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Hoy es viernes

Hoy es viernes. Danny Vega Méndez, escritor de Panamá. Cuento para padres. Cuento sobre un anciano que espera.

Jerónimo camina lento, muy lento. Pero en su lentitud, el tiempo no es sólo un detalle, es el culpable de sus 84 años de vida en del pueblo de San Juan. Pero hoy es viernes y espera el ansiado dinero que su hijo le prometió muchos años atrás.

“Mi hijo”, reflexiona en voz alta mientras camina apresuradamente. “Él me aseguró que me lo enviaría tan pronto encontrase un trabajo en la capital.

Él sabe que su madre y yo estamos viejos y pasamos mucho trabajo. Con esa platita, mi vieja se recuperará con las medicinas y no sufrirá tanto por las noches en las cuales pienso que será mi última noche con ella para no volverla a ver. No comeremos a la voluntad de Dios. Repararé el techo.

Ya no tengo vasijas para tantas goteras. A Don Beltrán le pagaré lo que le pedí a crédito; aquel buen hombre aún no se ha atrevido a negarme el pan fiado.

Pero hoy, todo cambiará. "Hoy es viernes”. Siempre esas calles cercanas al correo son agotadoras, son eternas, son tristes durante el resto de la semana. Pero hoy es viernes y el bastón le ayuda a soñar. “Compraré pollitos; crecerán pondrán huevos y así podré comer al menos dos veces”.

Don Jerónimo sigue soñando. “Compraré sábanas nuevas y así se acabará este endemoniado resfriado que a veces no me deja respirar”. Por fin, su caminata de esperanzas termina frente al correo. Se quita su modesto sombrero para hablar con aquel hombre de pocas palabras.

--Hoy tampoco, Don Jero, hoy tampoco.

Ante una respuesta que a su parecer es imposible, ilógica; sus ojos afligidos se claven en la cara de aquel funcionario que se le parte el alma por tener que enfrentar cada viernes esa abatida mirada. Rostro que aunque pase el tiempo, ha escuchado la misma frase desde hace años, pero no se cansa de regresar cada viernes con sus manos llenas de sueños fugaces.

El viejo baja la cabeza, toma su bastón y retorna lentamente a su rancho sin pronunciar palabra alguna. Bajo el ocaso nostálgico de esa tarde. Triste no sabe qué nueva explicación le brindará a su enferma.

Y eso le provoca reflexionar otra vez en su interminable agonía: “Él me lo prometió, mi hijo me lo prometió”.

Fin

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