Cuento infantil de cocineros sugerido para niños a partir de nueve años.
Don Romero, el cocinero, dejó los ingredientes preparados, la cocina limpita y apagó la luz. Se estiró los largos bigotes negros, se acarició la panzota y se fue a dormir.
Entre la oscuridad, la cucaracha Renata estiró las patas y corrió por la mesada, subió como escalador por la cortina y, en el movimiento, la claridad de la luna entró a la cocina.
-Veo, veo- dijo el azúcar-
-¿Qué ves?-respondió el mantel.
-¡A la mayonesa detrás de la milanesa!- gritó el azúcar riendo.
El mantel largó una carcajada tan fuerte que el frasco de harina se tambaleó y se abrió.
-¡Ya sé! Ahora que Don Romero no está ¡podemos jugar a las escondidas!-dijo la manteca.
-¡Síi!- gritaron todos en coro.
-¡Yo cuento!- saltó el Mantecol. Y se apoyó contra la jarra con los ojos cerrados. -uno, dos y…..
– todos empezaron a correr y a chocarse y a ocultarse. Y así estuvieron jugando durante toooda la noche.
-¡Dios mío, me quedé dormido!- gritó Romero al ver el despertador. Saltó de la cama, se puso lo primero que encontró y salió corriendo para la cocina. Pero, claro, no fue el único porque nuestros amiguitos también se durmieron jugando ¡y quedaron desparramados por cualquier lado!
Entonces pasó lo peor. Romero, todavía medio visco del sueño, empezó a preparar sus manjares sin siquiera mirar con atención. Si necesitaba sal, iba donde la guardaba, tanteaba y la metía dentro del bols. Lo mismo con la harina, el azúcar y los demás ingredientes. Cuando terminó corrió a vestirse. Pronto llegarían los invitados y él quería que todo saliera impecable, como lo había estado planeando.
Pero no siempre las cosas salen como esperamos.
Cuando el comisario, la directora y el ingeniero probaron los coloridos manjares, se transformaron. No era para menos: la mayonesa tenía gusto a flan; la salsa blanca a merengue; la crema a queso y ¡los huevos rellenos a dulce de leche! ¡Un verdadero desastre!
Don Romero, los miraba esperando que lo aplaudieran, en cambio, vio que a la directora se le estiró la lengua como chicle, al comisario le salió fuego por las orejas y al ingeniero se le puso la cara verde y los ojos amarillos.
Don Romero no entendía nada, mucho menos cuando vio que la directora salió con la lengua de bufanda, el comisario a los saltos y el ingeniero girando.
-¡Dios mío, que ha pasado aquí!- se dijo, y probó un huevo relleno.
Apenas lo mordió salió corriendo a las arcadas para el baño y cuando regresó se dejó caer en la silla, muy triste y desilusionado. Pero en ese preciso momento, entre música fuerte y bocinazos, bajaron del trencito de la alegría sus otros invitados cantando:
-¡Pare chofer, que vamos a comer! -el mago, la bailarina y el pintor entraron corriendo y se abalanzaron sobre la comida sin darle tiempo a nada.
-Mmm -dijo el pintor con los bigotes llenos de mayonesa. -¡esto es arte!
-Mmm… ¡y música para mis pies!- exclamó la bailarina.
-¡Claro que no, es mucho mejor!- gritó el mago. – ¡Es… es el más sabroso truco de magia que haya probado jamás!
Don Romero no podía creerlo, en menos de diez minutos sus otros invitados ¡se habían terminado toda la comida!
Así fue como, sin planearlo, Don Romero creó los platos más exóticos de la ciudad, claro que no para cualquiera. Por eso, sobre la ventana, colgó un cartel con guirnaldas y luces de colores que dice así:
"Comida despistada para gente disparatada"
Fin
Cuento infantil de cocineros sugerido para niños a partir de nueve años.