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El trofeo de Juan

El trofeo de Juan. Cuentos para toda la familia.

Cuento con valores sugerido para niños a partir de los ocho años.

Juan miraba la cartelera del colegio que anunciaba los concursos de talentos que se realizaban todos los años.

En puntas de pie, el pequeño leía con entusiasmo todas las categorías: danza, canto y pintura.
Juan soñaba con tener un trofeo. El premio de esos concursos eran trofeos grandes, dorados, brillantes, hermosos. Jamás había ganado uno. Tenía muchos dones, pero no precisamente artísticos. Sin embargo, Juan sentía que más allá de no tener dotes para el baile, el canto y otras artes, podía dar lo mejor de sí y participar.

Siempre había deseado tener un gran trofeo para regalar a sus padres. Imaginaba a su madre empapada en llanto, al padre gritando “¡Ese es mi hijo!” y a toda su familia aplaudiendo sin parar.

Conociendo sus limitaciones, pensó –atinadamente-que sería necesario contar con ayuda y la pidió.

A su maestra de música le pidió que lo ayudase para el concurso de canto, a su profesor de plástica para el de dibujo y a la profesora de gimnasia para el de baile. Ninguno de los tres tenía mucha confianza en el niño. Sabían todos que era muy bueno y muy capaz, pero que no tenía ese tipo de talentos. De todos modos, con gusto aceptaron ayudarlo.

-A ver Juan ¿Qué quisieras cantar para el concurso?-Preguntó la maestra de música. Y como Juan no se decidió, la maestra seleccionó un repertorio sencillo para ver qué podían elegir.

Le escribió todas las letras, tocó cada música en el piano y comenzaron a practicar.
Juan desafinaba mucho, demasiado tal vez. Elevaba tanto la voz que parecía que más que cantar pedía auxilio.

-Más suave, más despacito-Aconsejaba la señorita y Juan trataba pero no lo conseguía.

La secretaria del colegio se acercó a la sala de música preocupada.

-¿Juan te sientes bien?-Preguntó-

El pequeño no entendió el por qué de la pregunta y siguió ensayando con mucho entusiasmo.

Al día siguiente se reunió con el profesor de plástica.

-Bueno Juan, empecemos con dibujo libre, haz lo que quieras a ver cómo te sale-Propuso el profesor.

Juan dibujó un rato largo, mientras pintaba sacaba la lengua, cosa que muchos niños hacen.

Cuando el dibujo estuvo terminado y con gran ansiedad se lo mostró al profesor.

El hombre tomó el dibujo y se quedó mirándolo un rato largo, colocó la hoja hacia arriba, hacia abajo, más cerca, más lejos, hasta que creyó saber de qué se trataba.

-¡Vaya!-Dijo (en realidad no sabía qué decir)-Original dibujo, un helado de menta.

-No es un helado de menta, es un árbol ¿No ve su copa bien verde y el tronco marrón?

Y no, la verdad el profesor sólo veía algo que se parecía a un cucurucho deformado y un helado a punto de derretirse.

-Prueba con otra cosa Juan a ver cómo te va-Sugirió.

Juan comenzó otro dibujo con el mismo entusiasmo y con la lengua afuera también. Cuando estuvo terminado se lo entregó al profesor.

-Ah… uhm… Qué lindo eh… Bueno…, ejem… -Una vez más, el profesor demoró un rato en darse cuenta qué había dibujado el pequeño.

-Es mi mascota ¿le gusta?

-¿Qué clase de mascota tienes Juan? Preguntó desconcertado el profesor.

-¡Un perrito! ¿No se ve claramente que es un perro? Si quiere dibujo otro-propuso entusiasmado Juan.

El profesor no tenía ganas de seguir adivinando qué dibujaba el pequeño, guardó sus cosas y quedaron en encontrarse al día siguiente para seguir practicando.

-Dibuja mucho en casa ¿Si?-Propuso el profesor.

-Pierda cuidado, verá que mañana lo sorprendo con mis dibujos-Contestó Juan.

-No lo dudo-Dijo el profesor y se fue.

Con la profesora de gimnasia no tuvo mejor suerte.

-Bueno Juan debemos seguir el ritmo de la melodía si quieres aprender a bailar.

-Sí, no hay problema-Contestó el pequeño entusiasmado, pero no le era sencillo. Si tenía que ir hacia la izquierda, iba a la derecha y viceversa. Con cada giro caía al piso. Movía los brazos de modo tal que más que bailar parecía que estaba nadando.

Preocupada, la profesora se tomaba la cabeza con ambas manos y Juan, pensando que ése era parte de la coreografía, también lo hacía. “No será sencillo”, pensaba la profesora y no se equivocaba.

Más allá de las dificultades que Juan tenía para dibujar, cantar y bailar, practicaba con mucha constancia y gran entusiasmo.

Todos los días se quedaba luego de clases a ensayar, dibujaba en su casa, cantaba en la ducha y bailaba en su cuarto. Juan sabía que no le salía bien ninguna de las tres cosas, pero eran tantas sus ansias de regalar un trofeo a su familia, que bien valía la pena intentarlo.

Sus profesores lo ayudaban mucho porque realmente valoraban el esfuerzo y la constancia del niño. Ninguno pensaba que Juan fuese a ganar algunas de las competencias, pero se esforzaban para que el niño progresara y quizás, con mucha suerte, bueno con muchísima, muchísima suerte, Juan ganase algún trofeo.

Se acercaba la fecha de los concursos y Juan redoblaba sus esfuerzos. Aún así seguía gritando al cantar, cayéndose al bailar y dibujando cosas difíciles de interpretar. Los directivos del colegio, conmovidos por la voluntad, entusiasmo y constancia del niño prestaban especial atención a sus esfuerzos.

El día tan esperado había llegado. Todos estaban ansiosos, niños, profesores, maestros, padres, madres, abuelos y primos. Juan estaba feliz y un poco nervioso también, lo que más quería el pequeño no era ganar una competencia por él mismo, sino para regalar el trofeo a sus papás, a su familia.

Comenzaron las competencias, el jurado estaba formado por los directivos del colegio, todos estaban atentos.

Fueron pasando uno por uno los niños y llegó el turno de Juan. Realmente era difícil saber quién estaba más nervioso, si el pequeño, su madre, su abuela, su padre o cada uno de los profesores que deseaban con toda el alma que Juan ganara su tan ansiado trofeo.

El jurado era estricto y justo y Juan no ganó la competencia de baile porque realmente no bailaban bien. Tampoco ganó la de dibujo porque seguía sin entenderse bien qué había querido dibujar y menos aun ganó la de canto porque más de una persona tuvo que taparse los oídos.

Sin embargo, cuando los ojitos de pequeño comenzaban a humedecerse con lágrimas, algo ocurrió. El director del colegio se puso de pie y habló a todos:

-Este año-dijo-hemos decidido otorgar un trofeo más e igualmente merecido que los otros. Este año y por primera vez, premiaremos el esfuerzo, la voluntad y la constancia porque ellas hacen grande la vida de cada uno y nos ayudan a cumplir nuestros sueños. ¡El ganador indiscutido de este trofeo es Juan!

El pequeño no lo podía creer, se escuchó la orgullosa voz del padre gritando “ese es mi hijo”, la madre no paraba de llorar abrazada a la abuela. El director entregó el trofeo a Juan y el niño no dejaba de contemplarlo: era tal cual lo había soñado y se sintió feliz. Lo mostró y luego se lo entregó a sus padres

En ese mágico momento, hubo un brillo mucho más bello que el del dorado trofeo, era el brillo de los ojitos de Juan y su gran sueño cumplido.

Fin
Todos los derechos reservados por Liana Castello.
Ilustración de María Bullón
[email protected]
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Cuento sugerido para niños a partir de los ocho años

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