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El tío Reimond ⊛ «Usted es un hombre pudiente. ¿Por qué no ayuda a sus sobrinos huérfanos?»

Por Camilo Ezagüi Menashe. Cuentos con valores.

El tío Reimond es una sensacional historia que nos envía el escritor Camilo Ezagüi Menashe como su primera contribución para nuestro sitio EnCuentos. Camilo es experto en temas relacionados al judaísmo y su cuento es, además de una gran enseñanza de valores (él mismo lo categorizó así), un repaso de algunas costumbres y hechos relacionados con esta religión, tradición y cultura del pueblo judío.

Pero además, es una gran enseñanza con respecto a las consecuencias que puede tener el hecho de acumular riqueza en forma desmedida, incluso viendo las necesidades y penurias de las personas más cercanas, en este caso, sus propios sobrinos huérfanos.

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El Tío Reimond

El tío Reimond - Cuento - Barrio judío JLM - 1918

Hace muchos años mi abuela nos contó que cuando era niña vio a través de la multitud que se congregó en la Puerta de Yafo la entrada triunfal del general que tenía en su alforja un escorpión como mascota y que llamaba a su caballo Hindemburg que era el nombre de su enemigo alemán (1).

Transcurrían los días de Jánuka de 1917 (2). Lo que ella no sabía era que junto al insigne general se encontraba un oficial con uniforme de capitán que se convertiría en leyenda y que hasta hace poco, se vestía como un beduino en los desiertos de Arabia al servicio del Imperio Británico (3).

Para entonces había en Jerusalén una gran cantidad de niños huérfanos judíos que, como ella, sufrían de pobreza (4). Junto a sus tres hermanos vivían hacinados en dos cuartos del barrio Ben Yehuda con su anciano abuelo y su abuela ciega. Aunque comían una comida caliente al día, en el comedor para pobres de la comunidad hubo veces que se fueron a dormir con hambre.

Jánuka era una festividad que creaba una gran expectativa entre los niños por las tradicionales croquetas de papa (lebibot) y los trompos (sebibón) que no siempre llegaban a disfrutar. Aunque su situación era precaria, no dejaban de salir todos los días al patio comunal para jugar con otros niños judíos de diversa procedencia étnica que, como ellos, hablaban árabe, hebreo, ladino e idish.

Cada Shabat pasaban con su abuelo frente a la sinagoga «Zohar Jamá» y contemplaban embelesados el mágico reloj de sol que se encontraba sobre la fachada.

Desde la época en que los turcos dominaban la Ciudad Santa, la antigua comunidad judía se regía por un Consejo de Sabios de acuerdo a los preceptos de la Torá (Pentateuco). Por eso, los huérfanos dependían de la caridad de la comunidad que, a su vez, dependía de las donaciones que eran recabadas por emisarios que se enviaban a las comunidades de Damasco y de El Cairo.

La escasa ayuda que recibían no les alcanzaba para subsistir por lo que, ella y su hermana mayor, se vieron obligadas a salir a trabajar, cosiendo remiendos en cobijas usadas.

Cada año en Yom Kipur (Día del Perdón) los judíos se aglomeraban en la estrecha callejuela que quedaba al lado del sagrado Muro de las Lamentaciones para orar ayunando y para escuchar el sonido del Shofar.

Mi abuela recordó que en una ocasión su hermana menor le jaló la manga insistentemente y apuntando con su dedo al cielo sobre el Kotel exclamó emocionada:

¡Mira Aliza, ésa es la Shejiná! (5).

¿Dónde? -preguntó mi abuela.

Ahí arriba hay una bola de fuego que gira como una rueda. El abuelo me dijo que esa es la Shejiná…

Ay Yamile otra vez estás soñando yo no veo nada.

Mi abuela tenía un tío adinerado y codicioso.

Se llamaba Reimond. Un comerciante de telas finas que tenía una tienda en la calle Yafo. Vivía con su familia en una lujosa casa situada en las cercanías. Tenían sirvientes y hasta electricidad, que era un lujo que muy pocos podían permitirse en aquel entonces.

Las telas las importaba de Francia a través del antiguo puerto de Yafo. Los bultos eran enviados a Jerusalén en el tren Otomano que salía de Yafo una vez al día y que se desplazaba con una lentitud desesperante durante unas cuatro horas hasta llegar a su destino. El viaje era tan lento que se contaba una broma según la cual se le prohibía a los pasajeros bajarse del tren a cortar flores mientras el tren viajaba.

Toda la élite social de Jerusalén compraba las magníficas telas de Reimond, que con el tiempo se convirtió en un rico e influyente personaje de la ciudad.

El Consejo de Sabios decidió citarlo a comparecer ante ellos en la Sinagoga «El Kahal Grande» situada en la Ciudad Vieja (6). Le dijeron:

Usted es un hombre pudiente. ¿Por qué no ayuda a sus sobrinos huérfanos? Usted seguramente sabe que desde que su padre murió los niños sufren muchas privaciones.

Toda la comunidad conocía las hazañas del admirable padre al que llamaban «Musa, el liberador de doncellas». En aquel entonces, bandas de beduinos acostumbraban hacer redadas en los barrios que colindaban con el Desierto de Judea para secuestrar niñas inocentes con las que luego se casaban de acuerdo a la ancestral tradición del «secuestro nupcial».

El valiente Musa salía al desierto junto con otros jóvenes robustos de la comunidad para tratar de rescatar a las niñas judías que habían sido secuestradas vilmente. Hubo veces en que conseguían liberarlas a cambio de dinero pero, si era necesario, recurrían al uso de la fuerza.

Hasta que un día una pandilla de nómadas armados los persiguió mientras volvían huyendo a Jerusalén con una de las niñas rescatadas. El cuerpo sin vida de Musa fue encontrado por una caravana de mercaderes cerca del Wadi Kelt.

Pues bien, ante las demandas de los Ancianos de la comunidad sefardita, el tío adinerado alegó en su defensa que él, de por sí, ya daba limosna anónima a los pobres tal y como está prescrito (Matán Beseter). También argumentó que él debía mantener primero a su mujer y a sus hijos y que sus ingresos no le alcanzaban para proveer de alimentos y ropa a los cuatro hijos de su difunta hermana.

Al cabo de varios días se reunió el tribunal rabínico.

Los Sabios consideraron los argumentos de Reimond, evaluaron su patrimonio y sentenciaron que el tío debía pasarle a sus sobrinos una cantidad de dinero justa cada semana en la víspera del Shabat, para que se cumpla lo que está establecido en el Libro del Éxodo cap. 22, vers. 21 de la Torá:

«No maltratarás a la viuda ni al huérfano. Si los humillas y claman a mí no dejaré de oír su clamor. Se encenderá mi ira y os mataré a espada. Si los agravias vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos».

Y el sabio rabino español Maimónides interpretó este mandamiento al señalar:

«Toda persona debe cuidarse con los huérfanos y con las viudas porque son seres sumamente afligidos. ¿Y cómo debe uno comportarse con ellos? Se les debe hablar con amabilidad y respeto y no hacerlos sufrir en el trabajo y no ofenderlos con injurias. Y se debe tratar lo poco que poseen con más cuidado que el dinero propio. Todo aquél que los maltrate o que les cause dolor o que se aproveche de lo poco que poseen, será considerado impío y mucho más si los insulta o les pega».

El tío escuchó la sentencia de los Sabios de mal grado, pero se comprometió ante el tribunal a pasarle el dinero a sus sobrinos cada semana.

Sin embargo, al llegar a su casa, su arrogante esposa se negó enojada a aceptar el veredicto y le prohibió cumplir con lo convenido. «¡Tu obligación es ante todo para con tus hijos!», lo amonestó la jactanciosa mujer. «Además, nosotros apenas si conocemos a esos holgazanes».

Fue así como pasó una semana y el dinero no llegó.

Pasaron dos semanas y los huérfanos todavía no habían recibido ni un centavo del tío. El tribunal rabínico se reunió de nuevo y lo citó con carácter de urgencia.

Reimond compareció y mintió al decir que le debía una suma de dinero importante a comerciantes de telas en Francia y, por lo tanto, no disponía de suficiente capital, pero que pronto haría el depósito en la alcancía de limosnas de la comunidad.

Pasaron dos semanas más y estaba claro que el tío Reimond no iba a cumplir con su deber, por lo que al tribunal no le quedó más remedio que declararlo como «Invalidado para testimoniar» (Pasul Edut) (7).

El rumor se regó rápidamente entre los judíos de la ciudad y hasta los cristianos y musulmanes escucharon que Reimond, el acaudalado vendedor de telas, tenía un corazón de piedra y que, no sólo no se apiadaba de los huérfanos, sino que también desconocía descaradamente el lazo de sangre que tenía con sus propios sobrinos.

A raíz de eso, muchos clientes dejaron de comprar en su tienda.

Su esposa y sus hijos fueron objeto de severas críticas que se murmuraban a sus espaldas en el mercado, en los patios y en las sinagogas. Al poco tiempo los miembros de la comunidad dejaron de invitarlos a sus festejos.

El repudio social causó su efecto y Reimond y su esposa decidieron emigrar a Europa. La mayor parte de las monedas de oro y de las piedras preciosas que acumuló durante años, las introdujo en los amplios bolsillos de una ancha faja cruzada de cuero que ataba a su pecho y a su cintura y ocultaba bajo su ropa.

Reimond acordó con su esposa que él viajaría primero y que cuando consiguiera una casa apropiada y abriera una tienda, les enviaría el dinero para que pudieran reunirse con él en París.

Y así fue como llegó a la antigua ciudad portuaria de Yafo, que recientemente había sido azotada por una epidemia de peste que se cobró muchas víctimas, y que dejó a la diezmada población temerosa ante la posibilidad de un nuevo brote de la terrible enfermedad (8).

Reimond pagó por un camarote cómodo en el barco y dispuso que le trajeran comida Kasher. Pero al cabo de unas horas de travesía en alta mar se sintió mal. Más que todo sufría de mareos y severas náuseas por el bamboleo del barco al navegar. Decidió entonces permanecer en su camarote y no le provocaba comer nada.

Al día siguiente salió a la cubierta a respirar aire fresco.

Estaba muy pálido y al poco tiempo comenzó a vomitar de tal manera, que llamó la atención de un marinero que pasaba por ahí. La palidez y las convulsiones le recordaron al marinero la epidemia de peste que acababa de causar estragos en el puerto de Yafo por lo que comenzó a gritar aterrorizado: «¡peste…peste…peste!».

El aturdido comerciante se asustó y quería gritar que vomitaba por el bamboleo del barco, pero no conseguía pronunciar palabra, pues se ahogaba en su propio vómito. Pronto vinieron otros marineros alarmados que sujetaron a Reimond y lo introdujeron por la fuerza en un saco para después tirarlo por la borda al mar.

El tío estupefacto se hundió en las profundas aguas del Mediterráneo junto con la pesada faja cruzada dónde llevaba las monedas de oro y las piedras preciosas que había atesorado para cuando llegaran tiempos difíciles.

Fin.

(1) El General inglés Edmond Allenby que conquistó Jerusalén al vencer al ejército Turco.
(2) Januka es la fiesta que conmemora la victoria de los Macabeos contra los griegos paganos en el siglo II AC y la reapertura del Templo de Jerusalén.
(3) El legendario Lawrence de Arabia.
(4) En 1917 había en Jerusalén unos 3000 huérfanos judíos de acuerdo al libro de Simón Sabagh Montefiori: Jerusalén – La Biografía.
(5) La Shejiná es el Espíritu divino que se revela en el mundo y lo sustenta.
(6) La sinagoga Rabán Yojanán Ben Zakai.
(7) Su testimonio es nulo por considerarlos de poca solvencia moral.
(8) En 1922 hubo una epidemia de peste en Yafo. Reportaje de «Haaretz» 13-07-1922.

El Tío Reimond es un cuento del escritor Camilo Ezagüi Menashe © Todos los derechos reservados.

Sobre Camilo Ezagüi Menashe

Camilo Ezagüi Menashe - Escritor

Camilo Ezagüi Menashe, nació en 1952 y actualmente vive en Tel Aviv. Estudió Hebreo e Historia del Pueblo de Israel en la Universidad de Haifa en el Monte Carmel. También estudió Geografía, Arqueología, Religiones, Historia y Fundamentos del Turismo en la Escuela de Turismo de Jerusalén, de la que egresó en 1981.

Blog personal: https://elantisemitismo.com/

Es un estudioso de las raíces judías del Cristianismo y, al respecto, ha publicado varios artículos. Ha publicado también ensayos sobre el uso del hebreo y del arameo en la Judea del siglo I DC.

Fue paramédico en una unidad aerotransportada. Trabajó en las plantaciones de un Kibutz. En 1989 estudia Periodismo en Tel Aviv. Fue columnista en el Diario Frontera y El Nacional. Fue presentador de un programa en Radio Universidad. Ha dado clases de Turismo en institutos de capacitación.

Es autor de los libros: El Turismo Receptivo, Universidad de Los Andes, 1997, Distracciones, sobre el significado de la vida, y Los Principios del Turismo Moderno, Editorial Planeta, 2000. Es autor de varios cuentos cortos. Fue también consejero de realización personal.

Camilo ha trabajado como gerente-operador de turismo en Venezuela y como guía de peregrinos en la Galilea y en Jerusalén durante 35 años.

Otro cuento sobre la codicia

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