En el reino donde vivían Dagoberto y Rigoberto apareció un día un bello elefante blanco. Nadie sabía cómo y de dónde venía, pero lo cierto es que allí estaba.
Muchos fueron los comentarios acerca de semejante aparición, no era usual que un elefante llegase así como así.
-¿De dónde vendrá?
-¿A quién se le habrá escapado?
-Hay que sacarlo de aquí ¡Hará destrozos en el reino!
-¡Qué imprudencia! ¿Quién habrá dejado ir a semejante animal?
Eran más los comentarios y quejas que las posibles soluciones para esa visita tan inesperada.
Nadie se preocupó por darle la bienvenida o por preguntarle algo aunque fuese difícil que el elefante pudiese responder.
Dagoberto y Rigoberto sí lo hicieron, se acercaron al elefante y con la bondad que los caracterizaba, le preguntaron qué hacía allí, si se había perdido y si podían ayudarle a regresar a su hogar.
No les sorprenderá si les digo que el elefante les contestó y les contó que había escapado de un circo donde lo obligaban a hacer cosas que no eran naturales ni para un elefante ni para ningún otro animal, que no quería volver, que estaba buscando un nuevo hogar donde vivir libre y feliz.
Los amigos no dudaron un segundo, ellos le darían a Roberto -así se llamaba el elefante- un nuevo hogar.
-Puedes quedarte aquí si lo deseas-dijo Dagoberto-pero debemos avisarle al dueño del circo.
-No quiero volver-dijo Roberto.
-Y no volverás-contestó Rigoberto-pero debemos avisarles, estarán buscándote. Deben saber que no quieres más esa vida.
-Me obligarán a volver-sollozó Roberto.
-Nadie puede obligarte a vivir en cautiverio y tampoco a hacer cosas que no son propias de un animal.-Dijo firme Dagoberto-déjalo en mis manos, yo hablaré con ellos.
-¿Podré quedarme con ustedes?-preguntó el elefante.
-Desde ya, si así lo deseas-contestó Roberto-un nuevo amigo siempre es bienvenido.
Dagoberto habló con el dueño del circo, quien se dio cuenta del error que estaba cometiendo al someter a distintos animales a esa vida y no solo se alegró por el nuevo hogar que había encontrado el elefante, sino que devolvió a su hábitat natural al resto.
Sin embargo, no todo resultó tan fácil. En el reino nadie estaba de acuerdo –excepto el rey-que un elefante viviese allí.
-Arruinará mis flores-decía una señora.
-El pasto que él pise no volverá a crecer-decía el jardinero.
-¡Un elefante no es animal para tener de mascota, es un peligro para todos!-gritaba la gente.
El pueblo empezó a rebelarse, a ver un peligro donde no lo había. ¿Por qué pensar que solo por su tamaño Roberto era peligroso? Nadie se preocupó en conocerlo, pensaban que solo por ser un animal de semejante tamaño y peso no podía estar en el reino y así se lo hicieron saber al rey.
El rey escuchó pacientemente cada una de las quejas, con él estaban Dagoberto y Rigoberto.
-Roberto no arruinará ninguna flor su majestad, se lo aseguramos-dijeron a coro Dagoberto y su gato.
-¿Y ustedes cómo pueden saberlo? –preguntaba la gente.
-¿Y si pisa a algún niño? ¿Y si sufrimos un accidente?-preguntaban otros.
-Además –intervino un anciano-¿qué podría hacer un elefante en el pueblo? ¿Podría ayudar en algo? ¿Podría hacer alguna otra cosa que no fuese pisar flores, plantaciones y césped?
-Por supuesto-contestó firme Dagoberto y se puso de pie.
El rey lo miraba confiado, Ribogerto algo intrigado, todo el pueblo con una gran curiosidad y Roberto muy nervioso.
-Roberto nos ayudará a regar cuando las lluvias no sean suficientes. Bañará con su trompa a los animales más pequeños, refrescará en verano a los niños. Nos ayudará a mantener más bellas las copas de los árboles.
Todos escuchaban atentos, mala idea no era, pero igual a nadie le convencía tener un elefante allí.
-Además-prosiguió-¿por qué medir a un ser por su tamaño? ¿Se es mejor o peor por ser pequeño o grande? No nos define cuánto pesamos, sino cómo somos y nuestras acciones.
Rigoberto, orgulloso de su amigo, continuó:
-¿Quién es más alto, es más bueno? ¿Quién es más liviano, es menos peligroso? Creo que deberían ocuparse en conocer antes de hablar. El verdadero peligro es juzgar y no tener el tamaño que tiene Roberto ¿no les parece?
El rey estaba feliz, una vez más escuchaba las sabias palabras que salían del corazón de Dagoberto y Rigoberto.
Todos bajaron la cabeza, sabían que los amigos tenían razón, que nadie debe juzgar a nadie por su apariencia, que habían obrado mal y no le habían dado a Roberto la oportunidad de darse a conocer, de que abriera su corazón porque le habían cerrado las puertas de los suyos.
Dagoberto y su gato no se equivocaron, porque cuando se obra con el corazón es imposible hacerlo.
Roberto vivió con ellos en el palacio, fue Regador Oficial de las Copas de los Árboles, título que el rey mismo le otorgó.
El elefante vivía feliz, en libertad y con el amor de sus amigos. Descubrió una nueva vida donde todos –ahora sí-lo amaban y respetaban tal y cómo era.
Pero no sólo Roberto fue más feliz, los habitantes del reino también porque aprendieron de su error. De ese modo y a partir de la llegada de Roberto, abrieron sus corazones a los recién llegados, pesaran lo que pesaran o tuviesen la apariencia que tuviesen.
Aprendieron que un buen corazón es lo único que se necesita para darle la bienvenida a quien llegue a nuestras vidas.
Fin
Todos los derechos reservados por Liana Castello.
Cuento infantil para reflexionar sugerido para niños a partir de nueve años.