En "La fuente" Francisco Javier Arias Burgos presenta a Eulalio, un cajero automático en una fuente mágica donde las personas lanzan monedas con el mismo deseo: obtener dinero. Agobiado por la monotonía de sus tareas y la avaricia de quienes lo rodean, Eulalio sueña con que alguien pida algo más profundo, como amor o felicidad. Un problema técnico en la fuente le brinda la oportunidad de cumplir un deseo diferente: el de dos jóvenes enamorados. Cuál será el deso que hará que Eulalio se sienta satisfecho por primera vez.
La fuente
Faltaban pocos minutos para que Eulalio apagara el computador, mágico dispensador de deseos disfrazado de fuente en el que trabajaba hacía ya muchos años, y que lo mantenía preocupado y triste porque todos los que tiraban una moneda a la pila pedían lo mismo: dinero, dinero y solo dinero.
Esta noche soñaría con lo mismo que ha soñado en todo el tiempo que lleva trabajando como cajero automático de todos los que quieren plata sin trabajar, y mañana amanecería con el mismo propósito de renunciar al empleo. Lo único que le hacía desistir de tal propósito era la esperanza de que alguna vez alguien pidiera algo diferente a una transitoria riqueza material. Se sentiría feliz si alguien le pidiera valores como la solidaridad, la comprensión, la paciencia, la perseverancia. ¿Por qué nadie le pedía felicidad?
Entre gallos y medianoche oyó el familiar tintineo de la moneda que, tras haber recorrido un complicado trayecto de tubos, baldes, toboganes y canales, por fin cayó al depósito en el que eran recogidas. ¡Otra vez lo mismo! Miró con desaliento el rostro de quien había tirado la moneda: Juan Barriga, un glotón al que solo le concedía un mísero billete de 10 pesos para que se comiera los perros calientes que tanto le gustaban. Mañana, cuando se hubiera comido lo que consiguió en la fuente, volvería a tirar otra moneda y él le daría la misma cantidad.
Sería la última transacción del día. Eso pensó cuando sonó la alarma. El computador le estaba avisando de una falla. ¿Qué hacer? Tendría que encargarse él mismo de la reparación porque a esta hora todos los técnicos que conocía ya estaban durmiendo. Como último recurso llamó a su sobrino Alfonso, que solía acostarse tarde, cuando lo hacía, porque sufría de insomnio y le costaba quedarse dormido.
― Alfonso, ¿me vas a colaborar? Esta de fuente se dañó otra vez y vi un par de hermosos jóvenes que como que se gustaron a primera vista, y no creo que se me vuelva a presentar una oportunidad igual para conceder algo que no sea plata ―le pidió casi como una súplica.
― Tío, no puedo. Coja la caja de herramientas y mire cuál le sirve. Yo ya estoy en piyama y además no tengo pasaje para ir hasta por allá. Usted no quiso darme la bicicleta que le pedí hace tiempo, ni siquiera cuando yo tiraba la moneda a la fuente. ¿Y ahora quiere mi ayuda?
― Desagradecido ―le contestó Eulalio.
Salió entonces a la calle con su caja de herramientas y le tiró el ramo de flores encantadas a Elisa, la chica que se había enamorado a primera vista de Ronald y que, desdeñosa, tiró el arreglo floral a la basura. Intentó hacer llegar el hueso de los deseos a Ronald, pero el travieso hueso fue a dar a otra parte y llenó de alegría a un camarero que pensó agradecido que alguien le había dejado una propina maravillosa.
Y por último, para colmo de males, Eulalio se vio disfrazado de estrella fugaz. Dio con sus huesos en el piso después de un vuelo que le sirvió a otro perezoso para llenarse de dinero y que por fortuna se compadeció de él al tirar una moneda a su caja de herramientas vacía y desvencijada por el totazo.
― Muchas gracias, amigo ―le dijo Eulalio, aunque el tipo ni volteó a verlo.
El aburrido y aporreado cajero cogió la moneda y corrió a la fuente mágica. Tiró la moneda y pidió su deseo.
― Me gustas mucho, eres muy linda ―oyó al pasar al lado de Elisa y Ronald que, cogidos de la mano, se miraban con una ternura que pocas veces recordaba haber visto. Era puro amor, el regalo perfecto. El que tanto deseaba obsequiar.
Eulalio por fin podría renunciar mañana a su trabajo. Se fue a dormir cansado pero feliz por haber regalado por fin algo distinto del vil metal que todos le pedían.
Fin.
La fuente es un cuento del escritor Francisco Javier Arias Burgos © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de su autor.
Sobre Francisco Javier Arias Burgos
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Bonita historia de Francisco, una realidad que las personas siempre están preocupadas por el dinero, olvidando cosas importantes como el amor y la felicidad.