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Unas alas de luz. Cristina Mena, escritora española. Cuento espiritual. Cuento sobre los sentimientos.

Abrí la puerta y enseguida salieron revoloteando mil seres alados, virtudes, dones, caracteres, defectos, vanidades… el más audaz el Amor, volaba entre todos seguro de saber quién era.

Todos andaban siempre pendientes del Amor, pues sabían que era el más relevante, el más importante, el más poderoso. A poca distancia la Pasión le miraba de reojo, nunca podía alcanzarle con sus juegos, pero a veces cuando le tenía bien cerca formaban una pareja formidable, saltaban chispas…

Un poquito más rezagado la Nostalgia buscaba hacerse un hueco para ser notada en aquel improvisado juego de sentimientos. De repente se advirtió algo extraño, un elemento no muy bien definido, al que no se le podía poner ningún nombre tenía su cabeza baja, su mirada hacia el suelo, indicaba que estaba triste, que no lo estaba pasando bien.

Los demás sentimientos y seres comenzaron a rumorear sobre ese elemento ¿quién es? decían unos, ¿por qué está tan triste? preguntaban otros; pero nadie acertaba a dar ninguna respuesta sensata así que sin más se acercaron a él y hablaron así:

– ¿Por qué no juegas? ¿Por qué no sales volando y te diviertes como todos nosotros?

– Estoy esperando, (se oyó una voz) estoy esperando a que vengan a recogerme, ya se están retrasando…

– ¿Retrasando? ¿Esperando? pero ¿qué es lo tratas de decir? no te comprendemos, ¡explícate mejor!, (acertó a expresar el más osado carácter, la Impaciencia).

– Sí, veréis, yo soy la Tristeza y tan solo estoy esperando, dentro de unos momentos, estoy segura, volaré de la misma forma que voláis vosotros, es sólo que ahora estoy esperando.

Todos los sentimientos se quedaron muy confusos sin saber bien qué estaba esperando aquel ser que no parecía poder volar ni tan siquiera lo intentaba. Pasaron varios minutos pero por allí no aparecía nadie de los que ya estaban.

La Ilusión que jugaba con la Compasión al escondite se le acercó y le dijo: yo te comprendo, esperas que venga alguien a quien necesitas mucho, pero aunque yo me quede a tu lado no por ello puedo asegurarte que vendrá, pues yo sé que no es suficiente la Ilusión para conseguirlo.

Al rumor de la conversación se acercó la Paciencia y le dijo:

– Yo me quedo si quieres aquí un ratito, tal vez sea necesaria mi compañía si pasa el tiempo y nadie aparece. Voy a llamar al Don de la Oportunidad, tal vez nos ayude con esta espera.

También se aproximó el Orgullo pero viendo que todos andaban muy sumisos y humildes decidió no quedarse, no era su lugar, le aburría esa reunión tan pausada de débiles y entregados. Al poco rato se vio un resplandor grande en el cielo, la Tristeza se incorporó un poco y pudo percibir cómo dos alas blancas y radiantes bajaban desde los cielos para posarse con suavidad sobre su apenada y encorvada espalda.

Al contacto con su piel se fundieron en su cuerpo y majestuosas se desplegaron por encima de todos los sentimientos reunidos. Aquel sentimiento triste entonces agitó las alas y brindando una sonrisa de luz se elevó al cielo y llamando a su lado al resto de sus compañeros se puso a jugar y disfrutar revoloteando por los aires.

La Paciencia viendo que ya no tenía sentido permanecer allí también agitó sus alas y se levantó del suelo. La Ilusión, ilusionada de que todo hubiera terminado bien, emprendió vuelo para reunirse contenta con sus amigos de juegos.

El Orgullo se sintió desconcertado, tal vez no había medido bien las fuerzas de la Tristeza, tal vez se había precipitado en su juicio sobre ella. Le comentó el suceso a la Soberbia que comenzó a mirar a la Tristeza con otros ojos, con más amabilidad y simpatía, tal vez pensando qué en ocasiones podían tener un mismo rostro en su fondo.

El Amor abrió muy grandes sus ojos y con total asombro mirando cómo la Tristeza se ponía una sonrisa en su cara y se confundía con la Alegría les preguntó a todos un poco asustado:

– ¿Quién es ese ser? ¿Quién es capaz de acercarse a la Tristeza, coserle unas alas y lograr implantar en su rostro una sonrisa?

-¿Quién es más poderoso que yo?, ¿quién puede ser más poderoso que yo? preguntaba insistente el Amor, totalmente desubicado.

La Esperanza, la Esperanza, ¡la Esperanza!, se oyó en ecos en el cielo el batir de alas blancas de una verdad. El Amor, miró a todos sus compañeros que revoloteaban por el cielo, miró sus espaldas… vio esa nueva luz de Esperanza en la Tristeza… y comprendió.

Fin

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