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Cuentos sobre la esperanza, espirituales y reflexivos para adolescentes, jóvenes y adultos.

Clara vivía en un bello pueblo, sencillo y humilde. Las casitas eran simples y sus techos parecían haber sido pintados por el otoño mismo con pinceladas de verdes, marrones y algún rojizo.

Los habitantes del pueblo vivían de sus cultivos y por muchos años las cosechas habían sido buenas, las lluvias generosas y los hombres habían sabido aprovechar la bondad de la naturaleza.

Sin embargo, un día la lluvia pareció desparecer. Pasó un tiempo largo sin llover. Los habitantes del pueblo esperaron pacientes, como espera siempre la gente sencilla, pero esa espera comenzó a hacerse eterna.

Con la ausencia de lluvia comenzó la preocupación. Si la lluvia no volvía ¿de qué vivirían? ¿Cómo darían de comer a sus familias?

La gente comenzó a entristecer, daba la impresión que esa ausencia de agua, traía la presencia de un futuro incierto y la desesperanza se apoderó de ellos.

La pequeña Clara no estaba ajena a esta situación. Veía a sus padres, sus abuelos y a todos en el pueblo sumidos en una gran preocupación.

La niña quería hacer algo pero ¿qué podría hacer una niña ante una sequía? ¿Podría ella o cualquier persona torcer la voluntad de la naturaleza? Era probable que no, pero al menos ¿podría llevar algo de esperanza a la gente? Eso sí, Clara podía y encontraría la manera de hacerlo.

A pesar de ser pequeña, Clara sabía que era tan grave y peligrosa la sequía como la desesperanza, el abatimiento, la desazón.

Tenía que hacer algo con sus pocos recursos y algo que llegara a todos y cada uno de los vecinos del pueblo, a todas y cada una de las almas que habían perdido toda esperanza.

Recordó de pronto que su padre tenía arrumbado un humilde globo que había confeccionado con sus manos: un tablón, unas telas algo raídas y sogas fuertes. Clara siempre había pensado que se parecía más a una hamaca que a un globo, pero eso ya no importaba. Su padre había tenido un sueño desde que Clara podía recordar. Ese hombre humilde y sencillo había soñado durante mucho tiempo con sobrevolar los campos, apreciar los cultivos, los techos de las casas, un sueño que podría parecer pretencioso pero que también era muy sencillo, como él.

Nunca había sido fácil lograr que el globo se elevase y de hecho, jamás se había elevado más que unos poco metros. Las dificultades, la necesidad de trabajar y el día a día hicieron que el padre de Clara dejase arrumbado el globo y con él su sueño tan ansiado.

La pequeña fue en busca del globo, lo encontró en peores condiciones de lo que recordaba, pero no le importó. Lijó la madera del asiento, como pudo la pintó, ajustó las sogas y cosió con maestría las telas que formaban el globo.

Clara sentía que en ese momento tenía otro objetivo más, no sólo dar esperanza al pueblo, sino demostrarle a su padre que el sueño que había tenido podía ser una realidad.

La niña se proponía –globo mediante-sobrevolar el pueblo e ir devolviendo la esperanza y la confianza a sus habitantes.

Tenía un mensaje, tenía mucho que decir. Su corazón estaba lleno de sentimientos, lleno de palabras bellas y reconfortantes para quienes tanto sufrían. Pensó entonces que si sus mensajes partían de su corazón, sería bueno que tuviesen su forma y su color.

Tomó un rústico papel de color rojo, su tijera y comenzó a cortar y cortar corazones. Tenía mucho para decir y comenzó a escribir. Algunos tenían una sola palabra, otros tenían frases cortas. Algunos decían: “confía”, “cree”, “mañana”, “sonríe”, “lloverá”, otros decían frases tales como “no pierdas la fe”, “mantén la esperanza”, “no bajes los brazos”.

Juntó todos los mensajes y fue en búsqueda del globo. Sabía que no sería fácil que se elevase, pero era tan grande el deseo de ayudar a su gente, que –sin equivocarse-pensó que el viento esta vez sería muy generoso con ella y con el globo. No tenía muchos recursos, pero sí tenía muchos amigos a quienes les había hablado de sus “corazones”. Los niños habían juntado varios infladores de ruedas de bicicleta, sin dudas no era la forma ideal de inflar el globo, pero era lo único con lo que contaban, además del viento y las ganas de ayudar.

Fueron a un descampado y pusieron manos a la obra. Acomodaron el globo, Clara se sentó y se tomó de las sogas, todos los corazones que había hecho y que eran muchos por cierto, estaban en su regazo. Los niños comenzaron a inflar el globo y de pronto llegó el viento a ayudar. Una ráfaga mágica terminó de inflar el globo y Clara comenzó a elevarse con él ¿Cómo bajaría? De eso se preocuparía luego.

Clara estaba feliz, sentía que estaba cumpliendo con el postergado sueño de su padre. La vista del pueblo era muy bella, tanto como la niña jamás había imaginado. Podía ver los techos, los campos, la tierra seca y a la gente.

Comenzó suavemente a arrojar todos y cada uno de los corazones y podía ver cómo la gente se sorprendía viendo una niña volando en globo y recibía esa lluvia tan especial como si fueran una bendición.

Las manos curtidas de los habitantes del pueblo tomaron los corazones, leyeron lo que cada uno decía y todas esas palabras fueron calando hondo en sus propios corazones: “mañana”, “confía”, “ten fe”. Las sonrisas comenzaron a iluminar el pueblo. Todos tenían mucho más que un pedazo de papel rústico en sus manos escrito con letra de niña, tenían un mensaje de amor y de esperanza. Todo podía cambiar, otra realidad era posible, sin dudas.

Los habitantes del pueblo leían una y otra vez lo que los corazones decían, sus manos temblorosas los pasaban unos a otros. Si había una niña que había sido capaz de volar un precario globo y más aún, si había pensado en cómo devolverles la esperanza, un milagro no se haría esperar.

Las primeras gotas que todos pudieron ver fueron las lágrimas que corrían por el rostro emocionado del padre de Clara. La niña iba bajando suave, casi como mecida por el viento.

Todos rodearon a la pequeña quien se abrazó fuerte a su padre, con esa fuerza que solo el verdadero amor da.

Nadie se atrevía a hablar para no interferir en ese momento que, aunque ante mucha gente, era íntimo entre ellos.

Y así, emocionados todos, con la esperanza recién nacidita en cada uno de sus corazones, fueron recibiendo las primeras gotas de una lluvia que se parecía mucho a un milagro, un milagro de amor.

Fin
ILUSTRACIÓN DE MAR AZABAL DOMINGUEZ
Todos los derechos reservados por Liana Castello.
Cuentos sobre la esperanza, espirituales y reflexivos para adolescentes, jóvenes y adultos.

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