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El ganso (la historia de un héroe por casualidad)

Por Elizabeth Segoviano

El ganso (historia de un héroe por casualidad). Escritora de cuentos y poesías infantiles de México. Cuentos de gansos.

El ganso (la historia de un héroe por casualidad).

Se dice que el destino es un encadenamiento de sucesos… yo la verdad, no tenía la más remota idea de lo que eso quería decir; jamás había creído en el destino, sobre todo viviendo en un pueblecito lleno de granjas en donde todo es perfectamente predecible.

Al romper el alba los gallos cantan, y todo mundo hace lo que debe hacer … no hay mas, así de simple, los días transcurren como si fueran una fotocopia del anterior.

Y yo, aunque alguna vez me había preguntado si la vida me depararía algo más que pasar mis días en la quietud de la granja, nunca hice realmente nada por encontrar mi destino, pues siendo honestos ¿qué clase de sorpresas podrían ofrecérsele a un simple ganso como yo? Si acaso volar a un lugar cálido en el invierno; lo cual era poco probable pues mi pueblito tenía el mismo clima todo el año.

Pues así transcurría mi vida, tranquila y sin novedad hasta que cierta mañana  de verano desperté con un sentimiento extraño, era uno de ésos días en los que sientes que todo y todos están al acecho, observándote, como si hubieras cometido algún tipo de crimen, o como si vinieras de otro planeta; aquella sensación se había apoderado de mi estómago, y al transcurrir la mañana se trepó por mi cuello y sentía como si no pudiera respirar; sin embargo, todo a mi alrededor era normal, y yo no había hecho nada remotamente malo, ni siquiera una travesura; aunque en mi interior sabía que algo iba a suceder … quizá algo malo, o tal vez una catástrofe.

Sin más remedio que comenzar mi día como cualquier otro; salí del establo para caminar un poco; apenas había dado un par de pasos cuando ¡zas! Limonada, la vaca, me estornudó encima ¡asco!

-¡Ay, perdóname gansito! No te vi.

Por un momento quise gritarle a limonada y reclamarle por el asqueroso incidente, pero luego pensé que mi tan esperada catástrofe era sólo eso y me alegré.

-No importa -dije sonriente quitándome sus pegajosos mocos de encima- no te preocupes limonada, digo, si alguien te va a llenar de babas y mocos ¡qué mejor que sea por una buena amiga! ¿no crees?

-Si tú lo dices gansito.

Entonces pensé que después de un buen baño todo quedaría olvidado y aquel sentimiento horrible también sería borrado por el agua; así que me dirigí a mi bello estanque, sumergiéndome poco a poco en la cristalina agua fresca, sintiendo cómo mi plumaje se iba limpiando; cuando a la distancia, por el viejo camino empolvado que llegaba a la carretera, se escuchó el rugir de algo que parecía enorme, posiblemente con inmensos colmillos y garras de la misma talla y con cada segundo que pasaba, aquel horripilante estruendo se intensificaba; ya podía imaginármelo, aquella bestia entraría en la granja y primero lo destruría todo, aplastándolo con sus patas y luego nos comería a todos uno a uno ¡hasta a la mocosa de la limonada! ¡y sería el fin! ¡el fin! ¡yo sabía que algo terrible pasaría! ¡era el armagedón!

Y lo único que se me ocurrió hacer eran tres cosas: la primera gritar:  “¡huyan, sálvense! ¡corran a todo lo que les den sus patas y escóndanse de la temible bestia! ¡el fin del mundo ha llegado!” y las otras dos fueron cerrar los ojos y tomar una última bocanada de aire… fue así como me di cuenta de que no había tal bestia, pues lo único que respiré fue el nauseabundo humo del escape que iba dejando a su paso una destartalada camioneta. Por supuesto que las carcajadas y burlas de todos los demás no se hicieron esperar.

-¡uy sí-decía Lombriz, un cerdito que sin importar cuanto comiera nomás no engordaba, parecía un pedazo de cuerda con trompa- ¡corran la camioneta destartalada trae el fin del mundo!

-¿qué rayos te pasa ganso loco?-refunfuñaba Pakuk Calaal-era un viejo caballo que se creía la última rebanada de pizza sólo porque sus ancestros se remontaban a los tiempos de la conquista. Pero como nadie podía pronunciar su nombre, todos le decíamos patas locas- ¿quieres matarnos de un infarto?

-¡Ay ya cálmense, no es para tanto!-les dije- tenían que ser animales de granja, no tienen sentido del humor, sólo intentaba poner algo de emoción a sus monótonas vidas. ¿a poco no les gustó mi numerito?

¡cuidado ganso!-gritaron todos- lo último que escuché fue un silbido cruzar el airee luego sentí tremendo golpazo en la cabeza y todo se desvaneció.

Quien sabe cuánto tiempo estuve inconsciente, por lo menos fue el suficiente para que todos me rodearan e intentaran reanimarme, recuerdo así como entre sueños que alguien dijo : “denle unas palmaditas en los cachetes” pero se mandaron y sentí como si me agarraran el pico a patadas, finalmente comencé a sentir algo húmedo en la cabeza que poco a poco me hacía reaccionar.

-¡Órale limonada no lo babees!-dijo Lucifer, no se espanten, es una gallina que se llama Lucía Fernanda, o sea Lucifer pa´los cuates- ¡es lo último que le faltaba!

-¡Ay perdón!-decía la babosa de Limonada-se me escurrió.

-¿Qué me pasó?-les pregunté-

-Pues resulta-comenzó a explicar patas locas-que eso del fin del mundo por poco y se hace realidad para ti, alguien aventó un par de viejas botas y te cayeron encima ¿estás bien?

-Sí… abofeteado y babeado, pero bien.

-¿No quieres ver las botas que cayeron del cielo y por poco te matan?-me preguntaron Ángel y Querubín, los hijitos de Lucifer-

-¡No jueguen con ésa basura!-relinchó Patas Locas- sólo dios sabe donde han estado esas porquerías.

-¡Pero sí quiero verlas-repuse- ¡vaya, son enormes!

-¡Y rojas!-interrumpieron los polluelos- ¿qué el rojo no es señal de algo?

-¡Eso es!-dije yo- ¡esto es lo que iba a pasar! … ¡es mi destino!

-¿Ser aplastado por un par de botas?-me cuestionaron todos-

-¡No zopencos! ¿no lo entienden? Éstas botas cayeron del cielo, sobre mí, los pollitos tienen razón, es una señal de que estoy destinado a ser alguien importante … ¡soy más que sólo un ganso!

-¡Sí claro!-decía Lombriz- eres un ganso con un golpe que te ha dejado turulato.

-¡Digan lo que quieran éstas botas son especiales y sólo para ser usadas por alguien único, no un montón de animales corrientes como ustedes.

-¡No te las pongas!-gritó Limonada- ¡si son espaciales, seguro que también son radioactivas!

Ni siquiera valía la pena contestarle a Limonada, por lo que metí mi patita derecha en la primer bota, me quedaba bien, así que me puse la otra, e inmediatamente me sentí diferente, ahora sabía por qué los súper héroes debían llevar ropa tan extraña, era para distinguirse del mundo.

-Oye, ganso insulso-decía Patas Locas- ¿qué vas a hacer ahora que supuestamente eres tan especial?

El silencio reinó en la granja; todos tenían los ojos clavados en mí, esperando que dijera algo y juro por todos los cielos que no sabía que debía hacer.

-No sabes ¿verdad?-dijo burlonamente Patas Locas-

-Ése no es el punto-aclaré- el punto es que ahora sé que tengo un verdadero propósito en la vida, ya tendré tiempo para descifrar con exactitud cual es.

Así, me dirigí al establo a pensar qué debía hacer un ganso con un par de botas rojas.

Ya había transcurrido casi un mes desde que mi destino me había caído literalmente encima y yo aún no podía descifrar lo que aquel episodio significaba.

Por mi cabeza habían desfilado varias ideas; todas con desenlaces nada satisfactorios, como cuando se me ocurrió que alguien con estas botas sería un gran explorador, escalando montañas, descubriendo cuevas y viviendo un sin fin de aventuras atravesando desiertos, selvas y valles.

Pues me fui a probar suerte a la colina más alejada y alta que encontré, seguido por mi club de admiradores, conformado por la Limonada, Lucifer y sus pollitos, así comencé a escalar la vieja colina por el lado más rocoso, el ardiente sol de verano tostaba mis alas que tenían enterradas varias docenas de espinas, pues por doquier había nopales y tunas que parecían acecharme, lo peor sucedió cuando al tratar de pasar sobre una inmensa roca se me zafaron las botas, porque no tenían agujetas y ¡pácatelas! Que me voy colina abajo pasando por afiladas rocas y los canijos nopales hasta que la buena de la limonada atajó mi caída ¡gracias a dios es una vaca bien dada y suavecita! Si no, ahorita no la estaría contando, cuando me llevaron de regreso a la granja el Patas Locas ya nos estaba esperando sólo para decirme “¿cómo se te ocurre andar haciéndole al alpinista? Los gansos no escalan … ¡no tienen necesidad de hacerlo! ¡Porque los gansos vuelan bruto!”.

Mi silencio y mi cara de menso de “¡ay si es cierto!” hicieron que la granja entera explotara en carcajadas, y sintiéndome como payasito de feria dominguera me fui a esconder a mi estanque.

Lo siguiente que se me ocurrió fue que podía ser un buen deportista, pues con unos zapatos tan distinguidos sólo podía dedicarme a una cosa … ¡ser futbolista! Así que con un costal de semillas y un poco de ingenio tracé una cancha de fútbol, y le pedí a Querubín y Ángel que me ayudaran a hacer un balón, en pocos minutos ya todo estaba listo, puse a mis amigos en sus respectivas posiciones y nos pusimos a jugar, lo feo comenzó cuando tiré tremendo cañonazo al area chica, todos pusieron cara de horror al ver que el balón había volado en mil pedacitos, yo ya me sentía el nuevo Zidane pero cuando todos huyeron despavoridos a lavarse las caras les pregunté que había pasado y Limonada me dijo “ya ni la muelas gansito, ahora sí te pasaste ¿qué no te diste cuenta de que ése balón estaba hecho de estiércol de borrego?”

Después de tremenda corretiza que le di a los hijos de Lucifer y de hacer un balón más decente, por fin iniciamos el juego aunque los resultados fueron quince ventanas rotas, dos dientes quebrados de limonada, una nariz en forma de signo de interrogación que todo mundo jura que no tenía así lombriz, dos pollitos moreteados y el ojo negro, hinchado y lloroso de patas locas que entre sollozos decía “¡ésos ni siquiera son zapatos de fútbol!”

Como ya podrán imaginarse después de tan desafortunado capítulo nadie quería hablarme, hasta la alivianada de la Lucifer terminó diciendo “¿cuántas desgracias más tienen que pasar para que te olvides de esas mendigas botas?”. Yo sentía que el tiempo y los admiradores se me acababan, algo tenía que hachee pero ¿y si los demás tenían razón? ¿y si eso del destino y las señales eran puros cuentos chinos? ¿y si era yo la bestia que iba a acabar destruyendo la granja? ¿acaso el destino valía más que mis amigos? ¡mendigas botas! ¡malhaya sea la hora en que me cayeron encima! ¡desde ése día ya no había tenido ni un minuto de paz!

Esa calurosa tarde tomé la decisión de arrojar las dichosas botas al fondo del estanque y salí a dar un paseo para ver cómo me iba a disculpar con mis amigos; sin darme cuenta la noche ya había caído y con más miedo que ganas me dispuse a regresar a la granja, cuando a la distancia Vd. una enorme hoguera que crecía cada vez más con la brisa tibia que soplaba, al irme acercando noté que el fuego invadía mi granja y no había señal de mis amigos, por más que los llamé, nadie respondía hasta que me acerqué al establo cubierto en llamas y escuché apenas un susurro que decía ¡Ayúdanos!

¡Me lleva el tren!-dije- ¿ahora cómo los saco? Si esto parece el mismísimo infierno… ¡Las botas!- corrí al estanque, me sumergí y jalé las botas llenas de agua hasta la entrada del establo y mojé la puerta, el fuego cedió lo suficiente para dejarme pasar y quitar el seguro que mantenía presos a mis amigos, lo malo fue que en cuanto el patas locas vio forma de salir corrió como alma que lleva el diablo, seguido de la limonada y me aplastaron contra la pared con la puerta chamuscada, es lo último que recuerdo, los detalles de quién y cómo me encontraron aún no los sé, desperté hace unas semanas en la clínica del veterinario, con mis plumitas chamuscadas y sin botas, pero con todos mis amigos ¡y hasta famoso! pues en el periódico del pueblo escribieron un reportaje sobre mi con un encabezado que cita: ”ganso bombero rescata a animales de peligroso incendio”. ¡y adivinen qué! esta mañana me llevaron a la estación de bomberos en donde además de un par de flamantes botas rojas, también me dieron un casco que hace juego y tiene una inscripción en letras fluorescentes que dice “miembro honorario del insigne cuerpo de bomberos”.

Éste es pues, el encadenamiento de sucesos que me llevó a descubrir no sólo mi destino si no también mi vocación.

Fin.

El ganso (la historia de un héroe por casualidad) es un cuento de la escritora Elizabeth Segoviano © Todos los derechos reservados.

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