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El sapo feo de la voz hermosa

Por Olga Lidia Martínez. Cuentos de animales para niños.

El sapo feo de la voz hermosa

El sapo feo de la voz hermosa - Cuento

Cada noche, disfrazado de flor, se escabullía hasta el jardín para alegrar a todos con su canto. Cuando los primeros rayos de sol aparecían en el horizonte y las flores estiraban sus pétalos, regresaba a su agujero.

No era la primera vez que antes de irse a descansar, la lechuza Serafina lo veía alejarse. Extrañada, le comentó al gato Leopoldo:

–¡Qué cosas tan raras suceden en este jardín! Al amanecer, de nuevo vi alejarse a una flor, lo hacía saltando y… no era cualquier flor. ¡Ella canta!

–¿Una flor qué salta y además, canta? –se burló el gato–; usted desvaría, doña Serafina. Las flores son hermosas, pero no dicen ni pío; cuanto más, moverse. ¡No, señor! No le creo una sola palabra.

–Aquí… hay gato encerrado –comentó dudosa la lechuza.

–¡¿Gato encerrado?! ¡Ni lo diga! –se encrespó Leopoldo.

Serafina ni caso le hizo, siguió susurrando mientras cavilaba…

–El secreto está en el pozo, la misteriosa flor desaparece justo cuando llega allí.

–Que yo sepa, señora lechuza –respondió confuso Leopoldo–, ese pozo añejo está abandonado hace mucho; nadie, y menos una flor, puede esconderse ahí.

–Aun así, coincidencia o no, cuando amanece, no hay música, Leopoldo ¡No hay música!

–Desde ese punto de vista… tiene usted razón. Entonces… ¡tapémosle el brocal al pozo! –le propuso resuelto el gato.

–¿Taparle el brocal al pozo? –reaccionó con agrado la lechuza–. No lo había pensado, pero… ¡es una magnífica idea!

–Por supuesto, cualquiera que sea el misterio, lo descubriremos.

–¡No se hable más del asunto! Trato hecho –afirmó sonriente la lechuza.

Serafina levantó vuelo, despertó a todos en los alrededores y comunicó lo dispuesto.

Aunque los cocuyos no estuvieron del todo conformes, por unanimidad decidieron hacerlo. Solo el sapo feo de la voz hermosa, oculto en lo más profundo del pozo y con apenas un poco de agua en una charca inventada por él, no se enteró de nada.

El sublime canto siguió alegrando el jardín, así se dormían felices los animales diurnos, y los nocturnos hacían de sus noches las más bellas. Al llegar el día señalado, cuando la oscuridad se adueñó del jardín, el sapo, tarareando feliz, comenzó a engalanarse… ¡Oh! ¡No! ¿Qué sucede allá arriba? ¿Por qué tanto alboroto? –se preocupó.

–¡Vamos, muevan esa piedra con fuerza o no lo taparemos nunca! –ordenaba la lechuza a cuatro burros contratados para tal labor.

–¿Qué te has creído, Serafina? ¡No es fácil cargar con este seboruco!– protestaban.

–¿Son burros o no? Arreen con fuerza…, ya falta poco.

–¡Oiga, doña Serafina! ¿Será buena idea cerrar el brocal? –preguntó ansioso el gato Leopoldo.

–Buena o no, ya está hecho, además… fue usted quién la sugirió y todos estuvieron de acuerdo. Ahora, solo nos resta esperar.

Hubiese querido gritar: “¡Esperen! ¡No lo hagan! ¡No cierren el pozo!” Quiso cantar, mas de su garganta no salió ni una sola nota. Las lágrimas asomaron en sus ojos, hasta que por fin, se durmió.

Atrapados por la fantástica historia contada por Serafina, los bichos del jardín y los animales del vecindario se acercaron al pozo. A decir verdad, no todos los días se descubre algo así. Pero… no ocurrió nada, no hubo pedidos de auxilio, ni gritos. Poco a poco, decepcionados de la lechuza, regresaron a lo suyo.

Dejó de escucharse el canto, el jardín entristeció. Los pichones no se dormían, las abejas no producían miel, de las orugas no salían mariposas y de los renacuajos ni una sola rana. Leopoldo y Serafina comenzaron a preocuparse por la comida, sobre todo porque los insectos desaparecieron, no salían los ratones y por si fuera poco, las gallinas no ponían ni un huevo. Llegada la noche, con un hambre atroz se reunieron los dos amigos y Leopoldo fue directo al grano:

–¡Oiga, Serafina! ¿No le parece un poco descomunal la medida? –rezongó angustiado el gato.

–¡Ay, Leopoldo! pienso lo mismo. Retiremos la piedra, a fin de cuentas. ¿Qué más podría pasar?

–¡No se hable más del asunto! Trato hecho.

Entonces la lechuza avisó, vinieron los burros y levantaron la piedra. Poco a poco todos se acercaron al brocal, querían ser los primeros en ver. Pero allí dentro estaba muy oscuro. Los cocuyos se ofrecieron para alumbrar, y cientos de ellos entraron al pozo. Le pareció ver las estrellas. ¡Venían a su encuentro! Visitarlo a él, el de la voz hermosa. “¡No pueden verme así!” –pensó– “¡Ellas son tan lindas!” Y en un santiamén, se disfrazó de flor. Para cuando los cocuyos llegaron abajo, él ya no estaba.

–¡Vamos, hablen de una vez! –gritó Serafina desde arriba–: ¿Qué encontraron?

–¡Aquí solo hay una flor! ¡Muy linda por cierto! –gritaron a coro los cocuyos.

–¡Lo sabía! –rezongó Serafina.

–¿Es peligrosa? –preguntó Leopoldo todavía confundido.

–¡No parece un peligro para nadie! Por cierto…, ni salta, ni camina –rio burlón el jefe del cocuyaje, quien de inmediato dio la misión por terminada.

Serafina nunca descubrió el misterio, aunque sigue atenta y Leopoldo la dio por loca. En las noches, una hermosa flor sale del pozo y canta llena de plenitud, y le devuelve para siempre la felicidad al jardín.

Fin.

El sapo feo de la voz hermosa es uno de los cuentos de animales de la escritora Olga Lidia Martínez sugerido para niños a partir de ocho años.

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