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Por Gladys Gutiérrez Fernández. Cuentos de conejitos

Cotito en la Escuela es uno de los bellos cuentos de conejos y zanahorias escrito por Gladys Gutiérrez Fernández, escritora chilena. Cuento sugerido para niños a partir de seis años.

Cotito en la escuela

Cotito en la escuela

Un conejo que vivía cerca de una escuela, salió un día a curiosear por la ciudad.

Se preguntaba muchas veces por qué los niños llevaban libros bajo sus brazos y llegaban a una casa gigante.

Y como su curiosidad era también muy grande, esperó la hora que llegaran los niños a la escuela y como era época de primavera y ya no hacía frío, se escondió detrás de la estufa y ahí se quedó bien calladito.

Cuando la señora grande que estaba adelante comenzó a hablar de las hortalizas, preguntando a los niños qué verduras conocían, y ellos gritaban a coro, me sentí muy intranquilo, porque no sabía nada de esas cosas.

Mientras estaba escondido pensaba por qué no había encontrado un lugar así donde me enseñaran cosas importantes, pero la profesora –que así la llamaban- pidió silencio y que hablaran de a uno. Era cierto, no se entendía nada, todos hablaban y no podía captar lo que decían.

Por fin, la profesora tuvo la ocurrencia de ordenarlos y así tomé nota, sólo en mi cabecita, de lo que decían. Me dije que la próxima clase me compraría un cuaderno y un lápiz y escribiría ahí en mi escondite.

La profesora seguía hablando de las papas, las acelgas, los choclos, tomates y zanahorias, entonces, me sonó tan fuerte el estómago, -es que sentí un hambre muy grande-, mis dientes rechinaron, como si estuviera comiendo nabos, espárragos o zanahorias. ¡Que pena sentí! porque no pude callar mi estómago, dejando que me descubrieran al instante.

La profesora mirando hacia la estufa, de inmediato expresó su enojo, diciendo:

– «¿De quién es este conejo?»

Me sentí muy humillado porque ella dijo: «¿De quién es este conejo?» como si se tratara de nadie. Eso me dolió mucho y entonces los niños y niñas se miraron y nadie dijo nada, pero en sus ojitos se veía la alegría que sentían con mi presencia.

Nuevamente la profesora preguntó:

– «¿De quién es este conejo?» -y, tímidamente, Javiera habló.

– «Profesora, Cotito me siguió a la escuela, es que me quiere tanto porque lo alimento todos los días y él me despierta por las mañanas para venir a la escuela.»

– «Profesora, seguro sintió muchas ganas de saber lo que hago.»

La profesora se quedó en silencio, escuchando atentamente a Javiera que argumentaba tan amorosamente mi presencia. Entonces, le dijo:

– «Javiera, cuando salgas de casa mañana, debes tener más cuidado y dejar a tu conejo Cotito en casa.»

En la sala reinaba un silencio estremecedor, que me temblaban las patitas, cuando uno de los niños rompió el silencio, exclamando:

– «¡Profesora!», gritaron los niños a coro, «Cotito no molesta, él quiere aprender lo que usted nos enseña. Dejemos que venga mañana también y le regalamos un cuaderno para que escriba las cosas tan sabias y lindas que usted nos enseña.»

La profesora estaba confundida con esa demostración de cariño que expresaban sus niños y niñas, quedándose un instante en silencio, … pensando qué hacer.

– «Bueno, bueno, pero ¿qué dirán los otros niños del colegio cuando salgan a recreo, y Cotito corra por el patio para hacer sus necesidades y se coma algunas hierbas que buscará afanosamente en el campo de golf?»

Todos seguían apoyándome para que no me expulsaran de la sala.

– «Profesora, no se preocupe, porque nosotros lo acompañaremos, haremos turnos y nos dividiremos en grupos para que así, en cada recreo, Cotito pueda correr y comer. ¿Qué le parece profesora?»

Javiera toda confundida no sabía qué hacer. La miraba desde mi escondite –del cual todavía no salía- con mis ojitos muy grandes y asustados porque aún no se decidía qué hacer conmigo. Pero tenía tanta hambre que mi estómago sonaba cada vez más.

¡Ay, mi Dios! De repente suena la campana para salir a recreo y ahí si que se formó una gran revolución, porque cada grupo quería ser el primero en acompañarme, y, Javiera, me miraba con sus ojitos llenos de lágrimas porque no podía hacer nada.

Los niños se habían encariñado tanto conmigo, pero como ya estaba libre de mi escondite, pasé rozando sus piececitos dándole a entender:

– «¡No te preocupes Javierita!, ¡mi niña linda!, que todo está resuelto… ¡Ya!. Tus amiguitos sin pedirles nada se están preocupando por mí, así es que tú me acompañas, nada más ¡ya!»

Salimos todos a correr al patio, algunos pasaron al baño a tomar agua, mientras tanto, yo también hacía lo mío, en un rinconcito del patio, sin dejarme ver por supuesto.

¡Ay! Que contento estaba en esa escuela porque quería estudiar. Y tantos amigos que encontré. ¡Qué buena es mi amiga Javiera!, tiene tantos amiguitos y amiguitas y a querido compartirlos conmigo.

Al regresar a la sala, ya no tenía mi escondite, me instalaron sobre una silla y con mis dos manitos me afirmé sobre la mesa, parecía otro niño más.

Mis amiguitos trataban de mirarme lo menos posible para que la profesora no me sacara de la sala. Todos ponían atención a la profesora que estaba enseñando, esa materia, Comprensión del Medio Natural, -así decía ella-.

Y dale con las hortalizas, ¡Uf! y hablan de cómo sembrar, la preparación de la tierra y las estaciones, o sea, si es en otoño, invierno o primavera que se debía sembrar.

La profesora participándome de la clase, me dijo:

– «¿Verdad Cotito que a ti te gustan las zanahorias todo el año?.»

Yo invadido por el hambre y la emoción traté de decir que sí, pero sólo se escuchó el castañeteo de mis dientes y todos se rieron. ¡Uf! ‘Gracias a Dios’ que los niños rieron, ¡Qué alivio!… bueno, y entonces la profesora continuó con la clase.

Ya estaba cansado en esa postura en la silla, así es que me eché en el piso y me puse a pensar…

¡Que imprudencia la mía!, pensar que puedo estudiar, si no tengo cuadernos, no tengo baño especial para mí, los amigos que hice no son iguales a mí y yo tan vanidoso queriendo estudiar.

Terminó la jornada y sonó la campana nuevamente para irnos a casa. Rápidamente, Javiera me recoge con tanto cariño y me abraza. Me daba besitos en mi pelaje, el que ella cepillaba constantemente en casa, y me apretaba con sus bracitos de niña.

¡Qué feliz estaba en sus brazos! Me sentía tan protegido y seguro con ella.

Le di las gracias a la profesora por haberme dejado cumplir un sueño que tenía, rozándole un pie, era la única manera de demostrarle mi afecto y agradecimiento y a todos mis amiguitos, también. Salté por cada escritorio, de un lado a otro, dando saltos cortos, saltos largos que me trasladaban con mucha facilidad.

Los niños reían y aplaudían mis acrobacias. Estaba tan feliz. Y así me despedí de todos.

Claro que no esperaba una invitación tan pronto, diciéndome que al cosechar las zanahorias, yo debía bautizar el sembradío que, como término de la clase, que la profesora tan didáctica y entretenida les hizo ese día, ellos debían hacer.

Felices nos fuimos a casa con Javiera. Calladitos nos fuimos a dormir. Ella se acostó en su camita que su mamá le tenía calientita y yo me fui a la mía, llena de rejillas para que no me falte el aire y la luz y así poder soñar con otra aventura que espero tener otro día.

Fin.

© Gladys Gutiérrez Fernández
Registro de propiedad Intelectual Nº 221220 (27.09.2012)
Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio físico o digital sin la autorización expresa de la autora.

Cotito en la escuela es uno de los bellos cuentos de conejos y zanahorias escrito por Gladys Gutiérrez Fernández, un cuento sugerido para niños a partir de seis años.

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