El pingüino Ronchi
El pingüino Ronchi. Cuentos con valores.
Mamá suele decirme que existen muchas palabras en el mundo. Algunas son largas, otras cortas, algunas se escuchan bonito al pronunciarlas y otras hasta dan un poco de miedo por lo que significan.
También hay palabras muy importantes que debemos decir cuando hablamos o le escribimos a alguien: por favor, gracias, hola, adiós, mucho gusto o hasta pronto son expresiones tan fáciles, que al usarlas en nuestra vida diaria logran convertirnos en hombres y mujeres (chicos o grandes) más respetuosos y humildes.
Así pues, haciendo caso a los sabios consejos de mi mamá, con mucho gusto me presento ante ustedes y les comparto mi historia.
Mi nombre es Ronchi, soy el hermano más pequeño de una familia de pingüinos copete amarillo, mis hermanos mayores (Volpi, Merlik y Fanny) no siempre se portan tan bien como todos quisiéramos, es raro el día en el que no hacen travesura tras travesura, provocando enojos y vergüenzas en mis papás, pero ya habrá tiempo de contarles sobre las andanzas de mis inquietos hermanitos.
El lugar donde vivimos es muy especial, me atrevería a decir que casi mágico, mis papás me dicen que se llama: La Antártida. El océano es tan grande que pareciera no tener fin, todos los días, antes de meterse el sol, acostumbro alargar mi cuello, como si deseara salir volando y poder así alcanzar a ver más allá del horizonte, pero aún no se qué se esconde del otro lado de esa infinita mancha de agua azul.
Casi todo lo que existe en la Antártida es de color blanco, desde las nubes que bailan graciosamente en los cielos formando hermosas figuras hasta los majestuosos glaciares que parecen vigilarnos con su pálido rostro, el mismo piso por el que nos movemos e incluso buena parte de nuestros cuerpos de pingüino; me gusta en ocasiones pensar que la blancura de mi pecho se confunde con el resto del paisaje, que el cielo baja a nivel del piso y yo me elevo junto con el suelo a los dominios de las nubes, entonces me doy cuenta que no existe un arriba o un abajo, todos somos una misma cosa, sencillamente unidos por la coincidencia de vestir una misma piel, una de color blanco.
Mi mamá y yo pasamos mucho tiempo juntos, ella me hace saber que la mayoría de los pingüinos confunden las cosas que son realmente importantes en la vida, me dice que todos tenemos no solo el derecho sino la obligación de ser felices, que ahora que soy un pingüino pequeño, no debo pasar uno solo de mis días sin jugar o sin reír porque sería un día perdido.
Mi mamá también me dice que debo cuidarme de los pingüinos que ven su propio mundo con una mirada pesimista, de aquellos que dan cada uno de sus pasos sintiendo que la vida les debe algo, compadeciéndose por creerse prisioneros de ellos mismos.
Aquí mismo, en la Antártida, muchos se quejan de tener que soportar las congelantes temperaturas durante casi todo el año, sin considerar que nuestros cuerpos están diseñados para tolerar sin problema las nevadas más fuertes y los vientos más gélidos.
Otros se desesperan e incluso lloran frecuentemente al sentirse solos porque vivimos en una tierra tan aislada y lejana de tantos lugares maravillosos o porque dejamos de conocer a otros animales de países lejanos con los que podríamos convivir sin ponernos a reflexionar que la mayoría de las veces, lo que buscamos tan desesperadamente fuera, lo tenemos dentro de nuestra misma casa, que a veces la posibilidad de aprovechar el tiempo con nosotros mismos, en soledad, no necesariamente significa estar solo, al contrario, representa la oportunidad de conocernos, para entonces así llegar a ser mejores pingüinos.
Como les decía anteriormente, la historia de mis hermanos está llena de aventuras, yo los admiro mucho porque viven su vida a mil por hora, para Volpi, ganar las competencias de natación o de fuerza lo hacen sentir muy especial; Merlik es muy inteligente, tiene las calificaciones más altas de su clase y no es raro verlo rodeado de muchos amigos en cualquier lugar en el que se presenta; mi hermana Fanny es muy bonita, le encanta salir y ser el alma de las fiestas, se preocupa por usar los vestidos y adornos más coquetos, así como de rociarse perfumes muy caros que sus numerosos novios le regalan.
Como se habrán dado cuenta, los tres, son pingüinos muy populares, pero como dice mi mamá, no todo lo que brilla es oro. Ellos están convencidos de gozar de su libertad en cada una de sus acciones, pero lo que no entiende mi hermano Volpi es que ser más fuerte que los demás no le da derecho a portarse mal con los que son más débiles, Merlik debería de ayudar a los que no saben tantas cosas como él, sin humillarlos y sin sentirse superior a nadie por el hecho de estar más preparado, y mi hermana Fanny no debería de jugar con los sentimientos de otros pingüinos, aprovechándose de saberse bonita. Mi mamá dice que cuando uno se cree libre por el simple hecho de poder hacer lo que uno quiera, no es en realidad libertad de lo que se trata, cuando haces sentir mal o dañas a otros pingüinos, tienes que estar muy consciente de tus actos, pues no debes hacer nada que no quieras que te hagan a ti.
La idea de ser libre no siempre la entendemos en su total significado, muchos podrían pensar que yo vivo sin libertad porque nací con una enfermedad que no me permite caminar y jugar como los otros pingüinos, no tengo la fuerza de Volpi, los numerosos amigos de Merlik o la personalidad o belleza de mi hermana Fanny, pero les confieso algo, no me siento menos libre que cualquier otro pingüino, la libertad es la oportunidad de volar con el poder de la imaginación, es sentirse libre sin importar la situación en la que te encuentres, es encontrar el camino que nos lleve a estar en paz con nosotros mismos y el derecho de hacer lo que no perjudica a los demás.
Mi mamá me dice que la libertad no es algo que puedas tocar, oler o incluso ver, va mucho más allá de eso, la libertad es el alma de cada persona, la libertad va siempre tomada de la mano con la felicidad.
Fin
Autor: Iván Alatorre Orozco