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La princesa y la estrella es uno de los cuentos de estrellas de la categoría cuentos de princesas de la escritora Lilia Bórquez Morales para niños a partir de nueve años.

Erase una vez hace muchos muchos años, en un reino lejano donde la praderas eran de un verde esmeralda y el cielo de un azul intenso, que vivía una princesa en el castillo de cristal.

Su padre el rey, y su madre la reina, la querían con todo su corazón y cuidaban de ella en todo momento. La princesa Moira vivía una vida muy feliz rodeada de todos los habitantes del reino quienes convivían en un ambiente de felicidad y prosperidad bajo el reinado del rey Rojo y la reina Rosa.

Corrían tiempos de dicha y regocijo cuando un día de bello sol y aire fresco apareció en la corte un personaje diferente a lo que la princesa Moira conocía, era un personaje de otro color, con una textura nunca antes vista por los alrededores, un personaje que tenía un aire de misterio y un dejo de misticismo.

Mefis, como dijo llamarse el forastero, se presentó en la corte diciendo que venía de una tierra lejana, que había viajado un largo tiempo por caminos polvorosos bajo el sol ardiente para venir a conocer a la princesa Moira, de cuya belleza había escuchado aún estando a muchas leguas de distancia. Dijo que venía de un reino mágico, donde no existía la tristeza, el hambre o la pobreza, donde todos los habitantes eran inmensamente felices y que él había traído un poco de esa felicidad para regalar al reino solo a cambio de pasar una noche bajo el balcón de la princesa Moira.

La reina y el rey preguntaron a la princesa Moira si estaba de acuerdo con la petición del extraño personaje y la princesa pensó que si eso le daba felicidad completa a ella y a su reino, entonces estaba dispuesta a permitirlo.

Esa noche, en cuanto la princesa Moira cerró sus ojos, Mefis, quien era un malvado hechicero abrió la poción que llevaba y al dejarla escapar encantó a la princesa robándole de toda la alegría que tenía por la vida, haciendo que se sintiera triste y que nada en el reino entero la consolara.

Al día siguiente, cuando buscaron al hechicero, este había desaparecido y en su lugar solo había quedado una gran roca negra sobre la cual estaba escrita la leyenda “Aquel que disfrute de lo que no vivo deberá vivir lo que yo no disfruto”.

La princesa estaba desolada, se preguntaba día a día como era posible que alguien fuera capaz de robar la alegría a propósito, como era posible que existiera tanta maldad en el mundo. Y así, la princesa se convirtió en una persona diferente, viviendo cada día en una interminable tristeza, deambulado por el reino sin disfrutar del aire fresco, de la calidez del sol, del cariño y devoción de los habitantes del reino o de los reyes mismos, pasaba cada día sin vivir realmente.

Lo que nadie sabía era que esa noche mientras Moira dormía y el hechicero usaba su poción, una estrella había posado su luz sobre la cien de la princesa, dejando un pequeño brillo en ella, haciendo que una pequeña parte de la princesa tuviera un poco de esperanza. La princesa sabía en su interior que tenía que buscar su felicidad de nuevo, que tenía que encontrar ese deleite por la vida que siempre había tenido, pero no sabía cómo, estaba desesperada y aunque todos los días pedía al cielo que le enviara un milagro, no había respuesta a sus peticiones.

Hasta que una noche, mientras la princesa estaba con la vista al cielo implorando como todas las noches antes de ir a la cama, una estrella bajó del firmamento, aquella estrella que había logrado darle un poco de protección mágica, ahora estaba a su lado, brillando.

La estrella, que como todas las estrellas era mágica, le hizo saber a la princesa que estaría con ella por 7 noches, que cada una viajaría, verían algo y la princesa debería decirle que había aprendido Y así, la estrella empezó.

La primera noche la estrella llevó a la princesa a ver al herrero, quien había hecho herraduras con su mazo por 50 años. Y esa noche su hijo mayor le enseñaba un mazo nuevo que había construido. El herrero alegaba que su mazo funcionaba y que no tenía porque cambiarlo, que más valía viejo por conocido que nuevo por conocer. El hijo le pidió que le diera la oportunidad de hacer una herradura con su mazo nuevo. Sin mucho entusiasmo, el herrero, permitió que su hijo le demostrara cómo funcionaba y para su sorpresa, funcionaba mucho mejor que el anterior que él tenía. El herrero entonces exclamó: “A partir de hoy usaremos tu mazo para hacer todas las herraduras” Cuando la estrella le pregunto qué era lo que había aprendido esa noche, la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que el cambio es una decisión y siempre es posible tomarla” y así regresaron a palacio a esperar que llegara el alba y por tanto, la siguiente noche.

La segunda noche la estrella llevo a la princesa a la cocina del castillo, y con gran sorpresa vio a la reina y al rey felizmente preparando una gran cena con faisanes reales y moras de los jardines del castillo. La princesa se enteró que cada año los reyes preparaban un festín para los cocineros, jardineros, damas y lacayos reales, para agradecerles por todos sus días de servicio y buscar la manera de que se sintieran felices cada día de ese año. Cuando la estrella le pregunto qué era lo que había aprendido esa noche, la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que eres más feliz cuando te enfocas en buscar la felicidad de los que te rodean” y así regresaron a palacio a esperar que llegara el alba y por tanto, la siguiente noche.

La tercera noche la estrella llevó a la princesa a casa del panadero y vio como enseñaba a su hijo más pequeño a preparar el pan blanco, cuando el niño pidió
a su padre que le enseñara a preparar los grandes y deliciosos pasteles que hacían para las fiestas en palacio en lugar del aburrido y simple pan blanco, el panadero le mostró todas las personas que estaban esperando ese pan blanco para su comida del día siguiente. Cuando la estrella le pregunto qué era lo que había aprendido esa noche, la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que no hay logro pequeño ni sin importancia” y así regresaron a palacio a esperar que llegara el alba y por tanto, la siguiente noche.

La cuarta noche la estrella llevó a la princesa a casa del sastre y vio como una de las hijas del Conde Bourgondi – quien por cierto era una de las mejores vestidas en cada baile de palacio – le pedía al sastre que cambiara una parte de su vestido de fiesta para que pareciera nuevo y poder lucirlo en el siguiente baile. Cuando la estrella le pregunto qué era lo que había aprendido esa noche, la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que no todo lo aparente a la vista es realidad” y así regresaron a palacio a esperar que llegara el alba y por tanto, la siguiente noche.

La quinta noche la estrella llevó a la princesa a la entrada del pueblo y vio como un gran árbol había caído obstruyendo todo el camino. En ese momento el hombre más fuerte del reino pasaba por ahí, viendo el árbol y sabiendo que causaría problemas decidió que debía quitarlo del camino. Se colocó en el centro del árbol, puso sus fuertes brazos por debajo del tronco y pujó, pujó y solo pujó; porque el árbol no se movió. En ese momento el ayudante del herrero, un muchacho delgado como la paja pero muy listo, pasaba por ahí y le propuso al hombre fuerte ayudarle. El fortachón, después de reírse sonoramente del muchacho, rechazó su ayuda y se propuso mover el árbol él solo. Después de un buen tiempo, muchos pujidos y ningún resultado, el hombre fuerte se tornó al muchacho y le pidió ayuda. El ayudante del herrero le propuso cortar las ramas más grandes y mover uno de los extremos del árbol a la vez. Ambos empezaron a trabajar en conjunto y en menos de lo que canta un gallo, el árbol

Ya no estorbaba en el camino. Cuando la estrella le pregunto qué era lo que había aprendido esa noche, la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que pedir ayuda no envilece, y esta puede venir de quien menos lo esperas” y así regresaron a palacio a esperar que llegara el alba y por tanto, la siguiente noche.

La sexta noche la estrella llevó a la princesa a casa del hombre sabio del reino quien no podía descansar pues había encontrado que la esquina del pilar del muro de la entrada este del foso del castillo tenía una grieta y se encontraba inmerso en sus libros en una desesperada búsqueda de la fórmula para hacer cemento. Su sobrina, quien era una niña muy linda y despierta se sentó a su lado y le preguntó qué era lo que hacía. Mientras el hombre sabio, lleno de desesperación le explicaba que necesitaba encontrar una solución a tan grave problema, su sobrina le preguntó:

“¿Acaso esa grieta es del tamaño de un cañón?” a lo que el hombre sabio contestó que no. De nuevo la sobrina preguntó: “¿Acaso la grieta provocará que el castillo caiga esta noche? a lo que el hombre sabio contestó que no. De nuevo la sobrina preguntó: “¿Acaso eres tu el constructor o tienes los materiales para construir?” a lo que el hombre sabio contestó que no.

Y entonces la sobrina preguntó: “¿Acaso no sería mejor tener calma y dar aviso de la grieta al constructor mañana por la mañana?” A lo que el hombre sabio del reino contestó: “Tienes toda la razón” el hombre sabio del reino, cerró sus libros, ayudó a su sobrina a bajar de la silla y fueron a tomar la cena para después ir a descansar. Cuando la estrella le pregunto qué era lo que había aprendido esa noche, la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que siempre es posible aprender de toda persona y de toda situación y que solo debes cargar con los problemas que en realidad te correspondan y puedas solucionar”.

La séptima y última noche la estrella llevó a la princesa a la cueva del hechicero Mefis. Y vio como este tenía una bola mágica en la que veía la vida de los habitantes del reino. Esa noche veía como el caballerango, lleno de alegría y emoción, llevaba un ramo de margaritas a la hija de la costurera.

El hechicero llenó de amargura y envidia dijo para sí mismo: “ese caballerango no es nadie, es un simple mozo que no vale la pena, y la hija de la costurera viste tan mal que solo verla me pone de malas, además la costurera no gana más que 15 peniques al mes, el hermano del caballerango no tiene el cabello rizado, el esposo de la costurera es tan gordo que no cabe por su puerta…… y mientras el hechicero seguía en su soledad juzgando amargamente a todo el que veía, la estrella le pregunto a la princesa qué era lo que había aprendido esa noche, y la princesa le dijo: “Hoy he aprendido que juzgar a otros solo me trae malos sentimientos” y así regresaron a palacio a esperar que llegara el alba y por tanto, la siguiente noche.

Y así, al terminar la séptima noche, y después de pedirle a la princesa que pensara en lo que había aprendido tras sus 7 visitas, la estrella regresó al firmamento desde donde cuida a la princesa todo el tiempo.

Fue en ese momento que la princesa se dio cuenta de que había pasado todo el tiempo pensando en ella misma y en cómo podía ser feliz en lugar de preocuparse por el reino y enfocar sus esfuerzos a que todos sus súbditos fueran felices y tuvieran lo necesario, la leyenda de la roca afuera de su balcón cambió. De repente la frase “Aquel que disfrute de lo que yo no vivo deberá vivir lo que yo no disfruto” se transformó mágicamente en “Aquel que disfruta y aprende de lo que vive, tendrá paz y felicidad”

Al leerlo la princesa, la roca negra se abrió y dejo ver en su centro varias esferas doradas que contenían el antídoto para la tristeza de la princesa. La princesa tomó una de las esferas y al hacerlo sintió como poco a poco recuperaba su alegría habitual, como poco a poco se sentía ella misma de nuevo y como poco a poco la tristeza la abandonaba para siempre. La princesa se dio cuenta de que la poción la había despertado a la realidad que tenia ante sus ojos, que siempre había tenido alguien que la amara, que ella había tenido la llave de su felicidad desde el principio, que no hay poción que te quite la alegría de vivir si así tu lo decides y que los 7 principios que había aprendido con la estrella serian su compañía por el resto de su vida.

Y Colorín colorado, este cuento se ha acabado

Fin

La princesa y la estrella es uno de los cuentos de estrellas de la categoría cuentos de princesas de la escritora Lilia Bórquez Morales para niños a partir de nueve años.

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