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Champa, nuestro caballo remolón. Todo es posible si se usa buen tacto

Por Pablo Rodríguez Prieto. Relatos cortos para niños y jóvenes

En esta oportunidad, Pablo Rodríguez Prieto nos regala «Champa, nuestro caballo remolón«, un breve relato que incluye a Champa, un caballo que al parecer era un poco holgazán y evitaba que alguien lo pudiera montar. Sin embargo, a este caballo zaino (creemos que era un caballo zaino por la descripción del autor) le gustaba que los chicos jugasen con él, rascándole la panza y frotándole el lomo. Es una simpática historia para todas las edades.

Y para aprender un poco más, veamos a qué se suele llamar caballo zaino, y si tu crees que Champa no es un caballo zaino, tienes los comentarios para decirnos ¿qué tipo de caballo es Champa?

¿Qué es un caballo zaino o castaño?

Caballo Zaino o Castaño

El término zaino viene de sāḥim del árabe que significan «que es totalmente negro». En el caso de los caballos y yeguas, la RAE nos dice que es un adjetivo que hace alusión al pelaje de estos equinos, que es castaño oscuro y que no tiene otro color. Más precisamente es aquel que se caracteriza por tener la piel pigmentada en un color gris pizarra y las crines, cola y la parte baja de las patas negros. Su cabeza y capa tienen una combinación de pelos negros y colorados cuyo porcentaje determinará su variedad, desde el zaino doradillo, hasta el zaino negro que es el más oscuro.

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Champa, nuestro caballo remolón

Una semana después, tal como lo ofreciera mi papá, nos mudamos de casa. Una casita muy acogedora, no muy lejos de la anterior, nos dio la bienvenida. Estaba a una cuadra, frente a la fábrica de cerveza, junto a una escuela, que por estos días lucía vacía.

Los dueños eran una señora y un señor que vivían en otra casa junto a la nuestra. Ella siempre daba órdenes en todo momento y él obedecía de buena gana. Ella era blanca y gorda, él delgado y moreno.

«¿Nemesio?» decía ella y el señor aparecía con algo en la mano seguro que eso era lo que ella buscaba o requería. Nunca dejaron de sorprendernos por la química que había en entre sí. Se les veía siempre felices, sonreían en todo momento.

La nueva casa era pequeña, tenía dos ambientes, uno lo usamos como dormitorio; ahí acomodamos nuestras camas que las trajimos al hombro desde la casa anterior. Mi papá se encargaría de hacer el resto con la ayuda de «champa» que desde entonces pasaría a formar parte de la familia.

En el patio trasero había un pequeño horno de barro en la cocina y junto a él, un cobertizo construido por papá sirvió de casa para «Champa«, nuestro caballo remolón.

Tenía unas crines largas y desordenadas, patas cortas y robustas, una panza voluminosa y un lomo muy ancho. Comía todo lo que le dábamos, pero disfrutaba con los caramelos que le poníamos en la boca. Nos mostraba sus grandes dientes blanquecinos, simulando una sonrisa cuando se sentía mimado.

Una enorme cola que llegaba muy cerca del piso la ventilaba constantemente, por lo que evitábamos acercarnos a ella para no ser golpeados. Era de color rojo oscuro, patas negras iguales que la cola y las crines.

El caballo nos permitía que jugásemos con él. Su deleite era que le rasquemos la panza o que frotáramos su ancho lomo. Lo que no aceptaba, era que Oswaldo tratase de montarlo, pues siempre encontraba la forma de esquivarlo.

Experiencia de jinetes ya teníamos, pues en uno de los corrales de los vecinos, encontramos dos burros que dócilmente nos dejaban subir a sus lomos. Uno de ellos inclusive remoloneaba en círculos a manera de juego con nosotros.

El otro en cambio cuando subíamos se quedaba quieto y por nada del mundo lográbamos que se mueva de donde estaba, este burro era el que le tocaba a Miguelito siempre. Mi hermano, montado en su corcel estático, veía como Oswaldo y yo arreábamos al nuestro.

Decidimos que era mejor tener un burro que a Champa. Cuando supo papá nuestro parecer, río de buena gana, nos explicó que muchas cosas en la vida hay que saber tomarlas con calma, «todo es posible si se usa buen tacto» dijo a la vez que nos enseñaba como lograr subir al lomo del caballo.

Fin.

Champa, nuestro caballo remolón es un cuento corto del escritor Pablo Rodríguez Prieto © Todos los derechos reservados.

Sobre Pablo Rodríguez Prieto

Pablo Rodriguez Prieto - Escritor

“Soy un convencido que la lectura hace que los seres humanos seamos empáticos, con lo que se puede lograr un mundo más amigable y menos conflictivo. Sueño con un mundo mejor que el que tenemos hoy.”

“El Perú es un país muy rico en paisajes y destinos turísticos, con innumerables regiones y climas muy variados. Yo nací en Pucallpa, una ciudad de la región Ucayali en la selva. De niño, por el trabajo periodístico de mi padre radicamos en muchas otras ciudades, esto enriqueció mi espíritu de usos y costumbres muy disimiles que posteriormente se traducen en mi trabajo literario.

Mis inicios fueron escribiendo crónicas que las repartía entre mis amigos sobre experiencias locales que las denominaba ‘Crónicas de la calle’. Prefiero escribir cuentos, pero e incursionado en novela corta y poesía. Soy casado y tengo tres hijos quienes son mis mayores críticos. Cuando ellos eran niños jugaba a escribir sus ocurrencias diarias y casi siempre fueron desechadas, aún cuando guardo esas historias en mi memoria.

Actualmente radico en Lima y desarrollo actividades vinculadas a las artes gráficas. Tenemos una imprenta familiar y en las pocas horas disponibles escribo de a pocos, pero con muchas ganas que mi trabajo lo lea el mundo entero”.

Puede verse parte del trabajo literario de Pablo en https://pablorodriguezprieto.blogspot.com/

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