas eran como ellos. Al día siguiente, para su asombro, aún estaban en la alcoba.

—¿Cómo es posible, si me dijiste que solo de noche podrías dejarte ver? —le preguntó Lucía y la reina de las luces le recordó que no debía hacer preguntas.

—No lo haré más —se disculpó la princesa, y ese día apenas salió del aposento. Los padres pensaron que había enfermado, pero la niña le explicó que deseaba leer y simuló hacerlo para que no le hicieran más preguntas. En adelante, aunque parezca fantástico, leyó otros libros escritos con resplandores que le trajo la reina de las luces y aprendió tanto, que se convirtió en la princesa con más sabiduría de ese territorio.

Fin.

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