Cuentos espirituales cortos sobre la vida para reflexionar.
Hacía ya mucho tiempo que la mujer vivía en esa casa. Amaba ese lugar, se sentía cómoda y por sobre todas las cosas, a salvo y contenida.
La casa tenía más de una puerta, pero la mujer entraba y salía siempre por la misma. Ya se había acostumbrado, incluso a veces la dejaba abierta. Le gustaba, además, la vista que ofrecía.
Sentada en la comodidad de su sala, miraba siempre la hermosa vista que le ofrecía esa puerta abierta. Era siempre la misma, pero a la mujer no le importaba, era bella y con eso ya era suficiente. Vivió tranquila y cómoda durante mucho tiempo.
Un día se desató una gran tormenta, de esas que marcan un antes y un después. Todo parecía estar a punto de desaparecer. El viento impiadoso no perdonaba nada a su paso. La lluvia parecía un castigo, todo era confusión y temor.
La mujer se desesperó, se había acabado la calma ¿Estaría a punto de perderlo todo? La tormenta la obligó a moverse de lugar, a girar sin sentido, a no saber dónde acomodarse en su propia casa.
La última ráfaga de viento cerró la única puerta que la mujer usaba y ella creyó que todo había terminado.
Sin fuerzas, temerosa y confusa comenzó a mirar el panorama que había dejado la tormenta: desorden y confusión, cosas que se habían roto, algunas se podrían reparar, otras no.
Cuando la mujer tomó real conciencia que la puerta, su puerta, se había cerrado, entró en pánico.
¿Qué sería de ella? ¿Quedaría para siempre dentro de su casa? ¿Y si las otras puertas no se abrían? ¿Y si se abrían y lo que se veía desde allí no le gustaba?
Del pánico pasó a la parálisis. Se quedó inmóvil mirando la puerta cerrada y con ella las oportunidades que –supuestamente- habría perdido su vida.
Estuvo mucho tiempo así, quieta en medio del desorden, aturdida, desorientada, confusa y con miedo, mucho miedo.
Un día, cuando el hambre apremiaba y el aire comenzaba a faltar, la mujer decidió –con ciertas dudas-abrir otra puerta. Estaba aterrorizada, pero no tenía opción. Tenía dos alternativas: abrir una nueva puerta o dejarse morir.
Con la mano temblorosa tomó el picaporte y lo movió, tuvo que hacer fuerza para abrir esa puerta, lo hizo lentamente y lentamente también la luz comenzó a entrar en la sala.
Cerró los ojos y se quedó en el umbral y así pasó un tiempo, como acomodándose al aire libre nuevamente. Se quedó allí parada, en el límite entre lo que había sido su anterior comodidad y el nuevo desafío que tras la puerta se encontraba.
Despacito abrió los ojos, para su sorpresa también fue bello el paisaje que encontró. Se quedó un rato largo mirando y poco a poco comenzó a moverse. Dio un paso, luego otro, trastabilló, tambaleó y se cayó algunas veces, pero siguió avanzando. Si quería vivir, tenía que recorrer ese nuevo paisaje que la nueva puerta abierta le ofrecía, por difícil que resultase.
Con el tiempo, la mujer descubrió-no sin sorpresa- que el paisaje que ofrecía la otra puerta que había abierto era aún más bello que el anterior.
Tuvo que reordenar su sala, su hogar y su vida entera. Seguramente nada volvería a ser igual que antes de la tormenta, pero no por eso tenía que ser peor.
Poco a poco se sintió bien con su nueva realidad. La puerta que siempre había usado había quedado trabada y la mujer creía que jamás podría volver a abrirse. No se desesperó. Aprendió que no era bueno aferrarse a una sola salida, a una sola puerta que mire hacia la vida. Entendió que la comodidad no era todo y que acostumbrarse a ella podía llegar a ser peligroso. Desde ese momento, entreabrió todas y cada una de las puertas de la casa y sintió una paz jamás había sentido. Siempre habría una salida para ella y un nuevo y bello paisaje esperándola.
Fin
Cuento sugerido para jóvenes y adultos.