El Ratoncito Pérez
El Ratoncito Pérez. Escritora de cuentos infantiles de Barcelona, España. Cuentos sobre el Ratón Pérez.
Una niña quedó al cuidado de su pobre abuela. La anciana preparaba deliciosas sopas de ajo, riquísimos platos de lentejas y le ofrecía sabrosos trozos de lomo adobado y bacalao.
_¡Mmmm, qué rico está todo, abuela! –decía contenta la niña.
Pero el dinero de la abuela no alcanzaba para todo, así que poco a poco dejaron de comer lomo, luego lentejas y al final se quedaron sólo con las sopas de ajo.
La niña estaba a punto de cumplir los 7 años cuando, un día, uno de los dientecitos se le cayó!
_¡Ooh! ¡Qué mala suerte, la mía!- exclamó- ¿Qué voy a hacer ahora sin diente? – preguntó a la abuela la asustada la niña.
La abuela le contó a su nietecita la historia del Ratoncito Pérez y, siguiendo sus instrucciones, aquella misma noche la niña colocó su diente dentro en un pequeño recipiente, lo cerró y lo colocó debajo de su almohada. Pasada la noche y llegada la buena mañana, la niña despertó ilusionada para comprobar si la historia era cierta y…¡Allí estaba! ¡Una moneda de oro! ¡La abuela tenía razón!
Con la moneda, la abuela y la niña fueron a comprar comida hasta llenar media despensa y así pasaron alegres las siguientes semanas.
Cuando la comida parecía acabarse, la niña notó que otro diente bailoteaba.
Ilusionada esperó a que cayera y cuando lo hizo, colocó su diente dentro del pequeño recipiente y lo colocó debajo de su almohada. Pasada la noche, y llegada la buena mañana, la niña despertó ilusionada para comprobar si el ratoncito le había vuelto a hacer el cambio y…¡Allí estaba! ¡Una moneda de oro!
Con la moneda, la abuela y la niña fueron a comprar comida hasta llenar media despensa y así pasaron alegres las siguientes semanas.
Cuando la comida volvió a escasear, la niña notó que un tercer diente bailoteaba. Ilusionada esperó a que cayera y cuando lo hizo, metió el tercer diente dentro del pequeño recipiente y lo colocó debajo de su almohada. Pasada la noche, y llegada la buena mañana, la niña despertó ilusionada para comprobar si el ratoncito habría hecho el trueque y…¡Allí estaba! ¡Una moneda de oro!
Como en las otras ocasiones, con la moneda de oro, la abuela y la niña fueron a comprar comida hasta llenar media despensa y así pasaron alegres las siguientes semanas.
Al poco, cuando la comida parecía acabarse otra vez, la niña notó que un cuarto diente bailoteaba. Ilusionada esperó a que cayera y cuando lo hizo, metió el cuarto diente en el pequeño recipiente y lo colocó debajo de su almohada. Pasada la noche, y llegada la buena mañana la niña despertó ilusionada. ¡Allí estaba! ¡Una moneda de oro! Y pasaron alegres las siguientes semanas.
Cuando la comida parecía llegar a su fin, la niña fue a mirarse al espejo para ver cuántos dientes se tambaleaban. Comprobó desolada que todos estaban fuertes, muy fuertes. Pasaron los días y la niña se miraba en el espejo. Pero todos sus dientes estaban allí, quietos, muy quietos. Tocó uno y otro, pero ninguno se movía…
La niña estaba muy triste pero no dijo nada a la abuela, para no apenarla…Seguramente, se desilusionaría si supiera que se acabó la posibilidad de intercambiar alguno de sus dientes por una moneda de oro.
La abuela, sin ni siquiera preguntar la razón de su tristeza, le dijo a su nieta:
_No te preocupes, mi niña…¡Algún que otro diente caerá!
Después de darse el beso de buenas noches, la niña cerró los ojos pero no pudo dormir. Así que se levantó decidida a contarle la triste verdad a su abuela. Fue entonces, cuando, al acercarse a su habitación descubrió, a través de la puerta medio abierta, como la viejecita introducía sus dedos en la boca y, lentamente, se sacaba su dentadura. La abuela puso los dientes dentro de un recipiente, lo cerró y lo dejó en su mesita de noche.
La niña, conmovida por el gesto de la abuela, esperó a que ésta estuviera completamente dormida. Entonces, cogió el recipiente olvidado en la mesita de noche y se lo colocó debajo de su almohada.
Pasada la noche y llegada la buena mañana, la niña despertó inquieta esperando comprobar si el ratoncito habría hecho su labor y…¡Allí estaban! ¡Un buen puñado de monedas de oro!
- ¡Dios te bendiga, mi niña!_ le dijo la abuela con la mayor de sus sonrisas.
Entonces la niña quedó admirada. ¡La sonrisa de la abuela era blanca, tenía todos sus dientes, uno al ladito del otro!
Y fue así como sucedió, que no sólo el Ratoncito Pérez aquella noche por la casa pasó. También un angelito quiso recompensar la generosidad de la abuela y, de la niña, su buen corazón. Y como en ninguna otra ocasión, con el puñado de monedas de oro, la abuela y la niña fueron a comprar comida hasta llenar toda, toda la despensa y así pasaron alegres y felices toda su vida.
Fin
Este cuento está inspirado en la imagen de mi hija de 7 años, que mirándose en el espejo ansiosa por comprobar cuántos dientes más estaban por caer, me hizo recordar a mi abuela y su generosidad. La cajita es un regalo de nuestro dentista, Jaime Nugent Hornung. Gracias Jaime!