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Vida de Musa ⊛ Ellos se llevan el reconocimiento y yo… sigo trabajando ad honorem al servicio de las artes.

Por Cecilia Maurig. Cuentos para jóvenes y adolescentes.

Vida de Musa es un cuento muy divertido, y especialmente recomendado para jóvenes y adolescentes, de la escritora argentina Cecilia Maurig, basado en la historia mitológica de la diosa Calíope, quien parece que estaba un poco cansada y aburrida de su papel de musa, podríamos decir que estaba harta de que, principalmente los escritores, sean tan desagradecidos con su ayuda. Pero bueno, veamos que le depara el destino a esta agotada musa de la inspiración.

Pero primero, y para enriquecer la lectura, conozcamos un poco más sobre Calíope.

¿Quién era Calíope?

Vida de Musa - Calíope de Giuseppe Fagnani

Calíope, que significa «voz bella», de las palabras griegas kallos y ops, era la mayor de las musas, las diosas de la música, el canto y la danza. Como las demás musas, es hija de Zeus y Mnemosine, pero Hesíodo la ubica como de mayor importancia sobre sus hermanas, porque siempre acompañaba a los reyes.
Calíope es, en especial, la diosa de la elocuencia, que otorgaba su don a reyes y príncipes. También en la época clásica, cuando las musas tenían asignados ámbitos artísticos específicos, Calíope fue nombrada musa de la poesía épica. Se la representa con las características de una muchacha de aire majestuoso, a veces con una corona dorada o guirnaldas, una trompeta en una mano y una tabla y un lápiz, o un pergamino en la otra. En el arte más antiguo se la representaba sosteniendo una lira.
Calíope se casó con Eagro y con él fue madre de Orfeo,​ Yálemo​ y Lino, aunque también se dice que el padre de Lino fue Apolo.​
En una ocasión Zeus le encargó la resolución de la embarazosa disputa entre Afrodita y Perséfone por la custodia (y disfrute) de Adonis. La resolvió decidiendo que Adonis pasase medio año con cada una. Afrodita, indignada porque quería tenerlo siempre consigo, se vengó provocando que las mujeres de Tracia despedazaran a su hijo Orfeo.​

Si desean conocer más sobre la musa Calíope, lo pueden ver aquí.

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Vida de Musa

Vida de Musa - Calíope de Giuseppe Fagnani
Pintura «Calliope» de Giuseppe Fagnani, CC0, via Wikimedia Commons

¡Harta! ¡Estoy harta! Mi cansancio es milenario. ¿Cuánto tiempo hace que me vienen invocando…? No sólo los escritores de estos parajes.

Soy una musa, pero no la única. Somos nueve. Mis hermanas se la pasan de bien… bailan, cantan, ni se enteran si algún poeta las reclama.

He notado que la falta de inspiración es cada vez más evidente en la sociedad actual y mi opinión es autorizada. Siglos de vida en el Olimpo lo confirman.

Ya ni a mis clases de coro puedo ir… Si no es un poeta que necesita de mi inspiración para escribir un soneto, es un novelista al que le faltan adjetivos para describir a sus personajes.

¡Esto no es vida! Metáforas, rimas, comparaciones… tengo que estar en todo.

A mí también algún día se me van a acabar las ideas. ¿Y entonces? ¿A quién le van a ir a reclamar?

¿Se imaginan las librerías vacías por escasez de escritores? Las editoriales no sabrán que hacer sin mí, tal vez cerrarán sus puertas porque no hay nada nuevo para publicar… ¿Y qué? ¿debo sentir culpa por eso? ¿Alguna vez los editores se acordaron de mí?

Como verán, mi mayor atributo es la elocuencia y este manifiesto que hago público ante ustedes, creo que así lo demuestra.

La única tortuga que la escuchaba dejó de comer sus lechugas y se retiró a sus aposentos.

¡Qué fácil es esconderse en el caparazón y hacer oídos sordos a mis infortunios! Ya me mudé diecinueve veces por sugerencia de Apolo… y me siguen reclamando… ¡Aquí! en este bosque olvidado… ¡tan lejos del Parnaso!

Recuerdo muy claramente sus palabras: «… Calíope… tranquilízate un poco, refúgiate por un tiempo en alguna cabaña perdida, dedícate a la jardinería, verás como te despeja el contacto con la tierra…».

¡Qué ingenuo! ¡Es peor, me siguen demandando! Parece que soy imprescindible…!

Su monólogo se expandía por el monte, retumbando en el pinar que lo escuchaba.

Margarita, la araña, lo oyó y sin parar de tejer le contó a la lechuza sobre la nueva vecina.

Tenga cuidado porque está un poco nerviosa. Necesita distraerse, no le va a venir nada mal una temporada en este sitio.

¿Usted cree Margarita? –preguntó la lechuza desconfiada- si en este bosque no ganamos para sustos…

Va a descansar su cabeza –respondió la araña simulando no haber escuchado las últimas palabras del ave- dicen que el trabajo intelectual es más agotador que el nuestro.

La lechuza pensativa, mientras preparaba scones de naranja sentenció:

Mire que estos seres divinos, con toda su descendencia, tienen unos líos que ni le cuento, además son envidiosos y muy vengativos.

Ahora que hago memoria, recuerdo que mis primas siempre cuentan una historia que cada vez que la escucho me pone el plumaje de punta…

No me dejen afuera, me encantan los chimentos de familia –dijo el castor saliendo del río.

Continúo -decretó la lechuza- una tarde, las sirenas que cantan de lo más bonito, desafiaron a las musas en un concurso de canto. Las nueve hermanas se fueron altaneras a la orilla del mar  y escucharon la música de las mujeres acuáticas.

Las nueve igual de engreídas, solo hablaban de sus virtudes proféticas, decían que eran las únicas divinidades de las artes y de las ciencias… mujeres muy bien preparadas. Tocaban la lira, danzaban y eran las depositarias de toda la sabiduría del universo.

El castor, impaciente por conocer el final del cuento, se sacudió el agua mientras decía:

Yo a las musas no las conozco, pero si me preguntan por las sirenas… bastante bravas son las chicas. La de naufragios que provocaron…

La araña tejía inmutable, cansada de los chismes del bosque y contemplaba orgullosa su labor mientras la lechuza relataba detalladamente los pormenores del concurso.

La cosa es que obviamente las sirenas perdieron… y no me van a creer lo que pasó. Las muy musas les arrancaron las plumas de sus alas, porque estas jóvenes antes eran seres alados… ¡¡y las usaron para hacerse nueve coronitas…!! Las pobres dejaron de cantar por un tiempo, hasta que superaron la pérdida de sus alas. ¡Abrase visto semejante maldad!

No crea todo lo que le cuentan –dijo la araña concentrada- todas las criaturas tienen una segunda oportunidad.

Si usted lo dice… seguramente detrás de su telaraña la vida se ve de otro modo.

La conversación entre la lechuza, el castor y la araña continuaba y también continuaba el discurso de Calíope.

También aquí me han encontrado, ahora es un pensador que no logra plasmar en el papel sus brillantes teorías. Y ahí voy yo a hacer mi trabajo.

Una vez realizado, ni gracias me dicen. Ahora que lo pienso, en tantos años ni un libro me han dedicado. Ellos se llevan el reconocimiento y yo… sigo trabajando ad honorem al servicio de las artes. Necesito disfrutar del ocio, cantar en los banquetes para deleite de los dioses, sin apuro… ¡Nunca llego al postre porque la lista de escritores a los que debo visitar cada vez es más larga…!

Dejó de hablar cuando el sonido del agua la hizo recordar un antiguo manantial que frecuentaba de niña.

¿Cuánto hace que no converso con la corriente? –se preguntó guiada por una cascada de reminiscencias que la llevaron a un pequeño río que tomaba fresco bajo el fresno.

Sumergió sus pies en el líquido elixir, se sintió liviana, sosegada… un bálsamo de flores silvestres la inundó de bienestar y mansamente se quedó dormida.

Desde el árbol la miraban Margarita y la lechuza que recién terminaba de hornear los scones. Desde la orilla la observaban el castor y la tortuga.

Sugiero que la dejemos dormir, con el río como música de fondo tendrá un descanso reparador…

¿Y si los dioses comienzan a buscarla? Seguramente sus hermanas notarán su ausencia… ¿y si nos culpan por haberla retenido en el bosque? –preguntó la lechuza.

Cuantas tonterías juntas –dijo la araña disgustada- no va a pasar nada de eso.

El verde es restaurador, se despertará como nueva y después verá como sigue sus días… tal vez pueda cambiar su sino. A través de mi tejido presiento novedades.

La musa dormía, enredada en sueños cristalinos. La voz del agua la acunaba en un vaivén de frescura y todo era perfecto en ese edén de bosque a media luz.

Pero ese vergel, de noche, no era el mismo. Lo sabían todas las plantas y animales que vivían de este lado del río.

Si no despierta cuando salga la luna, tendremos que hacerlo nosotros –dijo el castor preocupado- ¿Quién iba a decir que la muchacha dormiría tanto?

Debemos protegernos, creo que es hora de llamarla –sugirió la araña en camisón.

Pero no hubo caso. El castor la empujaba con su trompa mientras la salpicaba, la lechuza le volaba alrededor y la tortuga le daba mordisquitos en las manos… nada.

Margarita dirigía las operaciones entre las ramas pero se estaba quedando sin ideas.

Salió la luna redonda, sigilosa y anunció con su presencia que la naturaleza debía descansar.

Calíope ni se enteró, bañada por un reflejo nacarado que empezó a cubrir su cuerpo. Sola en el río, dejó expandir su voz por el monte. Ya no se quejaba, eran palabras suaves, recién florecidas que su corazón recitaba:

En esta noche estrellada,
mientras soñaba con hadas
resolví un dilema viejo
que al mundo dejará perplejo:

Desde hoy seré escritora
y pasaré muchas horas
escribiendo mis novelas
para alegría de abuelas.

Me inspiraré en el paisaje
que dotará a mi lenguaje
de un estilo vibrante,
mágicamente elegante.

El río dejó de correr, los grillos se callaron y un estruendo de burbujas emergió de las  profundidades.

Primero asomó una pata, después un relincho y por último una montura cargando al caballero de la maltrecha armadura.

¡Por fin alguien con sentimiento recita un poema en noche de luna llena! Me liberé del hechizo que me tuvo confinado ciento diecinueve años en oscuras profundidades –dijo con voz de cacharro el caballero de la armadura.

Margarita se asomó, le siguieron la lechuza, la tortuga y finalmente el castor despeinado.

¿Así que vos sos el culpable de hacer creer a todo el bosque, que por la noche la bruja del río prepara sus brebajes? –preguntó la araña indignada- tantos años creyendo oír su caldero…

Resulta que ahora, como si nada, el señor devela el enigma que mantuvo a esta región y a todos sus habitantes temerosos de asomar el pico por miedo a la hechicera –increpó jadeando la lechuza, mientras de los nervios mordisqueaba el último scon de naranja que le quedaba.

Realmente esperaba un mejor recibimiento. ¿Qué labios pronunciaron tan sutiles palabras alejando de mí tan funesto sortilegio?

Habla raro ¿será que tanta agua le ahogó el cerebro? –preguntó desconcertado el castor.

Últimamente este bosque se ha puesto muy erudito, demasiado intelectual para mi gusto, serán los tiempos modernos, las nuevas tecnologías…

Es un hombre sensible, despertó de un encantamiento, está un poco confundido –comenzó a explicar Margarita.

Fui yo –contestó Calíope irrumpiendo en ese collage de conversaciones- recité un poema porque desde hoy toda mi inspiración la volcaré en mis propios escritos… es una decisión tomada.

¡Qué mujer con convicción! ¡Qué ideales! Veo que el mundo ha cambiado bastante –dijo el caballero intentando sacarse la armadura.

Por algo soy la musa de la elocuencia, haré valer mis atributos. Descansar me ha puesto los pensamientos en orden.

La conversación es muy amena pero tengo sueño, es la primera vez en mis ciento tres años que estoy a la orilla del río a estas horas de la noche.

Mañana me cuentan como sigue la historia –dijo la tortuga y refugiándose en su caparazón dio por terminada la velada.

Creo que debemos imitarla -sugirió Margarita guiñando un ojo.

Calíope y caballero, con la noche de telón, se contaron sus respectivas historias hasta que llegó la madrugada.

La musa invitó al jinete a desayunar, aunque le aclaró que la cocina no era su especialidad.

Las mujeres como yo, con una fuerte vocación recién nacida, no pueden perder tiempo en cuestiones totalmente mundanas. Por si no te conté soy una divinidad tutelar de las artes…

A mí me gusta cocinar, es más, horneo unos pasteles de frutilla deliciosos –respondió el caballero.

Sin vaticinios ni profecías, con melodía de  máquina de escribir, perfume a guiso, huerta y glorieta; la cabaña se transformó en un lugar sagrado, envidiable. Espacio elegido por dos seres que allí fundaron su pequeño paraíso.

Los animales participaron a su manera, de la pequeña empresa familiar, se encargaban de atender a los editores que hacían lo imposible por lograr una entrevista con la nueva revelación de las letras.

Los poetas, novelistas, cuentistas y demás artistas cansados de invocarla, empezaron a pensar por ellos mismos y tan mal no les fue.

El caballo, que también sufrió los efectos del hechizo, se incorporó a la fauna del bosque. Sus consejos eran escuchados con respeto. Fue venerado como el único equino que conoció los secretos del mundo subterráneo y volvió para contarlos.

Calíope y caballero, ya sin armadura, mientras miraban crecer los tomates, se dieron la mano y fueron felices… porque los dos habían logrado cambiar el destino que algún improvisado había escrito para ellos.

Fin.

Vida de Musa es un cuento de la escritora Cecilia Maurig © Todos los derechos reservados.

Sobre Cecilia Maurig

Cecilia Maurig - Escritora

Cecilia Maurig es una escritora argentina que nació en Buenos Aires en 1966. Es bibliotecaria y profesora de Taller Literario en un colegio de Buenos Aires.

Cecilia participa en blogs de literatura infantil y ha publicado dos colecciones de libros para pre-lectores en Ediciones Infantil. Publicó también algunos de sus textos en revistas literarias y blogs amigas.

Algunos poemas de Cecilia Maurig

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