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El robo de la cotorra 🔍 Iván solo tenía que esperar que sucediese algo inusual para demostrar sus dotes policiacas.

Por Roberto Delgado Mejias. Cuentos cortos para niños.

El robo de la cotorra es un divertido y gracioso cuento infantil de detectives que relata la historia de Iván, un pequeño aprendiz de Sherlock Holmes que quiere encontrar a la cotorra de la casa de sus abuelos en el campo, que ha desaparecido sin dejar rastros. Es un cuento del escritor cubano Roberto Delgado Mejias, para niños y niñas en edad escolar. Y para ti, ¿qué le pasó a la cotorra?

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El robo de la cotorra

¡Se robaron la cotorra! —el grito hizo que las aves posadas en los árboles de los alrededores levantaran el vuelo asustadas y retumbó por toda la sabana multiplicado por el eco.

¡Al fin! ¡Un robo! ¡Un caso a resolver! Al escuchar el aviso de su primo el corazón dio una voltereta en su pecho acelerando sus latidos y raudo corrió casa adentro para vestir su flamante uniforme de detective.

A Iván siempre le gustó las historias de detectives, el preferido era Sherlock Holmes. Un día le pidió a su mamá que le hiciera un abrigo y un sombrero de tela a cuadros. Así vio vestido al famoso detective en una película. Con su traje a cuadros, fumando en una pipa y lupa en mano.

El robo de la cotorra - Cuento de detective

Después de muchos ruegos logró que su tía le regalara una lupa que usaba para enhebrar las agujas y hasta el perrito sato que le trajo su papá fue nombrado Watson, en honor al inseparable amigo de Holmes.

En las vacaciones pasadas se hizo una pipa con dos trozos de caña de Castilla, pues no consiguió de forma alguna, y mira que hasta puso su carita compungida, que siempre daba resultado, que el abuelo le cediera la suya en la que picoteaba tabaco cada atardecer para fumar y espantar con el humo los mosquitos, sentado en el portal.

Con ese atuendo, y Watson, solo tenía que esperar que sucediese algo inusual en el barrio para demostrar sus dotes policiacas.

En todo ese año nada fuera de lo común ocurrió. Por eso cuando llegaron las vacaciones y el día de realizar el tradicional viaje vacacional a La Ceiba, un lugar en el campo donde sus abuelos viven, le cayó el mundo encima. Si en la ciudad, en todo un año no había ocurrido algo que mereciese una investigación policial, allá lejos, en aquellas solitarias casas, mucho menos.

Antes le gustaba ir para adentrarse en el bosque, montar a caballo, comer ciruelas y mangos debajo de los árboles y bañarse en el río, pero ahora que ya tiene diez años su sueño es resolver un crimen y atrapar a sus autores.

Llévate a Watson —le dijo su papá— él nunca ha visto el campo y puedes estar seguro que lo disfrutará mucho. ¿Te imaginas lo contento que va a estar corriendo en aquellos potreros, detrás de las vacas?

Escuchó a su papá y pensando en el bienestar de Watson, decidió ir donde los abuelos. El día del robo, junto a sus primos y niños vecinos, fue de excursión al bosque a recoger caracoles, desde donde se unieron con sus abuelos para bañarse en la charca del rio. Un día maravilloso, en el que pudo observar muchas aves, mariposas, lagartijas y hasta un venado que cruzó, veloz ente los árboles asustado por la bulla de los niños.

Con su mente atenta, como buen policía, lo miraba todo y analizaba cada ruido que llegaba a sus oídos.

Jorge, ven acá. ¿A qué hora viniste a buscar agua? ¿Viste a la cotorra? —preguntó a su primo que a media tarde vino a la casa a buscar agua para beber.

Yo, si, no sé, yo.

¿Qué sucede? Ujum. ¿Estás nervioso?

No. Es solo recordando que hora era. A la cotorra si la vi, en su aro, y me dijo pan, para la cotica.

Eran las 3 y 40. Cuando Jorge salió para acá, Abuelo se fijó en la hora y dijo ya son las 3 y 40, casi es hora de regresar a casa —dijo Inés, una prima.

Iván, no te…

No interrumpas, Pedro —responde muy serio Iván.

Es que la…

Entonces el robo fue entre las 3 y 40 y las 5 y 20, hora en que llegamos. Voy a buscar huellas y verán que rápido las encuentro pues están frescas. Watson, acompáñame.

Lupa en mano, encorvado para tener una mejor visión del suelo, comenzó a escudriñar, palmo a palmo todo el portal y el jardín.

Elemental, Watson, estos niños, con sus retozos, han contaminado la escena del crimen. Imposible obtener una huella que nos lleve al criminal en este lugar. Vamos a la guardarraya.

Uff, no hay nada sospechoso, Watson, esas huellas de cascos de un caballo son viejas. Ves, tienen agua acumulada de la lluvia de ayer. Vamos a casa de Puchungo, a preguntarle si vio algo.

Caminando por un trillo, llegaron hasta Puchungo, un viejecito ermitaño que vive a unos 100 metros de casa de los abuelos. «Como vive solo, tiene mucho tiempo para mirarlo todo», pensó Iván.

Puchungo, usted ¿vio algo fuera de lo común hoy, entre las 3 y 40 a 5 y 20 de la tarde? ¿Algún desconocido rondando? ¿Alguien conocido? ¿Qué hizo usted de 3 y 40 a 5 y 20?

No, no he visto a nadie y he estado toda la tarde en el potrero, pastoreando a las vacas, ¿Qué es lo que pasa? ¿A qué vienen tantas preguntas?

Es que se robaron la cotorra y estoy investigando.

Ah, la cotorra se…

Adiós, no puedo perder tiempo. Tengo que atrapar al ladrón antes que esté muy lejos. Corre, Watson, vamos.

Apresurado, sin perder tiempo, como todo buen detective, fue a preguntar al abuelo.

Abue, ¿últimamente han ocurrido muchos robos?

No, nieto lindo. Escucha, por la coto…

Ya, abue, ya, deja las lisonjas para después que resuelva este enredo.

Se marchó con críticas a su abuelo, que, en lugar de estar ayudando a solucionar el crimen, escogió precisamente el momento para decirle nieto lindo. Se sentó debajo de un flamboyán, cabizbajo, pensativo, repasando cada momento del día, de días anteriores, de años atrás.

Fue entonces que recordó algo que le llamó la atención en el rio y este recuerdo le llevó a otro de las vacaciones anteriores y este a su vez le recordó un cuento que le hizo su abuelo, un tiempo atrás. Regresó excitado a la casa en la semioscuridad del anochecer.

Abuelo, hazme el cuento del ala rota de la cotorra.

Esa cotorra la tenemos desde que era un pichón, Tumbaron una palma y las cotorras tenían su nido en ella y al caer se le rompió el ala. Por eso, no puede volar, al menos no muy lejos. Esa es la causa de que esté siempre posada en un aro, en el portal. Pero a la cotorra no…

Abuelo, hoy cuando estábamos en el río, sentí una bulla de muchas aves, Miré a ver que era, pero como hay muchos árboles no pude ver nada. Ahorita recordé que es esa bulla. Una bandada de cotorras. Las vi el año pasado. Ya descubrí que pasó. Pasó eso mismo, una bandada de cotorras, y la nuestra se fue con ellas. Es natural, quiere estar con su familia. Ahora lo otro, tiene la pobrecita el ala rota. Estoy seguro que no pudo llegar muy lejos. No puede volar, así que debe estar cerca. Pobrecita, abuelo, con su ala rota va a morir de hambre o un majá se la va a comer.

Eso te hemos intentado decir todos, pero hablas y hablas, no escuchas. Vamos, estaba esperando que oscureciera, pues de día es difícil atraparla y ahora de noche es mejor pues duerme.

Siii, ustedes lo sabían porque viven aquí, pero yo lo investigué —dijo Iván a su abuelo y fue a su lado al monte a buscar a la cotorra.

Orgulloso, satisfecho. ¿Quién sabe si esta noche un cuatrero tiene la infeliz idea de robar las vacas del abuelo? No cuenta que, allí, en La Ceiba, está él, Iván, el detective, para atraparlo.

Fin.

El robo de la cotorra es un cuento del escritor Roberto Delgado Mejias © Todos los derechos reservados.

Sobre Roberto Delgado Mejias

Roberto Delgado Mejias - Escritor

Roberto Delgado Mejias es un escritor que nació en 1967 en Ciego de Ávila, Cuba. Es Licenciado en Informática y especialista en Comunicación Social. Miembro del Taller Especializado en Literatura Infantil Compay Grillo y del proyecto literario El rincón de los Cronopios.

Algunos de sus cuentos han sido publicados en la revista Videncia y en el diario Invasor, de su ciudad natal. Además, en antologías de la Red de Escritores y Escénicas Potosí - Bolivia y en la página de Facebook de la Fundación César Egido Serrano - Museo de la Palabra, España.

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