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Por David Gómez Salas

Espantando camarones

Estaba en el estero jugando a espantar a los camarones. Me paraba cerca de la orilla del arroyo con el sol a mi espalda, así proyectaba mi sombra un metro más adelante. Procuraba que mi sombra no invadiera mucho el agua, que apenas la rozara.

Los camarones se movían en grupos, permanecían en un sitio aproximadamente cinco segundos, luego con gran velocidad se cambiaban a otro lugar. En menos de un segundo recorrían una distancia cercana a un metro y luego permanecían otros cinco segundos en el nuevo sitio. Con esta forma de desplazarse transmiten la idea de estar nerviosos.

Cuando los camarones se acercaban a mí, con cuidado levantaba el brazo y la sombra de mi mano los alcanzaba. Los camarones huían asustados de manera relampagueante. Pero como los camarones no tienen memoria, la mayoría de la veces el grupo de camarones asustado regresaba al mismo lugar, después de estar unos minutos en los sitios aledaños.

Aún estaban pequeños aquellos camarones que jugueteaban en la zona del estero cercana a mi casa; porque conforme crecen, emigran a zonas más cercanas al mar. Hasta terminar, muchos de ellos, en los restaurantes y cantinas ubicadas en la playa.

Tenía apenas cinco años dos meses y me divertía espantando camarones y lagartijas; observando a las cigarras y libélulas que viven en charcos y cuerpos de aguas someras. Me emocionaba cuando aparecía un Cantil, una serpiente que vive en charcas, arroyos y pantanos, me gustaba tirarles piedras. Son muy venenosas decían los viejos y contaban como sufrían, antes de morir, las personas que habían sido mordidos por esta nadadora y elegante serpiente.

Mi especialidad era desde entonces ver la naturaleza y soñar. Yo creo que por eso aquel día, bajo el puente, se me apareció Dios. A él también le gusta soñar y le gusta estar lejos de las aglomeraciones. No me lo dijo, pero lo supuse porque ahí bajo el puente, casi nunca había gente.

A la mayoría de las personas del pueblo les gustaba ir al parque o jardín público ubicado en el centro del caserío. Estaba alrededor del jardín: la presidencia municipal, la estación de la policía y varias cantinas. Allá platicaban mujeres, hombres y niños, entre gritos, risas y música de las cantinas; en medio del sonido de anuncios de los comercios en altavoces; y a veces, las menos, en compañía de campanadas, cohetes, cantos y sermones de la iglesia.

Observé que a Dios le gustaba estar callado, así que nada le pregunté cuando él acercó a mí. Solo deje que me acompañara a espantar a los camarones; y cuando perseguí una lagartija color beige, casi transparente.

Después vimos las libélulas, unas con puntos azules y otras con puntos verde esmeralda. Pasamos por algunos charcos y hundió sus pies en el agua. Después de casi media hora se fue. Nunca habló, solo movió su mano en señal de adiós y desapareció en un instante.

Le pregunté al cura del pueblo si había hablado con Dios o si alguna vez lo había visto y me contestó que lo veía todos los días en misa, que hablaba con él a través de sus oraciones y lo escuchaba con el corazón.

Por su respuesta supe de inmediato que él nunca había visto a Dios y no sabía como era. Dios no habla, me consta desde aquel día.

Fin.

Sobre David Gómez Salas

David Gómez Salas - Escritor

«Me causa alegría escribir cuentos y poesías, con la ilusión de proporcionar momentos de fantasía, buen humor y optimismo a los niños. Encuentos.com es una maravillosa y efectiva plataforma para hacerlo. Para intentar contribuir al desarrollo de la creatividad y el amor al género humano y la naturaleza.»

David es Ingeniero Químico de la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestro en Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México. División de Estudios Superiores de la Facultad de Ingeniería. Evaluación de Proyectos de Ingeniería Ambiental. Universidad Nacional Autónoma de México.

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