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La triste Navidad de Florcita

Por Mar Adentro.

La triste navidad de Florcita. Mar Adentro, escritora. Cuentos de Navidad.

La triste Navidad de Florcita

La triste Navidad de Florcita - Cuento
Foto por Tacak

Cada año que se acerca la navidad, me viene a la memoria el recuerdo de la tristeza de mi Madre, mi vieja querida, esa mirada de desolación y angustia que siempre tenía en su cansado rostro pero como yo era pequeña no entendía muchas cosas.

Retrocedo en el tiempo mientras que arreglo y ordeno las ropas de mis nietas y me veo junto a mi mamá, ella reparando un delantal blanco para la escuela que le habían regalado.

– «Hija pruébate este delantal, creo si le hago la basta te quedará bien» -yo me lo probaba feliz ya que estaba como nuevo.

Sigo pensando mientras ordeno la casa y buscando el lugar donde pondré el árbol de Navidad este año. Navidad; la fecha donde todo el mundo se trastorna muchas veces por las cosas materiales o quizás simplemente por entregar el mejor regalo a la persona querida.

– «¡Mamá mamá!» -entro corriendo y gritando.- «Me saqué un siete en castellano, tengo todas mis notas buenas y el profesor dice que pasaré de curso» -le digo mientras camino hacia la cocina donde ella se encuentra.- «Mamá, estoy contenta porque ya va a venir el Viejito Pascuero ¿Cierto que falta poco mamita? yo me he portado tan bien».

– «Ah qué bueno Florcita».

Porque ese es mi nombre aunque nunca me gustó porque en la escuela me molestaban y había una niña mala en el curso que me molestaba diciendo «Florcita, Florcita te voy a cortar y te ahogaré en agüita» y se iba riendo.

Sigo recordando e insistiendo a mi mama que me había sacado un siete.

– «Ya, ya, ya déjate de hablar y sácate el delantal para lavarlo por que mira como lo traes, hoy te lo puse blanquito y ahora parece delantal de pintor» -dice un tanto enfadada.

– «Mamita, es que hoy no alcancé a comer todo el membrillo y lo puse en mi bolsillo, porque justo sonó la campana».

– «Pero como no pones cuidado chiquilla, que no sabes lo que me cuesta lavar, llevo años lavando y planchando ropa ajena para que ustedes salgan adelante en sus estudios y no pasen lo que yo he vivido».

Me regañaba y luego nos contaba que nuestro padre nunca se hizo cargo de nosotros y solo ella trabajaba de sol a sol en el campo, en medio de la tierra, el polvo, el viento que día a día iba curtiendo de pequeños y grandes surcos ese bello rostro bondadoso y dulce a la vez.

A ella no le importaba lo cansada que llegaba de su diaria faena en el campo para seguir con las tareas de la casa, como llegaba tarde a veces no había pan y fue así que una tarde llegó y nos dijo:

– «Ya se van los dos a comprar pan en el negocio de la esquina y se apuran, cuidado con demorarse».

Mi hermano el guatón era súper glotón, tenía diez años e inmensamente flojo. Yo lo empecé a tirar de una manga diciéndole:

– «Ya apúrate, que la mamá nos va a retar si nos demoramos» -y rezongando daba un paso y se detenía a jugar pateando las piedras en el camino.

Llegamos al almacén y no había pan.

– «¡Ja!» -me dijo el guatón, que no se llamaba así, su nombre es Juanito, pero todos le dicen guatón. – «Ya nos vamos pa’ la casa, no hay pan».

– «No» -le respondí.- «Nos vamos a buscar al otro almacén».

– «Pero está muy lejos» -dijo él.

– «No importa, mi mamá nos retará si no llegamos con pan» -y yo lo seguía tirando de la manga.

Caminamos por un lugar que era muy solo, teníamos que pasar por un sitio eriazo y un puente que estaba rodeado de pequeñas plantas silvestres. Seguimos caminando y cuando estábamos cerca del almacén, lo que vieron nuestros ojos fue algo que nunca habían visto.

– «¡Oh mira! ¿Qué es eso?» -me pregunta mi hermano mientras los dos mirábamos con la boca abierta una enorme rueda que daba vueltas con niños sentado en ella.

Seguimos andando y mirando carruseles de caballitos, cajitas con monitos que se movían al dar vueltas unas manillas. Nos paramos a mirar como jugaban otros niños y Juanito, miraba con ilusión el taca taca.

Cuando los niños dejaron de jugar nos acercamos sin saber cómo se hacía, movíamos las manillas y la pelotita entraba en un agujero y era «Gol» según Juanito ,quien copiaba lo que gritaban los otros chicos, y así seguimos de lado en lado jugando y mirando embobados todas las atracciones.

De pronto, le digo a Juanito gritando.

– «¡El Pan! La mamá nos va a retar» -le recordé asustada.

Ya era de noche, no nos habíamos dado cuenta de la hora. Corrimos al almacén y ¡oh! estaba cerrado. Seguimos caminando, de regreso a casa teníamos que pasar por el puente y el callejón oscuro, nos tomamos de la mano con mi hermanito tiritando de miedo. A cada ruido un sobresalto y corrimos tanto que de pronto ya estábamos frente a nuestra mama quien nos miraba con cara de enojo que no era habitual en ella, pues siempre la recuerdo con su rostro dulce y esa mirada triste.

– «¿De dónde vienen ustedes dos?¿Compraron el pan?» -pregunta enfadada.

– «Mamita, buscamos por todas partes y no encontramos».

– «¿Verdad?» -nos dijo la mamá- «Acostarse al tiro los dos».

Entramos al cuarto riéndonos, pensando que no nos habían retado ni pegado, pero sin darnos cuenta de que antes que nos acostáramos, cada uno recibía tres correazos y mi vieja repetía «nunca más van a mentir y a desobedecer» y así fue; pero esa noche soñamos dando vueltas con mi hermanito subidos en el carrusel, felices por lo que habíamos vivido.

Pero lo que marcó mi niñez fue que en cada Navidad yo hacia la misma pregunta: «¿Por qué a nosotros no?».

Recuerdo que llegué feliz a casa gritando a mi vieja:

– «Mamá, mamá, me saque un siete y el profesor dice que pasaré de curso, y ya se acerca Noche Buena, esta vez dejaré los calcetines, el mío y de mi hermanito, ahora sí seguro el viejito nos trae los regalos, yo le pediré mi muñequita rubia y para Juanito el camión de madera».

Mi mamá me miraba con ojos brillantes y con esa mirada de tristeza y decía:

– «Hija, a veces el viejito no alcanza a pasar por aquí».

– «¿Cómo a las hijas de la vecina Berta siempre les deja sus regalos?».

– «Ya termina de hablar y cuida a tu hermano, que yo me voy a trabajar».

Apenas se fue, yo fui donde las hijas de la vecina Berta y ellas felices estaban escribiendo las cartas al viejito y decían que dejarían la ventana abierta para que entrara en la noche. «Por eso no viene, mi mamá nunca deja la ventana abierta» pensé.

A la mañana siguiente, cuando apenas despierto, corro a ver los calcetines y meto mi manito pensando que encontraría algo, quizás mi muñeca pero miraba y buscaba y nada aparecía; Afuera era todo bulla y risas, las hijas de la vecina Berta mostrando sus lindos juguetes mientras yo miraba por la ventanita de mi cuarto ya que la mamá no nos dejaba salir a la calle.

Las lagrimas comenzaron a correr por mi cara y sin que el guatón despertara, y sin darse cuenta aún que no tendríamos nuevamente los juguetes, yo no podía creer lo que había ocurrido y que había hecho para que a nosotros nos hubiera olvidado nuevamente. Cuando llegó mi mamá del trabajo, se sentó en la mesa, cruzo los dedos de sus manos y los llevó cerca de su cara con la tristeza que yo ahora entiendo, pero no así en mi niñez, pero yo seguía insistiendo y llorando.

– «Hija» -me decía- «Yo trabajaré el doble y te compraré tu muñequita y también a tu hermano el camión que le pediste al viejito».

– «No, no, no quiero que tú lo compres, yo quiero que el viejito venga a nuestra casa».

– «Bueno, ¿sabes que mi niña? el próximo año le pediré que venga a cenar con nosotros antes de que comience a repartir sus regalos y así tú serás la primera en recibirlos. ¿Qué te parece?».

– «Bueno mamita, entonces ahora iré a despertar a Juanito para jugar».

Me acerqué a la cama donde el guatón seguía durmiendo, lo sacudo y le digo:

– «Levántate, te apuesto una carrera de zancos», y luego nos subimos a unos tarros de duraznos con una pitillas que nos había hecho un tío; el guatón se caía a cada rato y yo reía como loca olvidando por un rato mi muñeca.

Y así fui pasando mi niñez y siendo feliz con pequeñas cosas, pero hoy ya mujer y abuela a la vez, yo Florcita, jamás dejo de hacer un pequeño pero significativo regalo a quien lo necesite y lo principal hacer feliz a esos niños que muchas veces olvidamos y con mi hermano el guatón seguimos siendo tan unidos y recordamos cada vez que nos vemos nuestra bella e inocente niñez. Cada Navidad estoy segura que mi madre y el Viejito Pascuero nos envían a nuestras familias millones de estrellas para que iluminen nuestro hogar.

P.D.: Olvidaba contarles, un día, celebrando Navidad con mis hijas, una de ellas me dice: «¡mamá abre tu regalo!».

Lo abrí cautelosa, despacio. ¿Qué creen ustedes?, siiiiiiiiiii ahí estaba mi muñeca, rubia de hermosos ojos azules, quien me sonreía con una hermosa carita. Sentí que mis ojos se nublaban y mis mejillas se humedecían con lagrimas, pero de felicidad, y apenas podía leer lo que decía: «Del Viejito Pasquero para ti Florcita.»

Fin.

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