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Zidne

Zidne, El Inicio. Francisco Díaz, escritor español. Cuento espiritual. Cuento infantil.

Zidne era un pequeño de corta edad, vivía con sus padres fuera de la ciudad y desde sus primeros días siempre mostró un infinito deseo de aprender. Un día Zidne salió de su casa de campo, era de noche, y pudo observar el universo, las estrellas, la luna … y en su mente, tal vez en su interior, pudo admirar la belleza y perfección del orden del universo.

Zidne por primera vez empezó a percibir algo distinto a la razón y a los sentimientos. Al día siguiente, Zidne, era de día, percibió la energía del sol y pisando fuertemente sobre la tierra observó la maravilla que lo rodeaba, más bien de la que él participaba. Flora, fauna, tierra, agua, aire y fuego se manifestaban ante él.

Su curiosa mente, pronto dejó de funcionar y sus sentidos parecían apagarse, en él broto un nuevo modo de observar la tierra y ese nuevo modo de observar, lo llamó percibir. Sus sentidos pasaron a transformarse en un todo y nada de lo que podía ver, oír, oler o tocar era ajeno a él. Aquel día a las doce horas Zidne durmió a plomo con lo percibido. Al día siguiente, tal vez fue mes o año que no día, Zidne no salió de la casa.

Pensó que sus percepciones de los días anteriores habían sido demasiado impactantes. Se sentó en su salón en un cómodo butacón, estaba en soledad, cerró las persianas de las ventanas, apagó todas la luces, parecía el salón una cámara oscura, y pensó en la soledad de la oscuridad nada nuevo podré percibir. Al rato de estar en esta situación, su mente dejó de pensar, sus sentidos de sentir, y empezó a mirar a su interior.

Enseguida sintió la perfección del orden en su organismo, proyectó dicha percepción sobre la de los dos días anteriores y pronto descubrió que nada de lo universal, nada de la tierra y que en general, nada le era ajeno asimismo. El orden percibido el día 1, 2 y 3 era como si fuese la unidad. Universo, planeta y Zidne eran una sola cosa, tres eran igual a uno y la unidad era el principio y el fin. Sus herramientas fue dejar de sentir y empezar a percibir; el lugar fue la oscuridad de la cámara de su salón y lo aprendido, que existe un solo orden del que somos parte.

Zidne, desde ese día, ya no era el mismo, era como si hubiese nacido de nuevo. Zidne continuó su trabajo, su obra, todas las horas y todos los días, desde el medio día hasta la media noche.

Fin

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