"El sapito marinero" del escritor colombiano José Jair Nieto nos trae una breve pero emotiva aventura en la que un sapito, perdido y desconsolado, recibe la ayuda inesperada de un águila compasiva. Al escuchar su lamento, el águila decide usar su ingenio y generosidad para reunirlo nuevamente con su madre. Esta breve historia resalta el valor de las buenas acciones y el poder de la solidaridad, recordándonos que incluso los pequeños gestos pueden cambiar el curso de un día.
El sapito marinero
El sapito lloraba desconsolado. Jamás he visto uno llorando, pero me lo imagino. Es un espectáculo triste, y tal vez lo mismo pensó el águila que sobrevolaba los contornos.
— ¿Qué te pasa? —preguntó.
— Me perdí de mí casa y no encuentro a mi mamá —le contestó desolado.
— ¡Ah ya! Veremos que se puede hacer o, mejor dicho, ver.
Se dispuso a alzar el vuelo. De pronto se volvió hacía él y le pregunto de nuevo:
— ¿Dónde vives?
— A la orilla de del río, junto a un árbol grandote, en un charquito pequeño. Mi mamá me debe estar extrañando —y volvió a llorar.
— No te preocupes, yo le diré dónde estás.
Abrió a lo ancho sus grandes y bellas alas de colores amarillo y ocre y remontó el vuelo. Con sus “ojos de águila” miraba el horizonte y fue cuando logró verla. Era una rana adulta, vestía una falda larga y en su cabeza llevaba una pañoleta. La vio pensativa a la orilla del charquito, descendió y con mucha educación la saludó:
— Señora rana, ¿cómo está? ¿Perdió usted algo?
— Si. Mi hijo menor. Se fue sin permiso y no sé dónde está. Si su merced me hiciera el bien de ayudarme a buscarlo, yo le pediría al dios de la naturaleza, parabienes para usted y su familia.
— No, es con mucho gusto. Se lo traeré volando.
— ¡Oh no! Él les tiene mucho miedo a las alturas.
— ¡Cómo cree, que raro, pues las alturas son hermosas, pero, en fin, ya vere como le hago!
Se fue y consiguió una ancha hoja de un árbol de bijao, la cogió con pico y garras, la acomodó, como haciendo un nido y metió allí al sapito. Lo puso sobre el río y lo empujo suavemente.
— ¡Buen viento y buena mar! —le dijo, al ver que flotaba río abajo.
Alzó el vuelo, y se posó sobre un gran árbol, y siguió el rumbo del sapito perdido. Sonrió cuando vio a la mamá rana que croaba y saltaba de la felicidad. Cuando distinguió al sapito marinero, lanzó un gran suspiro y pensó:
— ¡Ya hice mi buena obra del día! —y remontó el vuelo.
Fin.
El sapito marinero es un cuento del escritor José Jair Nieto González © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la expresa autorización de su autor.
Sobre José Jair Nieto González
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