Cuando despertó, salido el sol, no pudo abrir completamente sus ojos por lo esponjado y pegajoso de las lagañas.
Agrandando su incomodidad emitió una dificultosa tanda de resoplidos fenomenales, todos por la boca, abierta como cueva debido a unas fosas nasales rebosando de mocos verdosos, salados y como chicle.
Fijó su mirada borrosa en una rama cercana a su cuerpo rasposo, en nuestras narices pegó un salto para caerle encima con intención de mecerse y su peso le envió al fondo del charco de donde fueron saliendo burbujas que se desparramaron hasta la orilla.
El sapo nunca más volvió a salir y nosotros, chamacos desalmados de quinto, nos quedamos con las ganas de tundirle a puros pedradones.
Fin
"Busquemos, en materia de pedagogía, un pan del tamaño de nuestra hambre"
Autor: Profesor Humberto Quezada Prado