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Cuentos con valores para pensar de la escritora Liana Castello. El deseo de Lucas.

Lucas era un gusano feliz, pero llegó un día en que dejó de serlo. Jamás había renegado de su condición de gusano, hasta el día en que se dio cuenta que no podría abrazar.

Cierto era que abrazar no era lo único imposible para Lucas, tampoco podía volar –por ejemplo- pero eso no le importaba. El gusano quería poder abrazar a los que amaba.

No sabía qué hacer, puesto que era un problema sin solución. Decidió entonces hablar con los otros gusanos acerca de su deseo, tal vez alguien podría ayudarlo.

-Bueno pequeño, me temo que debes resignarte-dijo un joven gusano.

-¿Abrazar? ¿Para qué quieres abrazar? ¡Habrase visto qué deseo tan extraño!-dijo otro.

Un gusano más optimista le dijo que no se diera por vencido y que intentara algo, lo que fuese para hacer su sueño realidad “Yo te ayudaré” le dijo.

Con ayuda de otros animales, le ataron entonces una ramita a cada costado de su cuerpo a modo de brazos. Pero por más que Lucas se moviese y las ramas con él, no solo no lograba abrazar, sino que sabía que aunque lo lograse, las ramas no sentirían la tibieza del abrazo.

Triste hizo un agujero en la tierra y allí se quedó por mucho tiempo. Inútiles fueron los ruegos de su familia y amigos. Lucas no salía. Estaba enojado y mucho. Enojado con la vida, con el destino, con la naturaleza ¿Por qué no tenía brazos? ¿Por qué no podía sentir del calor de un abrazo? Y allí se quedó hasta que se sintió tan débil que tuvo que salir.

Hubiese querido abrazar a su mamá, pero ya sabemos…

Su madre lo alimentó, su padre lo consoló, algunos gusanos lo entendieron y muchos otros lo criticaron.

¿Qué podía hacer un gusano sin brazos cuyo mayor deseo era poder abrazar?
Mientras comía, Lucas miró el cielo y se dio cuenta de cuántos bellos amaneceres y atardeceres se había perdido en su encierro. Cuántas gotas de lluvia no lo habían refrescado, y cuántos cantos de pájaros no había escuchado. Ciertamente, no era el encierro y el enojo la solución a su problema, eso lo pudo entender.

Y mientras pensaba en todas estas cosas, se acercó a él un viejo gusano, el más anciano de todo el bosque y el más sabio también.

-Me dicen que no eres feliz porque no puedes abrazar ¿es eso cierto pequeño?

-Sí lo es-respondió Lucas con lágrimas en los ojos.

-Vaya, vaya-dijo el anciano-Tú sabes que los gusanos no tenemos brazos, así ha sido, así es y así será ¿Sabes eso verdad?

-Sí lo sé y eso es lo que me hace infeliz. No entiendo por qué otras especies los tienen y nosotros no ¡No es justo!-se quejó el pequeño.

-¿Justo? ¿Injusto? Mira Lucas, la naturaleza es como es y si así somos por algo será.

Dime ¿qué ganas con renegar de tu condición a sabiendas que es imposible modificarla?

-Debo resignarme ¿Entonces?-preguntó el pequeño.

-Yo no dije eso-contestó el anciano.

-¿Entonces qué sugieres? -Preguntó Lucas

-Que te aceptes cómo eres porque ni tú ni nadie puede ser lo que no es, y lo mejor que te puede pasar es amarte tal como eres y eso no significa que debas resignar tu deseo.

-¡Te contradices, ser gusano es no tener brazos y no poder abrazar!-gritó el pequeño.

Con paciencia, el anciano se acercó aún más a Lucas y le dijo:

-Ser gusano es mucho más que no poder abrazar. Lo que somos es mucho más que aquello que no podemos hacer. No tenemos brazos, pues bien, no los tenemos y no podemos hacer nada al respecto. Con lo que sí podemos hacer algo es con lo que deseamos.

Lucas no entendía, escuchaba al anciano, pero no entendía o no quería entender.

Fue entonces cuando el gusano viejo se acercó mucho más y cuando estaba al ladito de

Lucas giró su cuerpo y lo envolvió con él.

Lucas sintió la tibieza de la cercanía ¡Vaya! ¡Se podía abrazar sin brazos!

Fue en ese momento, cuando el pequeño entendió lo que el anciano le decía. Era cierto que no tendría brazos y jamás los tendría, era cierto que no aceptarse no era la solución, era cierto que él era mucho más que dos bracitos y también era cierto que había que buscar la manera de lograr lo que tanto había deseado y que había una manera posible.

Y entonces el pequeño gusano fue inmensamente feliz, no sólo porque conoció la tibieza del abrazo tan deseado, sino porque aprendió a amarse y aceptarse tal como era y jamás, pero jamás volvió a perderse algún amanecer.

Fin

ILUSTRACION ADRIANA GONZALEZ

Cuento sugerido para niños a partir de ocho años

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