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La herencia de Valeria y sus grandes amigos

Por Nicolle Valeria Bedoya Lozano. Cuentos con valores

La herencia de Valeria y sus grandes amigos es un hermoso cuento con valores de la escritora Nicolle Valeria Bedoya Lozano. Cuentos infantiles educativos. Cuentos infantiles de animales que enseñan valores.

La herencia de Valeria y sus grandes amigos

La herencia de Valeria y sus grandes amigos - Cuento de animales

En un bello país llamado Tíquifru habitaba una hermosa niña de largos y finos cabellos azabaches. Vivía en el seno de una familia trabajadora y creyente que se ganaban el pan con el sudor de su frente.

Valeria pese al inmenso amor que le profesaban su progenitores poseía ciertas actitudes caprichosas que desalentaban y entristecían a sus papás pues no atendía con juicio sus quehaceres, faltando a su palabra y suponiendo que los regaños propinados por ellos eran porque no la querían, pues no la dejaban hacer su voluntad.

Cuatro grandes amigos

En Tíquifru vivían también cuatro grandes amigos que se querían mucho y estaban dedicados a mejorar la vida de sus amos pues con su labor dedicada y paciente contribuían a mejores viandas y prosperidad para todos los de la casa.

Estos cuatro amigos amantes de la naturaleza eran sabios consejeros de los niños de la región ya que después de terminado su trabajo acostumbraban a jugar con ellos procurando el bienestar y la alegría de todos esos pequeños. Además de que también se enteraban de las travesuras de ellos mediante conversaciones de sus amos. Así fue como llegaron a escuchar que Valeria, la niña de los cabellos negros y brillantes, discutía con sus papás no obedeciéndolos pese al gran esfuerzo que hacían ellos para que no le faltara nada, teniendo siempre los mejores juguetes, disfrutando de viajes y paseos.

El caballo Categrático

Catedrático, el amigo caballo, quien era elegante, pulcro, aseado, vigoroso; se encargaba de transportar a sus amos, dispuesto siempre a servirles con entusiasmo y honestidad; una tarde de esplendoroso sol mientras jugaba con Valeria aprovecho con su relinchar directo y sobrio recomendarle que debía ser impecable con su palabra. Porque una palabra así como halaga y viste de amor el corazón puede ofender a quienes más queremos. Le explicaba mientras la niña se divertía con su crines y oía el fino trote de sus cascos por los pastos verdes de la región.

Interactuando con la naturaleza, Catedrático mantenía su felicidad pues quería con el ejemplo hacer entender a Valeria el compromiso de la palabra dada, la decencia, la integridad de cada termino y su uso adecuado.

Valeria quedo muy complacida con la lección y mientras regresaba a casa fue cantando entre flores y mariposas; Laralara, laralara las palabras de mi boca han de ser pulcras y bellas; decirles a mis papas que el amor que yo les tengo es tan grande como el mar, y demostrarles con mi comportamiento lo importantes que son para mi laralara, laralara.

Lucrecia, la vaca pinta

Al día siguiente Valeria se despertó muy sonriente pues había soñado que dormía entre nubes de colores y un coro de hadas tarareaban su canción. Al abrir la ventana de su habitación vio a su amiga Lucrecia, la vaca pinta, y quiso ir a saludarla para ver cómo se encontraba. Lucrecia, quien brindaba a sus amos la leche, la mantequilla y los quesos más nutritivos de Tíquifru. Disfrutaba que cada mañana fuera ordeñada al canto de los gallos con el fondo azul oro del horizonte. Valeria posó su mano sobre ella y le dijo que la veía un poco gorda y achacada. Lucrecia sonrío y a su vez le respondió que ella también la veía flaca y ojerosa, a lo que Valeria se puso brava y triste tratando de alejarse. Pero Lucrecia, la vaca pinta, con su sabiduría y docilidad le dijo:

«No te tomes nada personal, si te comento que te veo así es porque tal vez no has comido bien, ni dormido lo suficiente. Por ello es importante comer lo que tus papás te ofrecen e ir a la cama a la hora indicada. Si te dicen algo es porque te aman y desean lo mejor para ti. Que crezcas saludable y seas la niña más inteligente y juiciosa de todo este país.», mugía Lucrecia moviendo su cola mientras Valeria le devolvía a su rostro la ternura y el encanto de su niñez e iba al colegio a aprender nuevas cosas.

Marcelo, su perro guardián

La tarde de Tiquifru se mostraba radiante semejando una lamina de festones tricolores al compás de los niños que salían de su jornada escolar con nuevos juegos e historias que contar; Valeria, que era inquieta y vivaz, quedo sorprendida que Marcelo, su perro guardián, no fuera a saludarla con algarabía, ladridos de cariños y toda clase de faenas que habitualmente la llenaban de gozo al regresar del colegio. Y veía sorprendida, como Marcelo seguía echado sobre la fría losa del patio exterior, afligida; su mente comenzó a elaborar toda clase de argumentos fabulescos tratando de interpretar la conducta de su fiel amigo y compañero. Tal vez, se dijo:

«Está molesto porque en la mañana no fui a saludarlo o será porque anoche no le permití entrar a mi cuarto o no le calenté suficiente su cama. O será tal vez porque no lo saque a caminar en la tarde de ayer.»

Y así paso bastante tiempo hasta que Marcelo de repente corrió hasta ella y posó sus patas sobre su pecho y empezó a lamerla dando vueltas cual acróbata de circo.

Esto sorprendió a Valeria quién le preguntó, si ya le había pasado el malgenio y la había perdonado. A lo que Marcelo, ya blandiendo su lengua chasqueante, le dijo:

«No hagas Suposiciones, tú eres mi mejor amiga y rebozo de alegría cada vez que te siento cerca. Jugar y correr contigo es la esencia de mi existir. Como puedes si quiera imaginar que este bravo contigo. Lo sucedido, le explicó Marcelo, es que amontonando unos trozos de madera me enterré una astilla en mi pata derecha y cuando tu llegaste estaba tratando de sacármela. Luego, quede un poco adolorido, pero en cuanto me sentí mejor corrí a buscarte con todo mi fervor.»

Valeria aprendió que de no haber hecho suposiciones hubiese ayudado a su amigo a calmar su dolor y haber pasado la tarde juntos jugando al veterinario.

Igor, el burro incansable y juguetón

Valeria aún un poco triste por lo acontecido quiso salir a caminar bajo las estrellas fulgurantes de su vecindad y apaciguar al canto de los grillos su corazón nostálgico. Estando allí reconoció a su amigo Igor, el burro incansable y juguetón que veía en cada trabajo una ocasión para servir, optimista de su condición; Valeria con su acostumbrado ingenio le dijo que esas no eran horas de estar trabajando sino descansando en su establo recobrando energías para el día siguiente. Pero Igor, viejo sabio de mil batallas formado en el arte de trabajar con su pelaje tostado, rebuznando de paciencia y gran conocimiento, le dijo:

«Haz siempre tu mayor esfuerzo, si yo no trabajo como lo hago mis amos no tendrían techo, ni abrigo, ni sustento y yo no sería más que un estorbo de cuatro patas. Por eso mi gran amiga, dedica todo tu corazón, toda tu mente y todo tu cuerpo a dar más de lo que te piden. Si tus papás te piden hacer tu cama, recoge también tu ropa; o si tu profesora te pide que hagas silencio en clase, calla y di a tus amigos que también callen; si tienes un examen estudia más de lo acordado y verás que aprendes más y tus calificaciones serán las mejores del colegio.»

Valeria quedo maravillada con las palabras de su amigo Igor, quien no sólo le había hecho olvidar su tristeza si no que le había abierto los ojos para ser mejor persona cada día. Retorno a casa tarareando, pisando con firmeza el reflejo de la luna en los charcos y riendo a carcajadas mientras el delicado viento se deleitaba en las hojas negras y brillantes de su cabello.

Acuerdos para una vida feliz

Así fue como en este bello país de Tiquifru, Valeria la niña bella de negros y radiantes cabellos, aprendió y heredó de sus amigos los acuerdos para una vida feliz y sus papás fueron los más orgullosos al tener una hija respetuosa, impecable, obediente, llena de luz y alegría y fue aquella familia bendecida y la más prospera de aquel país de ensueño.

Fin.

La herencia de Valeria y sus grandes amigos es un cuentos infantiles de animales que enseñan valores enviado por la escritora Nicolle Valeria Bedoya Lozano para publicar en EnCuentos.

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