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Cuento infantil sobre osos sugerido para niños a partir de ocho años.

Feliquito nació en un nido muy limpio, hecho con ramas tiernas y flores que olían muy bien. Sin embargo, en el árbol de al lado había otro nido en el que nació Sucito, construido con ramas duras y flores de espinas. Cuando Feliquito piaba por las mañanas, porque tenía hambre, su madre aparecía con un gusano en su pico para alimentarlo.

Sucito hacia ruido durante toda la noche, molestando el sueño de los animales del bosque.

Un buen día, a Feliquito, sus papás le enseñaron a volar, y lo primero que hizo fue: Visitar a Sucito. A éste lo encontró revolcándose en su nido, lleno de insectos, gusanos y desperdicios. Aún así dijo: -¡Hola, quiero ser tu amigo e ir a volar juntos, cerca de las flores más bonitas del bosque para olerlas!-. Sucito contestó: -¿Repite colega pollo? Oye “Pollo Mocho”, yo no hago nada y mis papas me traen lo que quiero. No me hace falta volar, así que coge champú y lávale el pelo a una rana ¡Fuch!-. Feliquito, entonces, se puso muy triste escapándosele una lágrima que, casualmente, cayó encima de la cabeza de Sucito, limpiándole una pluma. Sucito empezó a chillar, llorar y saltar. Feliquito preguntó: -¿Por qué lloras?- Respondió el otro: -¡Me has limpiado una pluma, y yo nunca me lavo!-

Feliquito pensó que no tenía remedio el comportamiento de su vecino: no se quería lavar, ni aprender a volar, ni tampoco ir al “Colegio de Pajaritos”, por lo que decidió seguir mejorando sus habilidades para atrapar gusanos, hacer nidos y saber esconderse de los animales peligrosos del bosque.

Pasaron los meses y, en un día oscuro, apareció en el cielo un Águila Imperial, muy grande, con más hambre que un niño en un McDonald. Sucito estaba muy enfadado porque sus papás no le traían gusanos; estaban tardando demasiado. Lo que no sabía era que sus papás no se acercaban al nido para no alertar al águila; si no, ésta se daría cuenta del lugar donde se encontraba Sucito.

Pero éste, no aguantó más, y comenzó a piar, saltar y tirar todo tipo de insectos por el aire. ¿No te he dicho como se llamaba el águila? Su nombre era “Uñas”. Uñas se dio cuenta del tremendo alboroto que había en uno de los árboles del bosque, así que abrió sus alas todo lo que le fue posible, para bajar a la velocidad del rayo. Sucito seguía saltando y pataleando el nido; y justo cuando Uñas lo iba a coger con sus garras, se rompió el nido yendo a caer Sucito encima de un oso tan grande como una grúa.

El pajarito, al ver donde había caído, se puso a llorar creyendo que él iba a ser la merienda del oso. Pero el oso no veía nada; sus ojos estaban tapados por las “chucherías” del nido. Uñas, también, al bajar tan rápida cayó encima del oso, dándose los dos un “coco de columpio”, que hizo que quedaran desmayados en el suelo con sendos chichones del tamaño de una manzana.

Sucito, de tanto llorar, se había quedado tan limpio como Feliquito, y cuando vio a Uñas y al oso tumbados en la hierba, quiso volar para poder huir de ellos; lo cual no logró, por lo que decidió esconderse debajo de una hoja muy grande, esperando que al despertarse los animales, éstos se fueran. Cuando abrieron los ojos, parecían los “101 Dálmatas”, tenían manchado todo el cuerpo. Pero a Sucito, de nada le sirvió taparse con una hoja, pues una ráfaga de viento descubrió su escondite. ¿Te he dicho como se llamaba el oso feroz? Era “Comepasteles”. Uñas y Comepasteles vieron, en Sucito, su merienda. Y el pajarito, que temblaba más que un elefante encima de una bicicleta, se quedó quieto.

De repente, todos notaron un olor a pastilla de jabón. Era Feliquito, blanco como las nubes que atravesaba, volaba por encima del bosque, desafiando al águila y al oso, para que no se comieran a Sucito. Dijo Comepasteles: – Yo me quedo cuidando a este pollo mientras tu cazas al limpio ¿Hecho águila?- Uñas salió como una flecha en busca de Feliquito, pero éste, que había ejercitado mucho el vuelo en la escuela de pajaritos, realizaba unas increíbles piruetas en el aire que sorprendieron al águila.

Comepasteles, por su parte, había engañado a Uñas; su verdadero plan era comerse a Sucito mientras que su compañera de merienda, perdía el tiempo intentando apresar a Feliquito, persiguiéndolo por todo el bosque. Cuando el pajarito comprendió que, el oso, no iba a esperar a que regresara Uñas, le dijo: -Yo conozco un lugar donde podrás encontrar cien huevos frescos muy apetitosos; si me comes, no te lo podré contar -El oso preguntó: Dónde están esos huevos? Dímelo, y no te comeré-. Sucito señaló, con una de sus alas, la montaña más alta que vieron sus ojos, indicándole que allí se encontraba aquel manjar. -¡Cómo me engañes…!- Dijo Comepasteles, pero confió dada su tremenda avaricia.

Al mismo tiempo, Uñas intentaba alcanzar a Feliquito, que volaba “superbien”; de repente éste se detuvo, y bajó hasta tocar tierra. Uñas, al verlo quieto, se dispuso a descender y comérselo; le diría al oso que se le había escapado el pajarito, de esa manera también se comería a Sucito.

Uñas, al tocar el suelo, exclamó: ¡Tienes algo que decir antes de que te coma?- Acto seguido, aparecieron miles de pájaros; eran los papás de todos los pollitos que se había comido Uñas, en su vida.

Entre todos, cogieron al águila y la ataron a un árbol, que estaba cerca de la tienda de campaña de un cazador, de pájaros y animales, grandes y malos, para zoológicos. El cazador la atrapó y la llevó a un parque zoológico, en el que el director del mismo, sólo daba de comer alpiste y pan a los pájaros malos. Así, Uñas no volvería a comerse a ningún pajarito.

Feliquito explicó a todos los papás, que debían de ir a rescatar a Sucito, pues estaba en peligro de que se lo comiera Comepasteles. Cuando llegaron al sitio donde se suponía que debía de estar Sucito y el oso, no los vieron; poniéndose todos a llorar por el pajarito desaparecido. Pensaron que estaría dentro del estómago del animal, y éste, roncando debajo de un pino bien gordo.

Lejos de allí, Sucito y Comepasteles, subían la montaña, que estaba tremendamente empinada. Preguntó el enorme oso: -¿Falta mucho pollo?- Decía ya cansado, con la mitad de la lengua fuera y babeando. Sucito, como era pequeñito y pesaba poco, subía con mayor facilidad que Comepasteles – ¡Ya casi estamos!- Exclamó el pajarito. Cuando llegaron al más alto, al pico de la gigantesca montaña, Sucito le dijo a Comepasteles: -¡Ya hemos llegado! Asómate, y debajo de esa rama que cuelga en la montaña, se esconde el nido con los huevos más grandes y dulces del bosque.

El oso, confiado en su formidable fuerza, se asomó; pero estaba tan cansado que le temblaban las piernas, y veía borroso: -¡Yo no veo nada!- Dijo el oso –¡Asómate un poquito más y los veras!- Insistió Sucito -¡Que no veo nada!- Contestó Comepasteles al límite de sus fuerzas -¡Un poquito más! –Repitió el pajarito. Y cuando el oso tenía casi todo su cuerpo colgando en el barranco, Sucito le hizo cosquillas en el pié, cayéndose, Comepasteles, montaña abajo, pegándose un coscorrón de bicicleta; yendo a parar, también, cerca de la tienda de campaña del cazador de zoológicos, que había capturado al águila, llevando al oso al mismo lugar que a Uñas, donde el director del zoológico daba de comer manzanas y peras a los osos malos.

Cuando bajó Sucito de la montaña, encontró a todos los pajaritos del bosque muy tristes; Al verlo vivo, se pusieron todos muy alegres, a cantar y bailar, abrazándolo sin parar. Entonces Sucito se dio cuenta de que había hecho el “tonto” estando, tanto tiempo en su nido, solo, sucio y sin amigos. Había sido un maleducado; existían muchos pajaritos que se preocupaban por él. Así que decidió bañarse e ir a pedir perdón a todos los animales del bosque, por haberles “hecho la puñeta” por la noche, y portarse bien con sus papás así como obedecerles.

Luego, fue a casa de Feliquito, a su nido, para darles las gracias por todo; que se limpiaría más a menudo e iría al colegio de pajaritos, siendo amiguitos el resto de sus vidas. Y así termina este cuento en el que los protagonistas vivieron limpitos y comieron gusanitos para siempre ¡Ah! Si Sucito hubiera aprendido a volar antes, hubiera huido de Comepasteles, por eso tuvo que idear lo de la montaña. ¡Adios!

Fin
Cuento infantil sobre osos sugerido para niños a partir de ocho años.
 

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