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Merejilda del Puente

Merejilda del Puente. María Alicia Esaín, escritora argentina. Ilustración de Fernanda Forgia. Cuento perteneciente a la Antología de EnCuentos por los Derechos del Niño

“Los niños tienen derecho a tener una familia”

Merejilda del Puente era una dama muy refinada, más que dama, lagartija en realidad. Soñaba con conocer el mundo, viajar en sulky, tomarse un cafecito en Mar del Plata, visitar a sus antiguos parientes los dinosaurios de los museos…

En fin, tenía tantos sueños que se le recalentaba la cabeza y el sol de cada enero la obligaba a correr por el asfalto caliente en los veranos.

Como también era miedosa, no se animaba a ir por el camino de tierra a bañarse en el Pescado Chico y menos todavía a meterse entre los juncos de la orilla del arroyo que corría por debajo del puente donde vivía.

De sólo pensar que algún chico la cazase y la llevase colgando de su cola para asustar a una hermana peleadora se estremecía de terror. Ni hablar de que una máquina cosechadora o un tractor –inventos del demonio- la aplastasen.

¡Cómo iba a correr ese riesgo Merejilda del Puente, la lagartija más elegante que se había visto por aquel camino viejo! Su vida era un verdadero drama y ningún periodista venía a hacerle una nota, ningún funcionario municipal a ocuparse de sus pesares, ningún político a saber de sus necesidades.

Es que Merejilda sufría por dentro y por fuera. En su cabeza hervían los sueños con borbotones de un puchero con chorizos colorados y su cuero verde cual las hojas de los árboles de noviembre padecía las altas temperaturas. En lugar de lagartija parecía pingüino. Tenía un problema de identidad, de ubicación…de calor.

¡Merejilda odiaba el verano! Como si todo esto fuera poco, veía disminuir su elegancia en la medida en que transpiraba y las gotas de sudor le resbalaban desde los ojos hasta sus cuatro patas y se le hacían flecos en la cola. Se sentía cocinada como un tallarín. Además, las otras lagartijas no la entendían y se pasaban la temporada haciéndole chiste y bromas.

-Vení, Merejilda, mirá lo que te traje- decía una y le mostraba un pedazo de camiseta vieja- para que te abrigues, Mere.

– Dale loca, no te des tanto aire, que todos los lagartijos se van a reír de vos- decían otras cuando la pobre Merejilda se hacía un ventilador con cartones viejos que encontraba por ahí.

-Si yo pudiera me convertiría en dragón y largaría el fuego del calor que siento para el lado de estas chismosas.

¡Qué saben ellas de lo bueno del aire fresco! –Merejilda pensaba mientras se veía sintiendo el vientito arriba del sulky, escuchaba a las olas bailando hacia la playa, sentía la oscuridad llena de frío de los museos…

Hasta que una tarde se cansó de sufrir en silencio. Decidió cambiar, tomar coraje y enfrentar lo que fuese con tal de alcanzar sus sueños, con tal de vivir como le gustaba.

Cuando paró una camioneta que tenía una rueda pinchada, la lagartija se subió con cuidado a la parte de atrás…poco después el señor que manejaba llegó a un almacén cercano, Merejilda se bajó despacito, despacito y se metió en un depósito muy fresco, lleno de bolsas de mercadería.

Se quedó ahí hasta que se hizo de noche y esperó a que todo quedase en silencio para buscar comida. Ella, espiando, había visto que dos puertas más allá del depósito se encontraba la cocina… En ese momento el nieto de la dueña del almacén abrió la puerta de la heladera para tomar agua, ya que había vuelto del pueblo con mucha sed.

¡ZUM REQUETE ZUM!, adentro de la heladera fue Merejilda. ¡Qué placer! Huevos de gallina todos en filita, como una docena para ella sola. ¡Frescura, mucha frescura! Eso era el paraíso. Se comió tres huevos y se quedó dormida, tan dormida como nunca…

A la mañana siguiente, la señora Elsa, que así se llamaba la patrona, se levantó y dijo: -Me voy a tomar un té con leche. Abrió la heladera para sacar el sachet y se encontró con Merejilda dormida bien cerca del congelador.

Como ella era una dama que conocía mucho el mundo, la despertó suavemente y se pusieron a conversar. Esas dos sí que se entendieron. Es que Elsa también le daba mucha importancia a los temas del buen gusto y la coquetería.

Charlaron horas y horas de viajes, de modas, de lugares frescos, de vientos, de nieves y glaciares…¡Merejilda estaba chocha!

Como su nueva amiga era tan comprensiva como inteligente le propuso a la lagartija algo que la haría cumplir sus deseos y ser elegante para siempre. Fue así que la señora sacó un pasaje a Puerto Madryn, donde vive una hija suya.

En un bolso de mano llevó sus documentos, su lápiz de labios, el boleto y una caja agujereada con Merejilda adentro. No olvidó colocarse su boina gris antes de subir al avión. En menos de cuatro horas estuvieron allá.

En la Patagonia está ahora la lagartija, más feliz y ventilada que nunca en su vida. La cuidan mucho los nietos de Elsa que viven ahí. No transpira más, tiene el mar cerca, se toma algún cafecito, pasea en autos descapotables…

¡El viento el sur le despeina el cuero, pero no le importa! ¿Saben cómo me enteré? Porque me lo contó Merejilda en un mensaje de correo electrónico que me mandó.

Si quieren saber más de ella, escríbanle a [email protected] o consulten su página web www.merejildafeliz.com.

Fin

Mail: [email protected]

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