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El fantasma del frío es uno de los cuentos de fantasmas de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.

Hacía mucho tiempo que no lo veía; no lo había olvidado, pero creí que nunca más volvería a verlo. Muchos fantasmas vi cuando era niño, otros los oí. Algunos me hacían morir de miedo y otros, en cambio, no me asustaban nada.

No sé por qué. Pero él fue al que más veces vi; cuando me acostumbré a él dejó de ser de los que más me aterrorizaban, pero al principio, las primeras veces que lo vi, sí me hacía temblar de miedo.

Además, era el único al que percibía de una forma diferente, no sólo con los ojos ni con los oídos: cuando lo veía, y más cuanto más se acercaba a mí, se me enchinaba todo el cuerpo y no sólo por el pavor, sino porque sentía frío. Tampoco sé por qué.

Su cuerpo no tenía contornos bien definidos, mucho menos su cara cuyas facciones nunca pude ver con claridad; aunque no la llevaba cubierta siempre la veía como a través de algo, como si una especie de niebla estuviera entre él y yo, una niebla que sólo lo oscurecía a él y a ninguna otra cosa.

A pesar de que podía ver las formas de su cuerpo, su cara, su cuello, sus brazos, todo él era de un color gris o sepia casi homogéneo, como una sombra cuyas orillas se difuminaban en el aire. Una de tantas veces que lo vi quise fijarme en sus pies, y entonces noté que no tenía pies. Eso me hizo entender por qué nunca lo vi ir de un lugar a otro: lo veía a veces aquí, a veces allá, pero siempre estaba estático en el lugar en que se dejaba ver.

La primera vez que lo vi fue en el rellano de la escalera. Vivíamos en una casa construida en poca superficie y en muchos niveles; eran cinco pisos, apenas suficientes para que cupiéramos mis hermanos y yo con todo y nuestras travesuras. Y los fantasmas.

Una tarde, casi noche, yo jugaba en mi cuarto cuando mamá me llamó tres pisos abajo, por el cubo de las escaleras. Recuerdo que hacía mucho frío, como siempre en invierno en la ciudad en la que viví toda mi infancia; yo llevaba una gruesa chamarra con la que me mantenía caliente, pero al salir de la recámara fue como si una ráfaga helada hubiera estado ahí, agazapada para recibirme.

Luego lo vi. Estaba casi atrás de la puerta y me sobresaltó porque pensé que era una persona y que, al empujar la puerta, la habría molestado. Sólo una mirada me bastó para darme cuenta de que no era una persona viva. Como ya dije, aunque para entonces ya había visto muchos fantasmas horribles, esa primera vez me causó una impresión aterradora.

Un cosquilleo en mi cara, cuello y espalda, y mi corazón latiendo a todo correr; si mi corazón hubiera tenido piernas, o alas, habría llegado en dos segundos con mi mamá. No me atreví a darle la espalda y bajé las escaleras hacia atrás, agarrándome con fuerza del pasamanos. Y a pesar del frío mis manos sudorosas resbalaron sobre el tubo de metal helado. Ésa fue la primera de muchas veces.

Lo volví a ver en la escalera, más arriba o más abajo; un par de veces en el baño, y también parado en la puerta de mi cuarto o junto a mi cama cuando, a media noche, el frío me hacía despertar.

Nunca dejó de sobresaltarme su presencia, pero lo vi tantas veces que acabé por comprender que no me haría daño. Una vez estuvo tan cerca de mí que sentí el mayor frío que había sentido nunca.

Como para entonces ya me había acostumbrado a él, sentí curiosidad de tocarlo y saber por qué sentía tanto frío. Le pregunté si podía tocarlo y me dijo que sí, no con palabras, nunca escuché su voz. Pero movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo, así que extendí mi mano hacia la suya y lo toqué en el antebrazo, con la punta de los dedos.

No puedo recordar qué fue lo que sentí en mis dedos, pues no podía despegar mis ojos de su cara y lo vi arrugar la frente y cerrar los ojos, esos ojos que yo no distinguía más que como manchas oscuras en su cara, en una mueca de dolor. Pasó mi niñez y mi adolescencia y entré al seminario.

Seguí viendo fantasmas, en algunos lugares más que en otros, pero durante mucho tiempo no volví a ver al fantasma del frío. Una tarde, al salir de la capilla me dirigí al salón en el que tomaba mis clases vespertinas.

Al dar la vuelta pude ver el pasillo vacío frente a mí, no había nadie. Como a la mitad del largo corredor, lo sentí antes que verlo. Esa sensación de frío, que hasta esa vez no me había percatado de que no era un frío normal; no era como tener frío cuando baja la temperatura, sino un frío diferente. Supongo que es porque el frío de los muertos no es igual al frío de los vivos. Esa sensación de frío tan rara me lo trajo a la mente antes de verlo, parado junto a donde yo iba pasando.

Apareció junto a mí, flotando en el corredor, de repente. Me estremecí como si nunca lo hubiera visto, y luego conseguí pasar junto a él sin que me temblaran las piernas. Casi, casi sonreí como si fuera un viejo amigo, pero entonces recordé que se trataba de un fantasma.

Fin

El fantasma del frío es uno de los cuentos de fantasmas de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.

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