Saltar al contenido

Gacelito

Gacelito. Antonio Vallejo, escritor español. Historia de una pequeña gacela.

-¡Hola madre! Qué buen día hace.

– Por fin hijo ¿Dónde andabas?, llevo toda la mañana buscándote desesperada. He gritado tu nombre a los cuatro vientos y no tenía respuesta ¡Tuve miedo!- bajó la cabeza y cerró los ojos.

-¡Perdóname madre no era mi intención preocuparte! Anduve un buen rato persiguiendo a una mariposa y llegué más allá del bosque; la mariposa revoloteando a mí alrededor quería jugar y no pude dejar de seguirla.

-¡Cómo te vas tan lejos sin decirme nada! ¡Hay tantos peligros hijo! Fuera de este bosque protector están las hienas y los tigres de colmillos de sable que nos atacan sin piedad ¡No vuelvas a separarte de mí!

-Pero es que era tan bonita y ¡Quería jugar conmigo! Su madre le miró de reojo con aire severo. -Está bien mamá no volveré a alejarme de ti.

Los dos caminaban pausadamente entre los helechos gigantes; no tenían ninguna prisa e iban comiendo bayas y hojas. El rocío depositado en las hojas de los árboles caía sobre ellos en una fina lluvia. En ese mundo salvaje donde las alimañas acechaban por todas partes el espeso bosque era su hogar, era el único lugar donde tenían algo de tranquilidad.

Su pequeño tamaño y su piel moteada les hacían casi invisibles; sin embargo en los claros y sobre todo en los espacios abiertos eran la presa preferida de los grandes carnívoros. Llegaron a un pequeño claro, una explosión de luz inundaba el lugar; flores de todos los colores imaginables lo alfombraban, verde y fresca hierba se les ofrecía y miles de mariposas y libélulas maquillaban el cielo como lunares.

El agradable calor les reconfortaba; el bosque era su seguridad pero era oscuro y frío. Comieron hasta saciarse y retozaron por el manto verde. Poco a poco el astro rey perdió su fuerza, era el momento de recogerse; había que encontrar un escondite donde guarecerse.

-¡Vamos Gacelito levántate! Hay que buscar un sitio para pasar la noche.

– Madre

– Sí hijo dime.

-¿Por qué hay tantas mariposas?

La madre sin parar de andar giró la cabeza, miró a su hijo y dijo:

-Hay muchas mariposas porque hay muchos padres mariposas y muchas madres mariposas que se juntan y así tienen muchos hijos.

-¿No hay muchos padres y madres gacelas?- volvió a decir Gacelito.

-Hem…es verdad que no somos muchos, pero además no vamos juntos.

-¿Por qué no vamos juntos?

La madre se paró en seco y Gacelito tuvo que dar un brinco para no chocar con ella.

-Mira hijo…la naturaleza nos ha creado así y así quiere que seamos; nos gusta ir en pareja y tenemos un solo hijo en nuestra vida. No podemos cambiar nuestra vida, la madre naturaleza sabe cuál es nuestro bien, qué nos conviene aunque no lo entendamos. Igual que el agua que alegre baja de la montaña es engullida por el mar desde siempre.

-Pero…es que… ¡No tengo amigos como yo! Me gustaría jugar con una gacela y contarnos nuestras cosas.

-Hijo, debes tener paciencia, ya llegará el momento de conocer a tus iguales, nuestra madre te guiará. Ahora tienes que aprender, observar, debes conocer nuestro mundo y sus peligros, saber qué puedes comer y conocer dónde están los mejores sitios para vivir. Tienes que hacerte fuerte, algún día tendrás que salvar tu vida y la de tu prole.

Volvieron a caminar; andaban despacio pero atentos, sus ojos vivaces no paraban de vigilar. Al cabo de un buen rato y con noche cerrada por fin encontraron una pequeña cueva entre unos peñascos tapada por un tupido follaje.

Entraron con cuidado ya que estos escondites eran usados por otros muchos animales. El lugar estaba deshabitado y se acomodaron en él. El cansancio hizo mella en ellos y ni los ruidos de la noche les molestaban, al poco tiempo se quedaron dormidos. Gacelito abrió los ojos sobresaltado, una tenue luz nacía en el cielo.

-“Qué ha sido este ruido”-pensaba.

Se levantó sin hacer ruido para no despertar a su madre y se dirigió a la entrada de la cueva; escudriñaba el bosque para advertir algún movimiento; tenía que observar ya que debía aprender a defenderse; no vio nada y pensó que lo habría soñado.

-“Qué orgullosa se sentirá mi madre de mi, estoy aprendiendo y así defenderé a mi prole”- se decía Gacelito henchido el pecho de orgullo.

El sol tímido apenas clareaba pero Gacelito decidió salir para aprender todo lo rápido que le fuera posible, estaba decidido a hacerse mayor. Andando entre los enormes troncos no dejaba de mirar a su alrededor en busca de algún peligro, tenía un poco de miedo pero se sentía fuerte para salvar su vida, era muy ágil y eso le ayudaba. A veces oía pequeños crujidos y se paraba para observar mejor, estaba en guardia; todo iba bien y seguía.

El sol empezaba a calentar y se encontraba seguro; el día era menos peligroso que la noche, su madre se lo decía siempre. Un ruido fuerte llegó hasta él, se paró para observar mejor, estaba atento no quería que nada malo le sorprendiera; parecía la rotura de una rama seca. Husmeaba el aire, levantaba las orejas y las movía en todas las direcciones para captar el más mínimo sonido, sus ojos vivaces penetraban en la negrura.

De repente cree ver en la penumbra dos ojos que le miran fijamente, su hocico busca con denuedo cualquier olor que le dé pistas sobre qué le mira. Se mueve nervioso pero quieto en su sitio, está en tensión para saltar rápido en el mismo momento que averigüe qué le acecha. Una finísima brisa le trae la respuesta.

-¡Una hiena!- grita Gacelito

Como un relámpago salta por el sendero y emprende la huida; una hiena sale de entre unos matorrales y comienza la persecución.

-“¡Madre tierra ayúdame! Este animal no es muy rápido pero no parece cansarse y sí tiene un aspecto terrible”- se decía.

La hiena iba al trote, sabía que su mejor arma era agotar a la presa, debía no perderla de vista y seguir hasta la extenuación. Gacelito corría y saltaba, giraba a la izquierda y a la derecha, volvía a saltar; sus ojos miraban a su perseguidor y se lo encontraba; no era capaz de engañarlo; seguía corriendo.

Se paró en seco, su corazón parecía que iba a estallar pero lo que veían sus ojos era inconmensurable; había llegado al final del bosque por un lugar que jamás transitaron y se dio de bruces con El Gran Mar.

-¡Qué bonito es, qué inmenso y azul es El Gran Mar! Es mucho más hermoso que como lo cuenta mi madre.

Gacelito anonadado miraba fijamente la gran masa de agua azul sin darse cuenta que la hiena se aproximaba. Pasados unos segundos dio un brinco y miró a su perseguidor, éste se acercaba sin cesar y nada parecía que le pudiera apartar de su presa.

Otro brinco le puso en posición para la huida y saltando se volvió a alejar de la alimaña; se acercaba al mar y recibía una brisa húmeda nueva para él que le llenó de renovadas fuerzas.

A pesar de lo arriesgado del momento no dejaba de mirar al horizonte hipnotizado como estaba por la visión y entre salto y salto inspiraba con fuerza este aire joven y vigoroso. Izquierda, derecha, brinco, derecha, izquierda; su perseguidor seguía corriendo pero no parecía que pudiera alcanzarle, estaba contento y orgulloso de su preparación.

-¡Gracias Madre!- gritó con fuerza.

Corría sin parar por los acantilados, tenía el mar a su izquierda y muchos metros por detrás a la hiena; se encontraba pletórico y no podía apartar sus ojos del mar. La tierra blanda del borde de un acantilado era una novedad para él; brinco, izquierda, derecha, brinco…

La madre se despertó y Gacelito no estaba junto a ella; salió de la cueva y empezó a olisquear y a gritar su nombre. El día era caluroso y estaba todo el cielo lleno de mariposas, miles de fragancias inundaban el aire.

-¡Qué día tan hermoso! Como le gustan a mi hijo- se dijo. Anduvo todo el día pero no encontró rastro de Gacelito.

-Este hijo mío tan curioso, siempre alejándose de mi lado, espero que no le haya pasado nada; sabe cuidarse, le he enseñado bien.

Sin darse cuenta llegó hasta los confines de su hogar y tuvo delante la visión que más le gustaba pero que también temía: El Gran Mar. Éste era un lugar hermoso pero desconocido y donde decían había seres temibles; enormes bestias de cuerpos alargados y con dientes capaces de destrozar a cualquier tigre de colmillos de sable.

Decían que algunas noches esas bestias sacaban sus largos cuellos por encima de los acantilados y llegaban a comerse todo lo que estuviera a su alcance.

Pasaron los días y nada se supo de Gacelito; llegó a ir hasta las playas, los confines de lo conocido y nada ni nadie le dio noticias de su hijo. Lo único que sacó en claro es que hacía unos días que solían ver por este lugar un pez muy especial.

Era un gran pez muy sonriente y parlanchín que no paraba de dar saltos y que siempre perseguía a los peces voladores. Parecía curioso ya que observaba todo lo que se movía.

Lo más curioso era, si cabe, que éste tenía cuatro aletas, algo nunca visto en ningún animal de este mar, y según dicen nada frecuente en los delfines, que es como llaman a este gran pez.

Fin

5/5 - (1 voto)

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo