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Cuento infantil para reflexionar sugerido para niños a partir de diez años.

Se preguntarán ¿por qué escribí Lana con mayúsculas? Porque Lana, además de ser un sustantivo suave y abrigadito es un nombre de niña.

Sé que parece extraño, pero así es. No hay muchas niñas que se llamen Lana y tal vez sea mejor así o no, no sé. A la gente le llama la atención los nombres extraños. En realidad, a la gente le llama la atención aquello que no es igual al resto.

Lana es una linda niña de cabellos castaños claros y largas trenzas. Su mami había elegido ese nombre para ella en homenaje a la abuela de la pequeña, Doña Lola, quien había tejido como nadie y la peinaba siempre con dos trencitas porque le recordaba a las lanas que también Lola vendía en su negocio y que venían ya trenzadas. Ver a la niña, en cierto modo era ver a su madre, aunque físicamente en nada se parecieran.

La pequeña no estaba muy de acuerdo con llevar nombre de sustantivo, tenía un buen recuerdo de su abuela, pero no le gustaba que se burlasen de ella. Ninguna niña en el colegio usaba trenzas, excepto Lana.

El nombre y su peinado algo en desuso, siempre eran motivo de burla. Lo dicho, a muchos les cuesta aceptar lo distinto, ya se trate de un nombre o de un par de trencitas con moño.

En vano la niña trataba de convencer a su madre de cambiar el peinado.

-¡Se me quebrará el cabello!

Su madre nada…

-¡Cuando me deshago las trenzas por las noches parezco un león con melena!

Su madre callada, bien calladita.

-¡Ya no quiero estas trenzas!

Y su madre ¡ni palabra!

Lana pensaba en por qué su madre no colocaba más fotos de la abuela Lola en la casa si tanto necesitaba recordarla ¿no sería más fácil? Para ella seguro.

La niña comenzó casi casi a detestar sus obligadas trenzas y su nombre también -dicho sea de paso-.

-¿Me prestarás una trenza de lana cuando venga el invierno?-preguntaba un niño.

-¿Tienes el cabello de lana, Lana? –preguntaban las niñas.

-¿Te lavas el cabello con shampoo o jabón de la ropa?-insistían otros.

Definitivamente Lana no la pasaba bien, sus trenzas tampoco.

¿Qué podía hacer? Era pequeña para poder cambiarse el nombre ella solita y su madre no quería saber nada de cambiar su peinado.

Tal vez lo mejor sería aceptar su nombre-al menos mientras fuese niña y luego de grande vería qué hacía con él. Después de todo Lana conocía gente que se llamaba Toribio, Dagoberto, Ulderico y aún así eran felices o personas con cabellos verdaderamente feos o directamente calvos, pero que estaban muy contentos con sus vidas.

¿Dónde estaba la llave de la felicidad? ¿En aceptar? ¿En luchar por cambiar aquello que no nos gusta? Tal vez en ambas-pensó la niña con mucha claridad. ¿Cuánto importaba la opinión de los demás? ¿Mucho? ¿Poquito? ¿Nada? Mientras pensaba en esto, se descubrió jugando con una de sus trenzas. Porque, después de todo, eran suyas y en cierto modo la identificaban, eran parte de lo que ella era pero tampoco la definían.

¿Por qué para su madre era necesario que ella llevase las trenzas para recordar a la abuela Lola? Su recuerdo ¿no debería estar en el corazón?

Lana era pequeña pero inteligente, de buen corazón y sensata.

Sentadita en la hamaca pero sin hamacarse, Lana pensaba en su presente y en su futuro. En su nombre, en la abuela, en su madre y en sus trenzas. Algo debía hacer con todo ello, ordenar las cosas y entendió que ordenar la vida de cada uno, mucho depende de cada uno. Entonces la pequeña puso manos a la obra.

Fue con su padre a comprar varios portarretratos y se los regaló a su madre para que allí pusiera todas las fotos que quisiera de la abuela o del negocio donde había vendido sus lanas o de las mismas lanas trenzadas, en fin de lo que quisiera.

A la mañana siguiente, cuando la madre comenzó a peinarla para ir al colegio, Lana dijo no.

-Ya no mamá, hoy no quiero trenzas.

-Pero… -balbuceó la madre.

-No quiero trenzas todos los días, no quiero un único peinado, quiero variar, quiero poder elegir cómo llevar el cabello. El recuerdo de la abuela Lola no puede ni debe habitar en mis trenzas.

Y la madre, por primera vez, dejó los moños de lado y cepilló el cabello de su hija.

Cuando la pequeña llegó al colegio, todos se sorprendieron, Lana no parecía Lana sin sus trenzas.

-Te ves bonita-dijo un compañero-aunque también te veías bonita con tus trenzas ¿sabes por qué? Porque tú eres bonita.

La niña se alegró por su nuevo peinado, pero más aún porque el niño le había dicho que con o sin trenzas era bonita. Lana era Lana mucho más allá de un peinado.

Respecto de su nombre, Lana empezó a amigarse con él, porque bello o no, común u original, era suyo. Más aún, comenzó a hacer bromas con él y cuando alguien le preguntaba su nombre, siempre decía “Lana, como la que se usa para tejer, tengo nombre de sustantivo”.

Cuando la niña comenzó a tomar con naturalidad su propio nombre, todos los demás lo hicieron también. Lana aceptó algunas cosas y otras no las quiso más porque también así se crece.

Las trenzas que tantos disgustos le habían causado, también le habían enseñado cosas importantes y para no olvidarlas, Lana de vez en cuando, muy de vez en cuando, le pedía a su mami que se las hiciera nuevamente.

Lana era feliz, muchos portarretratos con la foto de la abuela Lola había en su casa y ella llevaba sus trenzas con orgullo, pero solo cuando así deseaba hacerlo.

Fin
Todos los derechos reservados por Liana Castello
Ilustración de María Bullón
[email protected]
Face: DejArte Huella F B
Cuento infantil para reflexionar sugerido para niños a partir de diez años.

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