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El patín del diablo es uno de los cuentos de navidad de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para niños a partir de ocho años.

Los diablos estaban felices. Habían inventado un nuevo medio de transporte que les resultaba muy eficaz y, además, súper divertido. Les permitía ir para arriba y para abajo, para un lado y para el otro de los vastísimos infiernos, y también llegar al mundo y recorrerlo rápidamente, haciendo más diabluras que antes y, lo más importante, convenciendo a los humanos de que también las hicieran.

Los humanos no podían verlos, pero el hecho es que ellos iban, con su modernísimo medio de transporte, por todas partes. Los diablos no se preocuparon por darle nombre, pero nosotros le diremos, por lo pronto, el diablomóvil. El diablomóvil tenía muchas ventajas: por su reducido tamaño cabían más de ellos en las autopistas infernales, y también en sus cocheras y en sus bodegas; era de un material resistente y además su funcionamiento muy sencillo, por lo que nunca se descompondría.

Y, lo más importante, no funcionaba con gasolina ni con ningún otro combustible. Eso era definitivo para que los diablos lo adoptaran como medio de transporte, no por lo que economizaban al no tener que usar gasolina, eso a los diablos no les importa mucho; ellos tienen cómo conseguir todo el dinero que quieran, y el ahorro de combustible para no contaminar el ambiente no sólo no les preocupaba, ¡claro que no!, al contrario: para ellos, los diablos, mientras más contaminaran, mejor.

Pero sería temerario introducir en las mismísimas llamas del infierno un vehículo que usara gasolina… No hubo diablo que no encargara de inmediato su diablomóvil, así que decidieron fabricarlos en serie y llenar una inmensa bodega, de modo que todos los diablos presentes y futuros tuvieran asegurado el suyo.

Sucedió que un día, un diablo imprudente decidió hacer la más terrible diablura que a ningún diablo se le hubiera ocurrido nunca: no hacerse invisible en sus correrías entre los humanos. Iba feliz en su diablomóvil, bajaba el pie derecho para impulsarse y avanzaba rápidamente, cantando y riéndose; cuando necesitaba nuevo impulso empujaba con el pie izquierdo.

Se jactaba de su suerte porque la gente no lo veía, pero dio la casualidad que pasó frente a un gran empresario de los juguetes, que era muy abusado y no dejaba pasar, como suele decirse, una mosca sin arrancarle una pata para beneficio propio. Se quedó don Juguete muy impresionado al ver al diablo, claro, pero sobre todo al ver su original medio de transporte, que no parecía ni remotamente un coche; más se asemejaba a los vehículos de los niños: patinetas, bicicletas y triciclos.

Eso le dio una grandiosa idea: ¡fabricarlo y venderlo como juguete! ¡Sería genial! Al buscarle nombre estuvo a punto de darle el mismo que le dimos nosotros, diablomóvil. Pero luego pensó que era más descriptivo llamarle patín del diablo, y así le puso. Claro que nunca le diría a nadie que había visto nada menos que a un verdadero diablo montado en un vehículo como ésos…

Cuando estuvo listo, unos meses antes de navidad, don Juguete se dedicó a hacer publicidad a su nuevo producto, seguro de que tendría un éxito arrollador durante esa temporada. Y no se equivocó.

En el cielo, todos estaban desolados. Llevaban días abriendo las cartitas de los niños con sus peticiones para navidad y reyes, y… de cada tres niños, dos pedían un patín del diablo. Ni todos los patines de la tienda de don Juguete alcanzarían para surtir tantos pedidos. Más de tres cuartas partes de los niños se quedarían sin el regalo que habían pedido. ¿Qué hacer? Enviaron un telegrama a don Juguete.

Por cierto, no se decidían a llamar “patín del diablo” al nuevo juguete, en el cielo no se pronuncian esas malas palabras, así que le pedían que acelerara la producción de muchos nuevos “patines del d.” Pero don Juguete les respondió que ya no era posible; ya faltaban sólo dos días para navidad, ¿cómo creían que…? ―¡Yo no hago milagros! ―terminaba la respuesta.

Ni modo de fallarles a tantos niños. Podrían llevarles otra cosa, pero sin duda se sentirían decepcionados. Ni siquiera para llevarles sólo a los bien portados, que no son la mayoría, les alcanzarían los de la tienda. ¡Producirlos en el cielo! ¡Claro! Mmmm… No. No era buena idea. Si el personal del cielo se mete de empresario, ¿a dónde vamos a parar? ¿Quién se va a hacer cargo de las cosas más importantes?

Además, no tienen experiencia en la producción de juguetes y podrían salir defectuosos. Y, por supuesto, tampoco alcanzaría el tiempo. Nunca tendrían listos tantos patines del d. para surtir todos los pedidos. Un ángel medio tonto sugirió ir a robarlos del infierno. Por poco se lo comen vivo los demás ángeles.

―¡Noooo!, ¡¿cómo crees?!

―Nosotros, ¿descender a los infiernos? ¿Estás tonto de la cabeza?

―¿Y convertirnos en vulgares rateros, nosotros, que representamos a la bondad y la honradez? ¡Ni lo sueñes! No parecía haber solución posible.

―Bueno… Y si…

A otro ángel más listo se le estaba ocurriendo algo. Todos callaron para oír lo que tenía que decir. Pensó unos momentos y luego dijo.

―¡Sí, hay algo que podemos hacer!

―¿Qué…? ―preguntaron todos, sorprendidos. Ni los reyes magos, con toda su magia, habían dado con una solución.

―¡Podemos hacer que ellos nos los den!

―¿Quiénes ellos?

―¡Ellos, los d.!

Nadie se atrevió a decir nada. Sólo de pensar en los enemigos de abajo enmudecieron. Pero el ángel no pareció azorarse y continuó.

―Tengo una idea. Por todas partes hay anuncios de ese juguete infernal. Pues bien, ¿y… si le quitamos lo infernal?

―¡¡¿¿Cómo??!! ―preguntaron todos los seres celestiales. El ángel no contestó, sacó una cartulina y plumones de colores, y se puso a dibujar un cartel publicitario.

―El patín del… ¡¡uuughh…!! dia… dia… ¡¡uugh!! diablo… –pareció que iba a vomitar– es el transporte que utilizan los ángeles en el cielo ―decía la publicidad, y se mostraba un ángel blanco y con su aureola montado en un patín del diablo, transportándose de una nube a otra. A todos les pareció genial la idea, y pusieron manos a la obra.

Al día siguiente no había calle en la que no hubiera pegado un cartel con la nueva publicidad. En el infierno, los diablos estaban de un humor de todos los diablos.

―No, pues eso sí que no vale. ―Nos han pirateado nuestro medio de transporte, esos ángeles tramposos… Ésas y otras quejas parecidas les calentaron los ánimos más que las ardientes llamas del infierno, hasta que tomaron una drástica resolución.

Esa noche aparecieron todos los patines del diablo abandonados por aquí y por allá. Los ángeles se dieron prisa a recogerlos todos para embodegarlos; por más que se han empeñado en cambiarle el nombre y llamarle “patín de ángel”, ese nombre no suena divertido: los niños prefieren seguir llamándolo “patín del diablo”. Quizá es porque, al usarlo, se sobreentiende que harán “diabluras”…

Santa Claus, el niño Dios y los santos reyes pudieron surtir todos los pedidos para esa navidad y día de reyes, y aún tienen, en las bodegas celestiales, todos los patines del d. que a todos los niños se les ocurra pedir en todas las navidades…

Fin

El patín del diablo es uno de los cuentos de navidad de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para niños a partir de ocho años.

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