Tomasito se iba a dormir tranquilo todas las noches, porque sabía que cuando tenía un sueño intranquilo, aparecía su perrito Tim y se lo llevaba de vuelta a la cama. Era muy compañero con su perrito, por eso a él no le extrañaba que lo ayudara aún cuando estaba dormido.
Pero sucedió que otro personaje apareció durante sus sueños. Un sábado, se fue con su familia a la casa de la abuela Rosa, que vivía en un pueblo de campo. Pasearon a caballo, se bañaron en el arroyo y cocinaron pan en el horno de barro.
También fueron a la quinta de don Alberto. Era muy grande y había muchas verduras y árboles frutales. Tomasito conocía bien a las verduras porque la mamá preparaba ricos platos con ellas, pero a él no le gustaba comer verduras ni frutas.
Cuando pasaba eso, la mamá suspiraba y decía: -¡Ay!
El papá decía: -¡Hum!
Y Tim, preocupado, se mordía la cola.
En el pueblo donde vivía la abuelita, todo era muy grande y había mucho espacio. Las veredas eran grandes, las cuadras eran más grandes y el cielo era enorme. Esa tarde, antes de volver a su casa, vio cómo el cielo se cubría de nubes negras y se formaba una tormenta. Por la noche, se despertó frente a la puerta de su escuela. Había llegado tarde y estaba solo. Golpeaba, pero nadie le abría. Entonces miró el cielo y vio un montón de nubes negras. Empezó a llover y él se mojaba, pero nadie venía a abrirle la puerta de la escuela.
Entonces sucedió algo extraño. En lugar de venir a buscarlo Tim, llegó don Alberto a la puerta de la escuela y se lo llevó a su quinta. Ahí había dejado de llover y las verduras y las frutas brillaban con muchos colores. Rojo, verde, anaranjado. ¡Qué bien se estaba en la quinta de don Alberto!
Por la tarde, en su casa, se acordó del sueño y quiso dibujar las verduras y las frutas de la quinta de don Alberto, el que vivía en el pueblo de la abuelita Rosa. Pidió ayuda a la mamá y pusieron sobre la mesa algunas de las que la mamá había comprado.
Tomasito tocó la piel de la papa que era áspera y la del tomate, lisa y lustrosa. También la de la naranja que tenía un montón de pocitos. Entonces, la mamá le dijo:
-¿Qué te parece si ahora dibujás las comidas que preparé para esta noche?- El nene dibujó y pintó una fuente de verduras crudas con muchos colores, otra con todas las frutas que la mamá compró y las verduras asadas que hacía el papá en la parrilla.
Y después, en la cena, se las comió. ¡A las pinturas, no! A las verduras asadas, a la ensalada y a las frutas. Le pareció que estaban riquísimas. Y los papás y Tim, quedaron muy contentos.
Fin
Cuento infantil sugerido para niños a partir de ocho años.