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Gatonia y Ranandia. Escritora Española. Cuentos de animales.

gatos

En Gatonia llovía…. Y llovía… y llovía.
Día tras día.
Sin parar.
Un día llovía y al otro lloviznaba y al otro diluviaba.
Y  los gatos se quejaban.
Y se lamentaban.
Y lloriqueaban.
Y maullaban desconsolados.
Porque a los gatos no les gusta nada, pero nada de nada, pero es que nadita de nada, mojarse.
No lo soportan.
Así que los gatos de Gatonia protestaban y suplicaban que se fuera la lluvia y nunca más regresara.

En el país de Ranandia siempre hacía sol y mucho calor.
Tanto sol y tanto calor que los lagos, las lagunas, los ríos y riachuelos, las charcas y los charquitos,  estaban todos secos, sequísimos.
Y las ranas protestaban.
Y se quejaban.
Y se lamentaban.
Y croaban desconsoladas.
Porque ya se sabe que a las ranas les encanta el agua.
Adoran el agua.
Necesitan el agua.
No pueden vivir sin el agua.
Así que las ranas de Ranandia se quejaban y suplicaban que se fuera el calor y nunca más regresara.

Hasta que, un día, la lluvia se cansó de escuchar los maullidos lastimosos de los gatos de Gatonia.
Y el sol se hartó de escuchar el quejoso croar de las ranas de Ranandia.
Así que la lluvia hizo las maletas, cogió todas sus nubes, se llevó el viento y se mudó a Ranandia.
Y el sol recogió sus cosas, se peinó los rayos, guardó el calor en su estuche y se marchó a Gatonia.

Todo fue bien durante un tiempo.
Los gatos estaban encantados con tanto sol.
Se tumbaban a disfrutar de su calor y ronroneaban felices.
Durante días y semanas y hasta meses se dedicaron a acicalarse y a dormir y a sentir los rayos del sol sobre sus hermosos pelajes.

Las ranas, a su vez, estaban encantadas con la lluvia.
Los lagos y lagunas. Los charcos y las charcas. Los ríos y riachuelos. Toda Ranandia se encontraba rebosante de agua.
Y las ranas disfrutaban zambulléndose en el agua.
Salpicándose unas a otras.
Chapoteando horas y horas.
Durante días y semanas y hasta meses se dedicaron a nadar y a bucear y a flotar y a sentir la lluvia gotear sobre su resbaladiza piel.

Todo fue bien. Muy bien…
Hasta que un día…
…Un día los gatos comenzaron a cansarse de tanto sol y las ranas comenzaron a hartarse de tanta agua.
Y volvieron las quejas, las protestas, los maullidos de disgusto de los gatos y el gruñón croar de las ranas.

Y el sol y la lluvia también se hartaron de tanta queja:
– Esto no hay quien lo aguante – dijo la lluvia.
– Nunca están contentos – comentó el sol.
– ¡Ya estamos hartos de los gatos y las ranas! – dijeron los dos.
Y tan enfadados estaban. Tan hartos. Tan cansados de escuchar protestas y más protestas que la lluvia decidió hacerse aún más intensa y el sol decidió dar mucho más calor.
– ¡Así aprenderán! – pensaron.

Ranas y gatos (medio ahogadas unas y medio asfixiados los otros) enviaron una delegación para intentar arreglar las cosas.
Un gato y una rana fueron a hablar con el sol y la lluvia.
Y dijo la rana a la lluvia:
– No es que no nos guste tu agua. Sabes que nos encanta pero tantos meses y meses de lluvia ha dejado nuestro país sin un rinconcito de tierra donde podamos descansar.
Y dijo el gato al sol:
– No es que no nos guste tu calor. Sabes que nos encanta pero tantos meses y meses de sol ha dejado a nuestro país sin gota de agua para poder apagar nuestra sed.
Y dijo la lluvia a la rana:
– Pero tampoco queréis tener el sol.
Y dijo el sol al gato:
– Pero tampoco queréis tener lluvia.
Y dijeron el gato y la rana:
– Sí que queremos. Queremos ambas cosas. Pero no queremos tener siempre lo mismo. No podemos vivir siempre bajo la lluvia ni siempre bajo el sol. Necesitamos un poco de variedad.
Y el sol y la lluvia hablaron entre ellos y luego deliberaron con el gato y la rana.
Finalmente, entre los cuatro, encontraron la solución:
Durante unos meses la lluvia viviría en Ranandia y luego iría a Gatonia.
Y durante unos meses el sol viviría en Gatonia y luego iría a Ranandia.
De este modo ambos países disfrutarían del sol y de la lluvia y no tendrían tiempo de cansarse de ninguno.
A partir de entonces los gatos se alegraban cuando veían llegar la lluvia y las ranas cuando veían llegar al sol… y viceversa.
Y así, sin darse cuenta, en Gatonia y en Ranandia habían inventado las estaciones.

Fin

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