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Pedro, era un piquero de patas azules, que vivía en la isla Española, una de las hermosas islas del Archipiélago de Galápagos, perteneciente a la República del Ecuador. Esta isla tenía una de las mayores colonias de piqueros.

Pedro, era un ave muy simpática que tenía una habilidad especial: bailaba divinamente, bailaba, bailaba y bailaba sin parar y agitaba muy coquetamente sus hermosas plumas , mientras movía con gran maestría sus graciosas patas azules. Era la sensación dentro de la colonia, tenía miles de admiradoras que lo contemplaban tiernamente tenían la esperanza secreta de que algún día empollarían sus huevos. Todos lo miraban mientras gritaban sin cesar.

– ¡Viva Pedro¡ – y coreaban al mismo tiempo- ¡ otra vez ¡ ¡otra vez¡

– Muy bien, amable público – decía Pedro- y comenzaba nuevamente su baile

Cuando terminaba su demostración, Pedro, volaba y volaba hacia el cielo para dejarse caer como un torpedo en las aguas en busca de peces que lo alimentaran ¡no había piquero más veloz que él! Así, demostraba magistralmente su derroche de habilidades.

Pero Pedro, a pesar de la admiración y la envidia que causaba entre sus conocidos y amigos, no se sentía feliz, pues miraba con mucha tristeza por larguísimas horas el horizonte con muchas ganas de dar un largo viaje y así conocer todos los sitios que se imaginaba, estaban al otro lado del mar.

Fito, el león marino, siempre sorprendía a Pedro en sus largas miradas hacia el horizonte, y como era buen amigo suyo, se preocupaba profundamente, pues sabía que Pedro tenía ganas de conocer el mundo, e ir más allá de donde se le estaba permitido.

– Amigo Pedro_ dijo Fito_ no ansíes lo prohibido, sé feliz con lo que tienes, y disfruta de tu condición, ¡eres el piquero más envidiado de la isla! sigue bailando y despertando la felicidad entre quienes te quieren bien.

– Yo sé que más allá Fito, hay mucho más, de lo que tú o yo nos imaginamos. ¡quisiera conocer todo aquello¡

– No ansíes lo desconocido, y te aconsejo que en cambio elijas una pareja con la que puedas bailar aquella danza que terminará trayéndote tus crías. La pareja que elijas se sentirá feliz, y tus pequeños seguramente bailarán y pescarán tan hábilmente como tú.

Pedro, el piquero, escuchó en silencio lo que le dijo, Fito, el león marino, y quiso convencerse que él tenía la razón, mas continuaba de vez en cuando, mirando con nostalgia el horizonte, preguntándose ¿Qué había más allá? Y terminaba toda esta reflexión con un prolongado suspiro.

Un día, llegó un gran crucero, lleno de hombres y mujeres de todas las edades, la mayoría de ellos eran muy, pero muy blancos, de grandes ojos azules y melenas rubias, altos de verdad, muy despreocupados en el vestir, tenían por lo general una mochila al hombro, gorras y gafas que los protegían del sol.

Estas personas parecían maravillados al observar la gran fauna que existía allí, tomaban fotos como locos, parados, sentados al lado de la foca, con los leones, con los piqueros, en las rocas, era una locura, y hablaban un extraño idioma diferente a la que hablaban a los nativos del lugar.

No era la primera vez que Pedro, veía extranjeros, pero sí, la primera vez que veía un crucero tan grande y con tanta gente.

El crucero pasó algunos días en la isla y aquella gente parecía divertirse mucho dentro y fuera de él. Pedro los miraba y terminaba pensando lo siguiente: ¡claro! ellos si verán lo que está al otro lado del horizonte, ellos conocen aquello desconocido por mí. ¡Cuánto daría por regresar con ellos!

En una de sus meditaciones se dijo – pero… ¿por qué no?, yo podría ir con ellos… y desde ese día, un plan se apoderó del pensamiento de Pedro, así esperó con ansías que el crucero partiera.

Cuando el crucero emprendió el regreso, llevaba un polizón, era nada más y nada menos que Pedro, el piquero. Ni siquiera su amigo Fito se dio cuenta de su partida, Pedro había pasado todo el tiempo al lado de los turistas hasta que abordaron la nave, se había infiltrado caminando con ellos, pero por poco lo aplastan, así es que buscó la fórmula más sencilla, extendió sus alas y voló hasta el palo mayor en donde nadie se dio cuenta de él.

Una gaviota que lo conocía estaba en el mismo barco en un palo cerca del suyo, cuando lo vio, Pedro trató de ignorarla para que no le hiciera ninguna pregunta, pero como la gaviota era muy imprudente le buscó conversación:

– Tú eres Pedro, el piquero, ¿qué hace aquí?

– Lo mismo que tú- contestó molesto Pedro

– Entonces estás descansando para salir a pescar

– Ya dije que lo mismo que tú

– Pero los piqueros no descansan en las embarcaciones, dime la verdad ¿qué haces aquí? – preguntó nuevamente la gaviota que se pasaba de impertinente.

Pedro, ya molesto, le contestó furioso:

– Mira amiga gaviota quien practica la prudencia, conserva amistades y fomenta el respeto.

– Ah, ya me di cuenta Piquero, no quieres decirme lo que haces aquí, está bien, pero tal vez te pierdas de un buen consejo

– ¿Cuál será ese consejo, gaviota? Preguntó desconfiado y enojado Pedro, el piquero.

– Que la felicidad está donde están los tuyos, no la busques en lo desconocido, pues no sabe lo que traerá consigo -y diciendo esto último se dio la vuelta ofendida extendió sus alas y voló hacia la playa en busca de peces.

Por un momento Pedro quedó pensativo, le había parecido bastante desagradable la gaviota, pero sabía que en el fondo tenía razón, y mejor no quiso pensar más y se acomodó en espera del feliz momento en que llegaría al nuevo puerto, a ese desconocido que le daba tanta curiosidad.

Luego de unas horas, quiso estirar sus alas y fue a dar una vuelta por el barco aprovechando que parecía ser una hora en que las personas estaban descansando y los pocos que estaban en la cubierta estaban en las sillas playeras en donde se podían recostar de cuerpo completo, tan relajados que no miraban nada a su alrededor. Decidió pasear y caminar un poco, y de pronto escuchó un gruñido que lo estremeció, cuando volteó para ver que era, se encontró cara a cara con un perro pequeño que tenía una cómica apariencia, empezando por los ojos saltones y un cortito rabo que meneaba.

– ¡Hola amigo perro! ¿cómo estás?- saludó amigable Pedro que había visto algunos caninos en su isla.

– ¿Qué clase de animal eres tú?- respondió el perro que parecía nunca haber visto a un piquero, por lo que caminaba en círculo observándolo.

– Pues soy un Piquero de patas azules

– ¿Eres un ave de las islas?

– Sí, exactamente vengo de la isla Española , ese es mi hogar

– ¿y entonces qué haces aquí?

– Quiero conocer el mundo detrás del horizonte

– Mira ave desconocida, deberías quedarte en tu hogar

– Gracias por tu consejo pero prefiero realizar este viaje y conocer algo más

Y diciendo esto último Pedro quiso volar pero el perro había embocado sus alas traseras y las mordía de manera juguetona,

– Suéltame amigo perro que me haces daño- dijo el piquero angustiado.

– Voy a jugar un rato contigo y luego te voy a devorar, – dijo amenazante el perro

Al oír esto Pedro se asustó y trató de volar con gran fuerza para librarse del perro, afortunadamente la dueña del animal había observado la escena y fue a cogerlo haciendo que suelte al piquero, que en la primera que pudo salió volando espantado y se refugió en el palo mayor, reflexionando que cerca estuvo de perder la vida.

El viaje tan largo no le sentó al pobre Pedro y a casi a la mitad del mismo, sintió una pena y una nostalgia profunda, a esa altura del viaje estaba algo arrepentido de lo que había hecho, pensó que en ese mismo momento podría estar siendo aplaudido por sus cientos de admiradoras y que en cambio estaba con mucha hambre, pues no podía pescar en alta mar porque los peces estaban muy profundos.

– ¡Ay Pedro!- pensó ¿qué hiciste?, ahora ¿qué destino te espera?

Y se sintió solo y triste pues no tenías ni con quien conversar, así es que a pesar del susto que le provocó el perro, volvió a la cubierta a fin de encontrar algo que lo distrajera, de pronto vio a un animal desconocido para él, tenía un color parecido al de algunas rocas, combinado con un color café que llevaba en su trompa, patas y rabo. Le pareció un animal interesante, tenía unos profundos ojos blanquecinos con una raya negra en medio de ellos que de a poco crecía, se paseaba majestuosamente por la borda, Pedro quiso conocerlo y hacerse su amigo entonces se le acercó y le preguntó

– ¿Cómo te llamas amigo?

Aquel animal, lo miró con curiosidad y se le acercó lentamente para contestarle

– Soy un gato de raza siamés

– ¿Gato?, dijiste- respondió extrañado pues nunca había conocido a un gato

– Sí, una de las especies más apreciadas por el hombre, pues sirvo de compañía además de cómo ves ser muy hermoso.

Y el gato se movió todo en actitud vanidosa dio un paseo en círculo cual si fuese un modelo, entonces el ave hizo su presentación.

– Yo soy, Pedro el piquero y vengo de la isla Española

– ¿Pedro, el piquero, te llamas? Pues… eres un animal muy feo ¿sabes?

El piquero que se sintió muy ofendido ante aquella respuesta, quiso alardear diciendo:

– Pues en mi isla me admiran mucho ¿sabes?

Y el gato se echó a reír con muchas ganas, pues pensaba que no había animal más hermoso y admirado como él, entonces le dijo:

– Pues deberías regresar a tu isla, allá donde te admiran, porque aquí, yo soy el único animal apreciado y admirado.

Diciendo esto, el gato alzó su barbilla y se dio media vuelta pasando su rabo en la cara de Pedro.

– ¿Qué animal tan raro?- pensó- aunque debo reconocer que es muy hermoso- y alzó sus alas y voló al palo.

Las noches eran largas y frías y en el palo mayor en donde se encontraba el viento era muy fuerte. Decidió entonces que era el momento de regresar y por primera vez pensó en lo que le había dicho insistentemente su amigo Fito, esos sabios consejos que nunca escuchó.

Lamentablemente, aquello desconocido lo había obsesionado tanto, al punto de llegar a escapar de su mundo conocido, seguro y cálido.

Al otro día Pedro extendió sus alas y voló mucho pero se cansó y no encontró tierra, así que hubo de regresar porque corría el riesgo de que se agotara al extremo , cayera en el ancho mar y se ahogara, había sucedido algo terrible, estaban muy lejos de las islas, Pedro así quisiera no podía volver.

Regresó moribundo al palo que le había servido de albergue y descansó hasta recobrar las fuerzas, sintió un olor conocido y observó que uno de los tripulantes llevaba un balde lleno de apetitoso pescado crudo, quizás con dirección a la cocina. En un descuido Pedro se acercó y tomó uno, el hombre casi lo atrapa y como no lo alcanzó sólo lo insultó y amenazó. Por supuesto que Pedro comió con gran ansiedad, claro después del susto, así sació su hambre pues era un buen ejemplar el que se había llevado. Era la primera vez que Pedro robaba, por lo que se sintió muy culpable, y pensó que en su isla el jamás había tenido la necesidad de robar, sin embargo, si quería sobrevivir iba a tener que volver a hacerlo. Aprendió donde estaba la cocina y tomaba directamente los peces del balde, así nadie lo veía, pero se seguía sintiendo mal por lo que hacía.

En uno de sus paseos por la cubierta, observó que el perro que quiso comérselo venía de frente a donde estaba él, por lo que voló al otro lado de la cubierta donde divisó al gato y como no le pareció un encuentro agradable también lo evitó, cuando paseaba cerca de la piscina, casi no podía creer lo que veían sus ojos, era una tortuga, muy pequeñita en relación con las que él conocía. Se acercó presuroso y muy atento la saludó:

– ¡Hola, amiga tortuga! ¿Cómo estás?

La tortuga muy lentamente alzó la cabeza y le contesto muy despacito:

– Mu-y –bi-en, ¿quién eres tú?

– Pero … ¿No conoces a los de mi especie?

– Pues… yo soy un piquero y sé que tú eres una tortuga pues hay muchas en mi isla

– Yo no so-y u-na tor-tu-ga de las is-las

– Entonces… ¿de dónde eres?

– So-y u-na tor-tu-ga de a-gua dul-ce

– Tienes razón – Pedro la observó mejor, esta tortuga no tenía aletas, a diferencia de las que él conocía. Te pareces al sabio Galápagos, pero reducido muchas veces.

A la tortuga le pareció gracioso el piquero por lo que pasó charlando con él largo rato, le contó que era de una familia que venía en el crucero y la llevaban a todos lados, conocía muchas partes y Pedro estaba maravillado con su charla ¡al fin había encontrado un animal con el que podía conversar de los lugares desconocidos ¡

Vino un pequeño niño y se llevó a la tortuga , ella se despidió de lejos del piquero, esta tortuguita había animado nuevamente al piquero, que se olvidó de su hambre y de sus miedos y sólo esperaba llegar.

Entonces, después de varios días sucedió lo que Pedro tanto había esperado; el crucero llegó al fin, a un gran puerto que tenía un bellísimo malecón, Pedro estaba impresionado tanto que hasta había olvidado el susto y el malestar que había sentido días antes, sintió que una lágrima rodaba por su mejilla, y pensó que valió la pena esperar.

No se cansaba de observar todo el paisaje que aquel lugar le ofrecía, cuando al fin salió de su asombro , estiró sus alas y voló hacía la hermosa ciudad pensó que después de tanto sufrimiento e incomodidad durante el largo viaje, se merecía hacer su sueños realidad y visitar lo prohibido, aquel lugar que Fito, su amigo, no conocía , pero sabía que era peligroso para los animales del ambiente de las islas como ellos, pero por el cual Pedro se había arriesgado y había abandonado su hogar .

Voló, voló y voló pronto se acaloró y, llegó a un bonito parque, que tenía una laguna llena de ricos peces, se comió tres o cuatro y se sintió muy satisfecho, estaban tan feliz que comenzó a bailar cuando terminó su famoso baile se decepcionó porque nadie, ni lo miró, ni lo admiró, ni lo aplaudió, se dio cuenta que sólo era famoso entre los suyos, extrañó los hurras y aplausos de sus amigos. Entonces descansó encima de un monumento muy grande, parecía ser un hombre subido en un extraño animal, desconocido para él. El ruido de los carros aturdía a Pedro, acostumbrado solamente a escuchar las olas y a sus amigos los animales de la isla Española. Y ¡oh sorpresa! Pudo ver innumerables iguanas en todos los árboles de aquel parque, se acercó a una de ellas y entabló una animada conversación

– ¡hola amiga iguana¡

La iguana lo observó sorprendida, pues aquella ave le hablaba como si la conociera de toda la vida.

– ¡Hola ¡ ave desconocida, respondió sonriente

– Acaso nunca has visto a un piquero,- dijo Pedro-en mi isla hay muchas iguanas como tú, somos especies amigas

– Aquí, no hay aves como tú, pero si quieres podemos ser amigas.

Y la iguana se acomodó en el árbol, a fin de conversar con Pedro.

– ¿Cómo se llama esta hermosa ciudad, amiga iguana?

– Se llama Guayaquil y este parque es uno de los más tradicionales es llamado Seminario.

– Tu espacio es muy reducido aquí.

– Pero soy feliz, yo nací aquí y conozco a cada uno de los árboles de este parque, hasta a la gente que viene aquí a diario en busca de distracción.

– Yo en cambio, nací en una isla muchísimo más grande que este parque, donde el mar, las rocas y el paisaje hacen que la vida de las especies sea divina.

Entonces Pedro le habló de cada cosa y de cada animal de su isla, la iguana que era buena oyente lo escuchaba atenta.

– Pero… si es tan hermoso el lugar de donde vienes ¿Por qué estás aquí?

– Es que tenía mucho interés de conocer lo que había más allá del horizonte.

– Guayaquil no es un lugar para un piquero, amigo deberías regresar a tu isla

– Sí, regresaré pero primero conoceré esta linda ciudad. Me ha sido muy grata tu conversación pero debo seguir mi viaje.

Se despidió de la iguana y después de alimentarse de algunos peces del estanque continuó su aventura

Se paró en algunos edificios. Conoció varios sitios que deberían ser importantes porque había mucha gente; extrañamente cuando una cajita que estaba suspendida en el aire se ponía rojo muchísimas personas parecían marchar casi a un mismo paso y cruzaban presurosos las calles.

Así pasó, varios días conociendo muchos parques y edificios, siempre regresando al malecón a esperar una embarcación igual al que lo trajo, pues sabía que tenía que regresar, no podía vivir ahí, corría el riesgo de que le pase algo malo, a pesar de todo su curiosidad fue satisfecha pues nunca había visto, parques, edificios, monumentos y tanta gente junta y haciendo tan distintas actividades.

Afortunadamente un crucero parecido al que lo había traído estaba a punto de zarpar con rumbo a las islas, así que como era un polizón profesional, se acomodó en el palo principal.

– Aquí esperaré- se dijo- hasta llegar a mi isla.

Después de varios días de viaje, al fin llegaron a su amada isla, jamás la vio más hermosa, cuando estuvo frente a su costas, abandonó el barco y fue en busca de alimentos, ¡¡¡Ummm¡ nunca había probado pez tan sabroso como el que pescó en ese momento, y luego se zambulló de nuevo y comió otro y otro.

Estaba tan feliz que empezó a bailar, todos se dieron cuenta que había regresado y mientras bailaba los demás hicieron un círculo a su alrededor para admirarlo, terminó e hizo una venia y todos lo aplaudieron y lo abrazaron mostrándole cuánto lo habían extrañado.

Jamás pero jamás, se había sentido tan feliz. Su amigo Fito, fue a abrazarlo y Pedro le prometió que jamás volvería a irse.

Al fin Pedro, el Piquero, había aprendido una valiosa lección: “Nadie puede estar en ningún lugar mejor que con los suyos “

Fin

 

Cuento sugerido para niños a partir de diez años

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