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Cuentos de fantasmas. Relato sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos. De la serie “Sueños, voces y otros fantasmas”

Hay una película, bastante conocida, sobre un niño que tenía la facultad de ver personas muertas, y las veía por todas partes. En la película, para hacerla más impresionante, los fantasmas que el niño veía eran de personas muertas de formas violentas: una mujer que se cortó las venas, un muchacho con una herida tremenda en la cabeza, varios ahorcados, una mujer quemada, una niña envenenada, etcétera. Pero eso es sólo una película.

Como señalé anteriormente, el Museo Poblano de Arte Virreinal fue hospital más de trescientos años, razón por la cual ahí murieron muchas personas: mucha gente murió a consecuencia de diversas epidemias, desde el siglo XVI hasta principios del XX. Ahí llegaron a sanar o a morir de sus heridas personas que estuvieron en levantamientos y batallas: las revueltas del siglo XIX, la guerra de Independencia, la batalla de Puebla e incluso la Revolución.

Lo que hoy es el enorme patio en que se encuentra uno nada más entrar al museo, fue camposanto o, mejor dicho, fosa común donde eran arrojados los cadáveres; cuando se remodeló el edificio para hacerlo museo, empezaron a sacar las osamentas, pero al ver que luego de sacar muchos huesos y descender varios metros bajo el nivel del piso continuaba habiendo más restos humanos, decidieron dejarlos ahí y los cubrieron con las lajas de piedra, quedando el patio como lo conocemos hoy.

Muchas de esas personas que ahí murieron dejaron algo de ellas; no su recuerdo, ya que sus nombres han sido olvidados, aunque seguramente fueron conocidos en el hospital al ingresar como pacientes. Ha pasado tanto tiempo desde entonces que de esos nombres no queda memoria.

Pero sus dolores y temores, sus odios y rencores, amores y pasiones nobles o innobles, los sentimientos que anegaron sus últimos momentos u otras circunstancias ahí vividas, permanecen ahí.

* * * * *

Los vigilantes del museo, por ejemplo, dicen oír ruidos extraños en la noche. Uno de ellos cierta vez vio a una monja, otro vio a un fraile; fantasmas que, además, son capaces de atravesar puertas y paredes, como se narra en algunas de las historias de esta serie.

“La niña” es uno de los fantasmas que más personas dicen haber visto: algunos vigilantes la oyen, al igual que una de las muchachas que hacían el servicio social dando visitas guiadas, y también afirmaban verla u oírla algunos visitantes. Pero Areli, otra muchacha que también cumplía en el museo con ese requisito escolar, veía fantasmas por todas partes: en todos los rincones, en los pasillos y en las salas.

Especialmente las salas, nos decía, y no le gustaba dar visitas guiadas por eso: las salas están llenas de fantasmas. Algo así como el protagonista de la película mencionada. Y Areli también veía a la niña.

Recuerdo que una vez Areli se había quedado sola en la oficina, en una esquina de ese gran patio cuadrado, y entrar la vimos temblorosa y demudada.

Durante mucho rato mientras no estuvimos, mientras ella trabajaba, una silueta oscura estaba de pie a un lado de ella, a cosa de un metro o poco más de distancia de su silla. “¿Y qué hacía?”, le preguntamos. “Nada, sólo estaba ahí parado, viéndome. No me atreví ni a moverme”, nos dijo con voz bajísima, como temiendo que el fantasma, al que había dejado de ver, siguiera ahí y la pudiera oír.

Es muy difícil saber si los fantasmas ven u oyen a las personas reales. Si es verdad la teoría de que se trata de emociones y sentimientos que permanecen, más que de espíritus o ánimas en pena, entonces los fantasmas no tienen conciencia de lo que hay en el lugar en el que se les ve.

Mucho menos pueden ver a los vivos, oírlos o albergar malas intenciones hacia ellos, y no podrían dañarlos. Pero sólo si esa teoría es cierta…

Fin

Cuentos de fantasmas. Relato sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos. De la serie “Sueños, voces y otros fantasmas”

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