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Sucedió en un lugar gris, donde el cielo siempre estaba gris y cubierto de nubes; y los edificios eran altos, de metal y con las ventanas tintadas.

El asfalto predominaba en toda el área. Los coches llenaban el ambiente con su humo gris. La gente caminaba por la calle con sus caras grises y sus ropas a juego, todos hacia la misma dirección y con la misma expresión gris en la mirada. Cada día el mismo panorama gris, la misma sensación seria en el ambiente, el mismo ritual. Nada cambiaba.

Un día, una niña ordinaria de una familia cualquiera se quedó observando a su alrededor. El aire era pesado y se le empezaba a hacer difícil respirar. Entonces, quiso abrir la ventana tintada, pero afuera todo era oscuro también y el aire tampoco parecía moverse. Cansada de este gris alrededor, decidió hacer un trato consigo misma y escribió en un papel:

“Si mañana llueve, me pondré el vestido más extravagante que tenga, el rojo de lunares”.

Al día siguiente llovió. La niña cumplió su promesa y se plantó el vestido durante todo el día, atrayendo la mirada de todo el mundo.

Por un segundo, dejaron de caminar hacia la misma dirección sin sentido; así que se prometió de nuevo que si al día siguiente volvía a hacer frío, se pintaría el pelo de azul. Y al día siguiente hizo frío, otra vez.

Se prometió a sí misma que si volvía a nevar, saludaría a cada persona que se cruzara en su camino con una sonrisa. Y nevó con fuerza.

Las gentes del lugar buscaban a la niña para ver con qué nueva idea los sorprendería. Era el centro de atención en todo el pueblo. Hasta que uno de esos días alguien decidió que si todos miraban a esta niña, debía haber una razón y que ella parecía realmente contenta, así que se unió a ella en sus extravagancias.

Poco a poco, todos los que allí vivían se animaron a poner algo de color en sus vidas que los hiciera olvidarse de su gris rutina.

Y llegó un momento en el que dejaron de prestar atención a su cielo gris y lleno de nubes. Lo raro fue desde entonces ver caras grises y vestidos oscuros.

Fin

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