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El gran salto del sapito aventurero 🐸 «Todos logran atrapar moscas en el primer intento, y yo… no consigo nada. ¿Qué haré?»

Por Giuliana Gaona. Cuentos de sapos para niños y niñas.

En un mundo de charquitos y hojas flotantes, surge «El gran salto del sapito aventurero«, la historia del sapito llamado Benito. A pesar de su apariencia encantadora, con ojos saltones y una voz cautivadora, Benito se sentía atrapado en su incapacidad para atrapar mosquitos, su plato favorito. Decidido a encontrar respuestas, busca la sabiduría del viejo gran sapo Max, pero su espera se prolonga interminablemente. Ante la falta de respuesta, Benito emprende un viaje en busca de su propio destino. Siguiendo caminos inexplorados, desde ríos hasta pantanos, el valiente sapito enfrenta desafíos y contratiempos. ¿Logrará superar los obstáculos y encontrar su lugar en el mundo?

Una historia de la escritora peruana Giuliana Gaona llena de humor, enseñanzas y una búsqueda épica de la verdad, donde el inesperado camino hacia la grandeza se encuentra en seguir adelante, sin importar los contratiempos que aparezcan en el camino.

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El gran salto del sapito aventurero

El gran salto del sapito aventurero - Cuento

Había una vez un sapito que se llamaba Benito. Tenía unos lindos ojos saltones y hechiceros, capaces de encandilar desde muy lejos a quien los viera; lucía atractivo por sus verrugas sobresalientes, su piel cubierta de moquito resplandecía en el charquito, tenía una voz cautivadora que embelesaba al cantar croack, croack, lo que le daba una imponente presencia.

A diferencia de la mayoría de lo sapos, tenía manchas en su cuerpo y una esbelta figura; era capaz de saltar ágilmente mucho más que cualquier otro sapo; sin embargo, esto de nada le servía porque era muy torpe para atrapar a su plato preferido: los mosquitos. A pesar de tener una larguísima y viscosa lengua con la que fácilmente hubiera podido capturarlos, nunca lo conseguía. Tan solo podía comer las lombrices que se arrastraban por la tierra.

Todos los días al despertarse practicaba su deporte favorito: el salto de hoja. Este deporte le permitía ejercitar sus estilizadas patas brincando sobre cada una de las hojas que encontraba en los charquitos; en cada salto abría la boca y extendía la lengua hasta un metro de largo para practicar cómo atrapar mosquitos. Así, empezaban sus ejercicios matutinos:

Un salto, la lengua afuera, croack;
dos saltos, la lengua afuera, croack, croack;
tres saltos, la lengua afuera, croack, croack, croack;
cuatro saltos, la lengua afuera, croack, croack, croack, croack;
cinco saltos , la lengua afuera, croack, croack, croack, croack, croack;
o a veces variaba lo mismo poniéndolo al revés: Croack –la lengua afuera- un salto… y así sucesivamente.

Sea como fuera el resultado era lo mismo, cuando llegaba el momento preciso para atrapar al mosquito, Benito estiraba su larguísima lengua desenrollándola hasta tenerla completamente desplegada, pero al querer atrapar a su presa la lengua terminaba enredándose y ¡zas! Zzzzzzzzzzzz el mosquito huía velozmente.

¿Para qué esforzarme? —Se decía— Soy el hazmerreír de los sapos y las sapas. Todos logran atrapar moscas en el primer intento, y yo pese a tener la lengua más larga, no consigo nada. ¿Qué haré?

— ¡Ya sé! Consultaré al viejo gran sapo Max, el más sabio y el más experto entre los sapos o sea lo máximo.

Benito hizo un largo trayecto por agua y por tierra hasta llegar a la suite del viejo Max. Pero como este era tan famoso, tenía una recargada agenda, porque todos los sapos y sapas querían aunque sea verlo.

Cuando Benito sacó el ticket con el número de su turno, vio con sorpresa que era el número 22538; delante de él había un cola de 22 mil sapos con 537 sapas. Eso significaba que iba a tener que esperar bastaaaaaaaaaaaaante tiempo.

Al día siguiente Benito lucía morado de cansancio con los ojos más hinchados que de costumbre y con unas tremendas ojeras vio por fin que llegaba su turno.

¡Que pase el 22 538…! ¡22 538 a la una!… ¡22 538…a las dos!… ¡22 538 a las…!

¡Yo soy, yo soy, yo soy! —gritaba mientras daba largos brincos para llegar a la puerta.

Pase de inmediato, tiene 90 segundos.

Una vez dentro, Benito le hizo al viejo Max, la pregunta más importante de su vida.

Dígame maestro ¿Cuál es el secreto para ser un exitoso sapo?

A lo cual el experimentado sapo respondió muy meditabundo con profunda y aletargada somnolencia, producto de las largas horas de silencio: “Crrrrrooooooaaaaaack kcaaaaaooooorc”, que traducido al español significa “Siiiiiiigueeeeeeeeeeee tuuuuu camiiiiinooooo”.

Listo, tiempo cumplido, el siguiente, por favor —decía el manager.

Benito fue sacado en dos saltos por los agentes de seguridad, y se quedó pensando en las palabras del viejo sapo Max.

«Crrrrrooooooaaaaaack. Kcaaaaaooooorc… ¿Crrrrrooooooaaaaaack. Kcaaaaaooooorc?¡¡¡Crrrrrooooooaaaaaack. Kcaaaaaooooorc!!!»

Estalló en su mente. «Pero si eso es lo que he estado haciendo toda mi vida», se dijo a sí mismo. «Esa fórmula del sapo sabio, en vez de darme respuestas, me causan más preguntas, así es que mejor busco por mí mismo».

Decidió entonces, no darse por vencido y salir de viaje para buscar la respuesta a su gran inquietud.

Voy a conocer el mundo —decía el sapito, al mirar su mapa—. Tomaré la ruta que nadie ha recorrido aún. Saldré de este charquito y, como soy veloz, llegaré en un par de horas a las riberas del río, allí tomaré una siesta en el día y con fuerzas renovadas partiré en canotaje de hoja, me dejaré llevar por la corriente hasta donde me lleve el río. Croack, croack sí que soy un aventurero; después de todo, tengo sangre fría —se decía con ego, hinchando sus pulmones.

Así fue el trayecto, tal y como lo había planeado hasta el momento, en dejarse conducir por las aguas del río que de hecho no tenía idea donde lo iban a llevar, pero que tenía la gran certeza de que las leyes de la naturaleza son sabias, así que nada tenía que temer, después de todo, de eso se trata: Crrrrrooooooaaaaaack. kcaaaaaooooorc.

¡Ah, qué relax!; Ahhhhh… —se decía suspirando mientras recibía cosquillitas y masajes de las piedritas que se escondían debajo de la hoja al viajar por el río—. ¡Ah, qué delicia! Ahhhhh… —se decía nuevamente, suspirando al recibir de la cálida noche una refrescante lluvia, que, después de todo, es lo que más ama todo buen sapo.

Al día siguiente, su paradero fue un pantano, y qué pantano, de rica agua dulce… aunque también lleno de lodo y basura, que lo dejó totalmente embarrado.

¡Parezco un monstruo!, ojalá nadie me esté viendo —se decía para sus adentros saltando rápidamente del pantano, decidió darse un chapuzón en un estanque cercano que lo dejó nuevamente reluciente.

Bueno, así son los viajes, me lo dijo una vez mi abuela, pasas de todo y llegas al colmo con el lodo —recordaba al traer a la memoria las travesías que le contaba ella al viajar de charquito en charquito, de hojita en hojita.

Seguro que estaría orgullosa —se decía pensativo—. Divertido, abuela, está buenísimo esto, pero qué pericia de viajar, croack, croack.

Conforme avanzaba, Benito miraba su mapa buscando nuevas rutas y caminos.

—cEstuve en un charquito, atravesé el río, me embarré en un pantano y me mojé en el estanque. Ahora quiero conocer el desagüe. ¡Ningún sapo se atrevería a hacer tan largo viaje! Cuando regrese a mi charquito, ni sapos ni sapas se reirán de mí. Me felicitarán y me convertiré en un gran sabio como el gran viejo Max, croack, croack —se decía soñando despierto.

Estaba tan cansado que se quedó dormido sobre una rama pequeña que flotaba en el riachuelo, sin darse cuenta de que iba en dirección a un largo tubo. Cuando se sintió caer estrepitosamente dentro del tubo, despertó, mientras iba a gran velocidad deslizándose en el agua hacia abajo y con rumbo desconocido; todo era muy oscuro, como un túnel sin salida.

¡Croaaaaaaack!

Tirado panza abajo, muy holgadamente se balanceaba dentro del tubo de un lado a otro chapoteando con sus patas. «¡Esto sí que es lo máximo! ¡Croack, croack!». Luego cambió de posición, se puso boca arriba, cuando cayó a un tubo más pequeño, pero esta vez se sentía muy incómodo, estaba tan apretado que no conseguía moverse. Luchando con todas sus fuerzas, encontró una salida que lo hizo sentir mucho más aliviado.

Al fin, ahora sí puedo estar tranquilo, pensé que nunca iba a salir de ese tubo estrecho. Esto parece ser un charquito, pero de lo más raro, porque no hay hojas, ni tierra, ni sol, ni nada. ¿Qué será? Croack, croack. Ah tal vez esto podría ser mi charquito privado, como el que tiene el viejo Max, croack, croack. Creo que la pasaré muy bien. Solo que… ¿cómo saldré de aquí? Si apenas he podido salir del tubo ¿cómo volveré a entrar? —se preguntaba—. Alguien tendría que darme un empujón. ¿Qué haré sin la ayuda de nadie? Ni siquiera sé si es de día o de noche… Mejor no me preocuparé, estoy seguro de que pronto hallaré una salida.

Así fue que no se preocupó y se acordó de las palabras sabias del sapo: «Crrrrrooooooaaaaaack. kcaaaaaooooorc».

Benito empezó a cantar a viva voz reiteradas veces. «Croack, croack, croack», esperando que alguien lo escuche y le ayude a salir, cuando de pronto sintió un movimiento extraño, parecían sonidos que venían de afuera. ¡Alguien al rescate!

En realidad el sapito estaba dentro de un inodoro, y los ruidos los estaba haciendo la dueña de casa, que recién se había despertado. Con los ojos aún medio dormidos, abrió la tapa del inodoro, el «charquito exclusivo» del sapo, y ¡oh! sorpresa, allí estaba, Benito mirándola atentamente con sus lindos ojitos saltones y hechiceros, y la saludó amablemente con un emocionado: «Croack, croack».

La mujer de ojos dormidos y cabello enmarañado, creyó estar soñando, así es que acercó su cara al inodoro se restregó los ojos para corroborar si era cierto.

Al ver eso, el sapito pensó. «Que amable de su parte abrirme la puerta para poder respirar un poco de aire fresco». Entonces, brincó a su cara para darle un beso de bienvenida.

Croack, croack, un gusto en conocerla –le dijo.

La mujer, entonces, terminó de despertarse, y con el rostro mojado, convencida de que no era un sueño, pegó un grito desgarrador:

¡Ahhhhhhhhhhhh, saquen esta cosa horrorosa de aquí!

Su grito fue tan fuerte, que el vigilante del edificio subió para averiguar que ocurría. Mientras él subía las escaleras, la mujer cogió al sapo y lo arrojó de nuevo al inodoro, cerró la tapa, jaló la palanca y el pobre sapito sintió que el agua lo arrastraba hacia adentro, entonces empezó a patalear con todas sus fuerzas para no regresar al tubo estrecho que resultó ser tan incómodo. Y justo cuando ya parecía que iba a ser devorado por la fuerza del agua, ésta se quedó quietecita.

Croack, croack ¡Lo logré, te vencí, agua embrujada! Crrrrrooooooaaaaaack kcaaaaaooooorc.

Cuando todo parecía ya resuelto, el enemigo vino nuevamente al ataque.

Benito vio que abrieron nuevamente la puerta de la exclusiva suite, pensó entonces que la mujer iría a ser más cordial con él esta vez; decidió quedarse estático para no ocasionar otro grito.

Ella quería sentarse, pero aún el sapito estaba allí.

¿Cómo es posible que sigas ahí? ¡Eres un animal execrable! ¡Vete de aquí! —le dijo gritando. Tiró nuevamente la tapa del inodoro, con estupor y asco.

Entonces, nuevamente jaló la palanca del baño con mucha mayor fuerza. Y en esta ocasión, escuchó como si el agua se hubiera tragado al sapito encerrado. Benito había entrado al tubo pequeño, pero no por ello dejaba de luchar.

Croack, croack, saldré de aquí, no me dejaré vencer. Si quieres pelea, ¡pelea tendrás, agua embrujada! —le decía pataleando con todas sus fuerzas en una lucha atroz contra la fuerza del agua.

La mujer, cuando abrió la tapa, ya no lo vio más. Fue entonces que volvió a cerrar la tapa y se quedó tranquila, aunque no sería por mucho tiempo, ya que el sapito en su lucha con el agua, repetía en silencio las palabras sabias: «Crrrrrooooooaaaaaack. kcaaaaaooooorc, crrrrrooooooaaaaaack. kcaaaaaooooorc, crrrrrooooooaaaaaack. kcaaaaaooooorc».

Salió al charquito privado y exclusivo, que ya no le parecía ni muy exclusivo ni muy privado.

Muy pronto me iré de aquí y volveré a casa —se decía entusiasta.

La mujer se había distraído contándole alarmada al vigilante del edificio sobre lo acontecido, pero cuanto más le decía, él menos le creía. De pronto se dio cuenta de que se le había hecho tarde y que tenía que ir a trabajar de una vez. Fue corriendo al baño; sin pensarlo, abrió nuevamente la tapa del inodoro y, cuando ya se disponía a sentarse en él, el sapito dio un gran salto saliendo del charquito exclusivo y privado.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh! ¡Bestia inmunda, bicho asqueroso, batracio, animal! ¡Fuera de mi vista! ¡Ahora vas a tener tu merecido! —gritó fuertemente. Y con escobazos fue a darle al sapito.

Un escobazo, un salto, plap.
Dos escobazos, dos saltos, plap, plap.
Tres escobazos, tres saltos, plap, plap, plap.
Cuatro escobazos, cuatro saltos, plap, plap, plap, plap.
Cinco escobazos, cinco saltos, plap, plap, plap, plap, plap.

O lo mismo al revés total, el orden de los factores no altera el producto.

Fue así que el sapito huyó de la casa de aquella loca mujer que lo botaba a escobazos.

Felizmente salí sano y salvo de las garras del agua embrujada y de la bruja con escoba.

Y sin más dudas, decidió retornar a casa, que era finalmente donde quería estar.

¿Pero cómo haré para regresar a casa? Estoy en la calle, croack, croack —dijo el sapito apenado.

Fue en ese momento que el vigilante lo vio.

¡Con que era verdad! —dijo el vigilante del edificio— Eres un sapito —y lo cogió de las patas, impidiendo que el sapito pudiera dar cualquier salto.

¡Ja, ja, ja! ¡Qué tal susto le habrás dado a la señorita Contreras! —reía— Te voy a poner en una bolsa con agua, aunque más cómodo estarías si te pongo en un botellón con agua.

El sapito estaba asustado, temblando de miedo.

Croack, croack, estoy preso en manos de un gigante carcelero, ya no podré regresar a mi charquito —decía casi llorando.

Sin embargo no todo estaba perdido. Su madre solía decirle que nunca se debe perder las esperanzas, que frente a cualquier problema, siempre hay una solución.

Recordaba esto tratando de darse aliento y sumergiéndose en el botellón de agua; hacía burbujitas y daba algunos brincos para mantener las fuerzas en movimiento.

Se hizo de noche, y un visitante habló con el vigilante:

¿Por qué tienes a un sapito encerrado en el botellón? —le preguntó.

Porque se metió en uno de los departamentos.

Mmm… ¿Por qué no me lo das? Creo que mejor sería si estuviera en el río —dijo el visitante.

Ah… si quieres, llévatelo —y dirigiéndose al sapito, dijo— ¡Chao, amigo! ¡Espero que no sigas asustando a los vecinos!

El buen visitante cumplió con su palabra: llevó a Benito al río más cercano y lo dejó en libertad.

Que te vaya bien, sapito —le dijo el buen hombre.

Benito saltó de emoción y estrechó una patita a la mano del visitante como gesto de agradecimiento y sin más se fue dando brinquitos en medio de la oscura noche alumbrada por la luna llena.

Benito sí que tenía hambre. En todo ese tiempo ya se había olvidado del problema de cómo atrapar mosquitos y, sin darse cuenta, ocurrió algo mágico: aquella noche pudo atrapar 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, y hasta 1 mosquito de un solo lenguazo. Eso era toda una hazaña.

¡Ah caray! ¡Me volví un experto atrapando mosquitos! ¡Crrrrrooooooaaaaaack kcaaaaaooooorc! Esta fórmula sí funciona.

Muy alegre, siguió su rumbo de vuelta a casa, de brinco en brinco, de hojita en hojita llegó a su charquito.

Y pudo contarles a todos los sapos y sapas las aventuras que había tenido, les demostró cómo comer mosquitos; al verlo, todos querían aprender el mismo truco de atrapar diez mosquitos de un solo lenguazo.

Ese día fue muy especial, hicieron una gran fiesta, mucho baile con brinquitos, donde asistieron todas las sapas y sapos del charquito, junto a un gran banquete de moscas, mosquitos, larvas, arañas, escarabajos, grillos y lombrices.

Y sapotín, sapotón. Este cuento croack, croack ha brincado a otro lado.

O como dijo el viejo Max: «Crrrrrooooooaaaaaack. Kcaaaaaooooorc», «Siiiiiiigueeeeeeeeeeee tuuuuu camiiiiinooooo».

Fin.

El gran salto del sapito aventurero es un cuento de la escritora Giuliana Gaona Todos los derechos reservados.

Sobre Giuliana Gaona

Giuliana Gaona - Escritora

«La oportunidad de poder escribir en EnCuentos ha sido para mí muy valiosa, ya que nunca antes había publicado textos de manera virtual, lo que luego me animó a publicar el libro «Rayito de Sol», de Editorial San Marcos.»

Giuliana Gaona Gamarra (Lima, Perú), es Licenciada en Educación Inicial y Magíster en Educación por el Arte. Ha laborado en proyectos de acompañamiento pedagógico a docentes. En programas de auxiliares de Educación Inicial, asimismo en el Proyecto Rinconcito Infantil a través de los cuentacuentos, títeres y ludoteca.

Actualmente, desempeña actividades como docente universitaria de pregrado en la Facultad de Educación Inicial. Realiza cuentacuentos y talleres para niños y adultos. También, estudios de doctorado en humanidades con mención en estudios sobre cultura. Es autora del libro para niños «Rayito de Sol» y coautora del CD «El Vuelo de la Gaviota»

Quiere conocer más sobre Giuliana Gaona, puede leer la entrevista que le hicimos para EnCuentos Aquí.

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