Cuento infantil sobre la venta de libros sugerido para niños a partir de diez años.
En un pequeño pueblo vivía el vendedor de libros.
Por primera vez el viejo estaba afligido, tendría que sacar del estante a su amigo y cómplice por años. Por más que le tuviera cariño necesitaba espacio para otros libros que quizás se vendieran mejor
Oscurecía y no cesaba de llover. Una gota persistente sobre los estantes hacía incontrolable al libro de aventuras que se empeñaba en voltear sus hojas alegremente y no hacer ningún caso al libro de los cien consejos, su vecino. El apuesto manual de Historia, insistía en salvar sus páginas a toda costa ordenándole al diccionario que se corriera un poco, lo que resultaba imposible porque éste se debatía entre mojarse o no. Sin ponerse de acuerdo, los libros se empujaban unos a otros hasta que el más despreciado por todos, quedó precisamente bajo la gotera.
— ¡Por favor, ayúdenme! ¡Habrá alguien que al menos me tape con un paraguas!
Con los libros, el vendedor había tenido las pláticas más interesantes, por eso no le extrañaron las llamadas de auxilio. A tanto ajetreo se acercó al estante del que venían las quejas y comprendió que en reparar el techo de lo que él llamaba “su casa”, no había tenido éxito. Allí estaba su patrimonio a punto de ser destruido. Pero… ¡Cuánto alboroto! ¡Debía poner orden en el asunto! Sabía bien que a solo uno, nadie le hacía caso. Con sumo cuidado lo quitó y puso una palangana en el sitio, hasta que volvió a escuchar:
— Ya vendiste a todos mis amigos, pasan los años y sigo aquí.
— No puedes culparme, fuiste exhibido en los mejores estantes y con grandes carteles -, dijo con angustia el viejo.
— Sí, eso bastó para ti. ¡Ay! Si al menos existiera un remedio ¿Podrías ayudarme?
— Me gustaría, pero no soy doctor de libros, estoy aquí solo para venderte. Llegaste y ya eras así.
Enredolandia, como lo llamaban los niños que alguna vez intentaron leerlo, se acurrucó en el estante. Cuando apenas lograba quedarse dormido, tocaron insistentemente a las puertas de su carátula:
— Por favor ¿nos dejas pasar? – preguntaron unos diminutos seres que temblaban de frío, empapados en agua.
— ¡¿Y ustedes quiénes son?! ¡Ni se imaginen que entrarán a mis páginas así mojados! – Se opuso el libro –, además no tengo espacio para ustedes.
— ¡Por favor! Nosotras nos acurrucaremos en un enunciado – dijeron las comillas a coro.
— ¡Y yo estaré al final de un párrafo! – repetía entumecido el punto final.
— Puede ser difícil, pero nada te cuesta acomodarme en una larga oración. Eso…si tú me quieres – presumió el punto y coma.
Cada vez aparecían más y encontraban su lugar exacto. Entonces el libro que no toleraba la situación, dijo:
— Bueno, bueno... esperen un momento, ustedes no pueden llegar así como así, la convivencia sería muy difícil, en nada se parecen a ellas.
— ¿Y quiénes son ellas? – preguntaron tiritando los dos puntos.
— ¡Quiénes van a ser!, las palabras que viven conmigo – resuelto contestó el libro.
Entonces los puntos suspensivos se quedaron sin voz, los paréntesis se encerraron en sí mismos, los signos de exclamación se exaltaron y las comillas de tanto llorar, ya no tenían idea propia.
— ¡¿Cómo has podido mencionarlas?! Replicó angustiado el guión más largo, porque el corto se había quedado dormido-, no ves que de donde venimos éramos muy amigos de ellas.
— Lo que sucede – dijo entre suspiros el corchete-, es que se marcharon para siempre de nuestro libro que se rompió con la lluvia, solo nosotros logramos escapar.
La venta estaba por comenzar. Los estantes relucían y el vendedor de libros daría una última oportunidad a su libro favorito. Con especial cariño lo tomó en las manos, buscaba el sitio exacto donde ubicarlo. Pero… ¿Qué extraño? hoy le parecía más hermoso y sintió un deseo irresistible de leerlo. Abrió entonces la primera página hasta que pudo entender por fin: En un pequeño pueblo vivía el vendedor de libros. Por primera vez el viejo estaba afligido, tendría que sacar del estante a su amigo y cómplice por años, por más que le tuviera cariño necesitaba espacio para otros libros que quizás se vendieran mejor…
Fin
Autora: Olga Lida Martínez
Cuento infantil sobre la venta de libros sugerido para niños a partir de diez años.