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Doña Pepa y la escoba que no sabía barrer

Doña Pepa y la escoba que no sabía barrer. Cuentos infantiles de brujas.

Doña Pepa y la escoba que no sabía barrer es uno de los cuentos infantiles de brujas de la escritora Sara Cartes Muñoz. Cuento infantil sugerido para niños a partir de ocho años.

La señora Pepa era una mujer bajita, risueña, gruesa, que ordenaba su largo cabello plateado en un gran tomate sobre su cabeza, o bien, lo recogía en un moño.

Desde que había enviudado vivía en un barrio de las afueras de la ciudad en compañía de sus dos perros y del gato Monín.

Ponía todo su empeño en cultivar lechugas, zanahorias, repollos y flores, que una vez por semana vendía en la ciudad.

Y sucedió que, una mañana de invierno, sin saber de dónde, una desgreñada escoba apareció tirada en medio de su patio después de una noche de viento y lluvia.

La señora Pepa la recompuso y la dejó junto a las que ya tenía; pero cada vez que quiso usarla, nunca la pudo encontrar.

Una noche de luna llena los perros armaron un tremendo alboroto, tanto que sus ladridos despertaron a la señora Pepa. Para no estar dando vueltas en la cama, ella encendió la luz, tomó un libro y comenzó a leer. Pasado un momento, le pareció oír una conversación. Puso atención y esto oyó:

_ ¡Anda, dinos!, ¿cómo lo haces? ¡Enséñanos a volar!

_ No sé enseñarlo; ni siquiera sé mi nombre. Parece que me golpeé la cabeza y nada recuerdo; sólo sé que soy incapaz de barrer.

_ ¡Increíble! Hasta se podría decir que no eres una de nosotras, entonces…

_ Las escobas que vuelan pertenecen a las brujas… _arguyó otra voz.

A todo esto, la señora Pepa se acercó a la ventana para mirar, y quedó con la boca abierta cuando descubrió que eran las escobas las que conversaban. Volvió a la cama y pronto se durmió.

A la mañana siguiente despertó tan temprano como siempre lo hacía. Lo primero que hizo fue ir a buscar leña para encender su cocina. Al pasar junto a las escobas, sorpresivamente cogió a Mechas Locas, como secretamente la había bautizado, y se montó sobre ella. No bien terminó de hacerlo y, en un segundo, doña Pepa sintió que se elevaba hasta casi rozar las nubes, sus ropas ondeaban al viento y se le desarmaba su enorme tomate.

_ ¡Socorro! ¡Socorro! _gritaba. _¡Mechas Locas, para, por favor!

Las demás escobas se reían a más no poder al ver a doña Pepa pataleando, chascona y con sus ropas alborotadas por la velocidad del viaje.

Bruscamente, la escoba se detuvo en el aire y preguntó:

_ ¿Ese es mi nombre? ¿Me llamo Mechas Locas?

_ ¡Nooo…! ¡No! _Te llamé así por tus mechas desordenadas, pero ahora regresemos, por favor, que me estoy mareando _respondió doña Pepa.

Mechas Locas dio media vuelta y enfiló hacia abajo.

Cuando llegaron, doña Pepa venía medio ahogada. Permaneció un buen rato respirando ruidosamente sentada en un viejo sillón de mimbre. Luego entró a la casa y se tendió sobre la cama.

Pasó toda la tarde pensando qué hacer con aquella singular escoba que sólo sabía volar.

Ella siempre había soñado con poder convertirse en bruja, pero de las buenas; de aquellas que ayudan a los que están en problemas, pero no poseía una varita mágica ni tenía poder alguno. La que verdaderamente estaba en problemas era Mechas Locas, pues no lograba recordar nada de su vida. Entonces, la señora Pepa pensó que lo mejor sería ayudarla, y de paso, hacer realidad su antiguo sueño.

Esa misma tarde se sentó frente a su vieja máquina de coser para convertir el forro de un viejo abrigo negro en un gran camisón y en un alto gorro de bruja. Buscó el más largo de sus palillos para tejer y lo forró con papel brillante, al que le pegó la dorada estrella del árbol de Navidad en uno de sus extremos. Enseguida, marcó las 12 de la noche en la alarma de su despertador y se durmió.

Abrió un ojo justo cuando comenzaba a sonar la campanilla. Saltó de la cama, se puso las ropas de bruja, soltó su largo pelo y se fue inmediatamente a buscar a Mechas Locas.

La encontró con la cabeza gacha y unas lágrimas corriendo por ellas. La cogió suavemente, secó su llanto y le dijo:

_ ¿Sabes? Saldremos todas las noches, así podrás recuperar tu memoria y averiguar de dónde vienes. Este traje nos ayudará.

Mechas Locas sonrió al oír tan generoso ofrecimiento, y también al observar lo cómica que se veía doña Pepa con el pelo suelto y esa indumentaria de bruja.

_ Solo quiero pedirte una cosa: no vayas demasiado rápido, porque me mareo _dijo la buena mujer.

Dicho esto, montó en ella, e inmediatamente ascendieron, pero ahora suavemente.

Divisaron campos, ríos, montañas, pequeños poblados. Se detuvieron para beber junto a una cascada y comer unos emparedados de queso que doña Pepa llevaba en un pequeño bolso.

Continuaron el viaje conversando animadamente. Mechas Locas pidió pasar varias veces sobre una empinada montaña que le resultaba conocida. Así, aprovechando la luminosidad de la luna llena descubrieron la oscura entrada a una cueva, entre dos grandes rocas. Bajaron silenciosamente y se dispusieron a observar detrás de una de ellas. En eso estaban cuando escucharon una chillona voz que decía:

_ ¡Ya lo saben! Si la encuentran conviértanla en mil pedacitos…de mí nadie se escapa…ya verán…

_Quizás se accidentó en medio de ese terrible temporal _dijo otra voz desagradable.

_No se hable más del asunto: sólo recuerden que deben eliminarla, pues sabe demasiado. Y ahora, damos por terminada la reunión.

Casi inmediatamente, desde la entrada de la cueva emergió una hilera de siete oscuras, arrugadas y feas brujas montadas en sus escobas, que velozmente se perdieron en la inmensidad del firmamento.

Mechas Locas y doña Pepa no podían dejar de temblar a causa del miedo causado por lo que habían visto y oído.

Pasó un largo rato antes que pudieran reaccionar. Hasta se atrevieron a mirar un poco más adentro, donde divisaron un burbujeante caldero de tres patas hirviendo sobre unas enrojecidas piedras ardientes.

Enseguida, apresuradamente, emprendieron el regreso a casa. Esa noche habían vivido demasiadas emociones; mañana tendrían tiempo para conversar.

Al día siguiente, Doña Pepa despertó sobresaltada por el sonido de la sirena que anunciaba el mediodía.

_ ¡Dios, cuánto he dormido! _dijo, saliendo de la cama, y sólo ahí se dio cuenta que aún tenía puesta la vestimenta de bruja, y que Mechas Locas permanecía tirada sobre un diván.

_Ya has descansado suficiente, pero ahora es tarde para conversar; debo trabajar en mi huerto _dijo. La tomó y la dejó junto con las demás.

Luego de cenar, doña Pepa fue a buscar a Mechas Locas.

_He tenido bastante tiempo para pensar y se me ha ocurrido lo siguiente, dijo doña Pepa:

Necesitamos ahuyentarlas, llegar a infundirles tanto miedo, que lo único que deseen sea irse a vivir muy lejos de aquí.

Esa tarde, doña Pepa tuvo una brillante idea. Protegió sus manos con unos gruesos guantes y se dio a la tarea de levantar cada piedra junto a la cerca alrededor de su huerto, para ir guardando en un gran balde muchísimos oscuros y repelentes escorpiones, que no cesaban de moverse manteniendo levantados sus amenazantes apéndices. Dos recipientes logró completar y los dejó tapados con una gruesa tabla por varios días, para que se pusieran más hambrientos cada vez.

Así fue que, en cuanto hubo luna llena, ella y Mechas Locas se dispusieron a visitar la cueva donde se reunían las malévolas brujas, llevando consigo esa enorme cantidad de escorpiones para que se adentraran en el oscuro lugar y les inocularan veneno a tan desagradables personajes.

Esta vez el viaje resultó agotador. Tuvieron que volar trechos cortos y descansar muchas veces, a causa del peso que llevaban. Pero el sacrificio valía la pena y no les importó. En cuanto llegaron al lugar se apuraron en vaciar el contenido de los baldes en el interior de la cueva, junto a los asientos dispuestos ahí, y luego corrieron a esconderse y esperar la llegada de las brujas.

Sólo habían transcurrido unos minutos, cuando a toda velocidad arribaron montadas en sus mágicas escobas y se introdujeron al lugar.

Al cabo de media hora se oyó un alarido descomunal que les puso los pelos de punta.

_ ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!

Luego otro, y otro, y muchos más.

_ ¡Aaaayyyy! _ ¡Aaaayyyy! _ ¡Aaaayyyy! _ ¡Aaaayyyy! _ ¡Aaaayyyy! _ ¡Aaaayyyy!

Las desdentadas y siniestras figuras de las brujas fueron saliendo de la cueva afirmadas en sus escobas, sacudiendo sus ropas y masajeando desesperadas sus piernas , brazos y espaldas.

_ Pero ¡mira! _decía una _tengo el cuerpo repleto de asquerosos escorpiones que me muerden y entierran sus aguijones.

_ ¡Nosotras también! _replicaron las otras sin dejar de quejarse y contorsionarse.

_ ¡Si no huimos pronto, moriremos aquí! _dijo una.

Y otra agregó:

_ ¡Deberemos irnos muy, muy lejos!

_ ¡Vamos, sacúdanse ya! ¡Monten en sus escobas o moriremos aquí!

_ ¡Nos iremos al otro extremo del país! _dijo la más vieja y que parecía ser la jefa del grupo.

Ya montadas en sus escobas, continuaron sacudiendo sus ropas hasta sentir que habían caído todos los escorpiones. Luego desaparecieron tan rápido como llegaron.

Doña Pepa y Mechas Locas se abrazaron largamente y lloraron de felicidad.

Así fue como lograron ahuyentar a esas siete malévolas brujas.

De ahora en adelante, podrían viajar tranquilas y confiadas, por todo el sector.

Desde ese día entonces, doña Pepa, prepara canastillos con lechugas, papas, zapallos, zanahorias, frutas y flores, que, por las noches, junto a la generosa compañía de Mechas Locas, dejan como obsequios en las casas de las familias con más hijos, o en las más pobres, o en aquellas donde los padres están sin trabajo.

Doña Pepa continúa cultivando su huerto con más entusiasmo aún, pues sabe que con su trabajo ayuda a quienes más lo necesitan y ello colma de felicidad su corazón.

Los regalos son el comentario obligado para la gente del pueblo, pero nunca han podido descubrir de dónde provienen. Sólo agradecen a Dios la existencia de esa persona caritativa y generosa, que comparte lo que tiene y los ayuda a vivir mejor.

Fin

Doña Pepa y la escoba que no sabía barrer es uno de los cuentos infantiles de brujas de la escritora Sara Cartes Muñoz. Cuento infantil sugerido para niños a partir de ocho años.

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