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Por Beatriz Torrecilla Fernández. Cuentos con valores

Carlota y su mochila es un hermoso cuentos con muchas enseñanzas de valores de la escritora Beatriz Torrecilla Fernández. Cuentos infantiles con valores para aprender. Cuentos de niñas y animales.

Carlota y su mochila

Carlota y su mochila - Cuento con valores

Allí donde el humo de los coches no llega, la cobertura de los teléfonos brilla por su ausencia y la única luz que brilla es la del sol, es donde vive Carlota.

Hablo de otros tiempos en los que las personas estaban con personas y el calor lo daba el fuego y no una calefacción.

En una casita de madera en las afueras de un pueblito, Carlota vivía con sus padres y dos hermanos más pequeños.

En su cabeza tenía más pajaritos que en los montes que rodeaban al pueblo. Tenía suerte, aun iba a la escuela, pero claro, eso para ella era una desgracia, para colmo a las tardes tenía que ayudar a su madre con la ropa sucia, llevarla hasta el río, frotar y frotar y cuando terminaban, tenían que preparar la cena, que casi siempre era sopa o patatas y si había algo de suerte gallina o conejo, ¡qué vida tan aburrida!

Sus hermanos todo el día jugando sin ir al colegio, sin ayudar en casa, su padre volvía a casa a la noche, cuando incluso las estrellas dormían, y llegaba a casa con todo preparado, y claro, su madre tenía las mañanas libres (o eso pensaba Carlota).

Se fue sin avisar a nadie

Estaba muy enfadada, por lo que una noche que vio despejada, y en la que no hacía demasiado frío, se puso tres pares de calcetines, dos faldas, dos camisetas y su jersey favorito, también cogió su mochila, la vació de libros y como tampoco sabía de qué llenarla la cogió vacía, ya la llenaría de aventuras, seguro, y se fue, sin dejar nota, ni avisar a nadie.

Cuando ya estaba lejos del pueblo, se veía como una pequeña vela en medio de una sala inmensa. Ya estaba algo cansada, por lo que se puso debajo de un árbol a intentar dormir. Cuando casi estaba soñando, escuchó un ruido entre los matojos, asustada pegó un brinco. Cuando consiguió volver a los latidos normales por minuto, empezó a investigar, miró entre los matorrales y se rió de sí misma. Lo que había hecho el sonido era una pequeña tortuga, por lo que decidió volver debajo del árbol a dormir, pero casi cuando había cerrado los ojos escuchó:

-¡Oye tú! – Carlota se quedó sorprendida ¿era la tortuga la que hablaba? – ¡sí, tu!, ¿Qué haces aquí? ¡Este árbol es mío!

-¿Me hablas tú? ¿Una tortuga?

Y la tortuga indignada porque la niña no entendiera que una tortuga estuviera hablando… ni que fuera la primera, asintió.

– Pues pretendo dormir, me he ido de casa estaba enfadada con mis padres porque no me dejaban hacer lo que quería, y ¡quiero dormir!

-Ja ja ja – La tortuga se reía de Carlota. -¡Qué sabrás tú de lo que no es poder hacer lo que quieras, seguro que has dejado a tus padres muy tristes! ¡Te mereces un castigo, por eso y por ocupar mi cama!… Déjame, necesito pensar qué castigo mereces, duerme hoy tranquila, mañana te lo explicaré. ¡Ah! ¡Y procura no roncar!

Carlota no sabía si eso era un sueño o qué, pero necesitaba dormir, por lo que por fin consiguió hacerlo. Al día siguiente amaneció soleado, abrió los ojos y de repente… la dichosa tortuga, parecía que estaba esperando a que despertara, ¡qué pesada era!

-Ya tengo tu castigo, espero que con él puedas aprender esta lección. Te he dejado unas cuantas cosas en tu mochila, PALABRAS, sí palabras, a partir de ahora, y hasta que no aprendas a valorar lo que tienes, sólo dispondrás de las palabras que hay en tu mochila para hablar. Eso sí, tendrás que tener mucho cuidado y siempre elegir las palabras correctas para cada momento. No hay vuelta atrás, ahora sólo dedícate a aprender, y cuando aprendas, todo volverá a ser como antes, y entonces podrás hablar con tu voz.

Carlota intentó hablar, pero era cierto, ¡la voz no le salía, maldita tortuga! Estaba tan enfadada que se puso a correr, huyendo de ella, pero claro la tortuga con lo lenta que iba seguro que no la alcanzaba… Cuando se cansó de correr, paró al lado de un pequeño río, tenía mucha sed, bebió y de repente se dio cuenta de que tenía muchísima hambre. Miró alrededor y no había nada comestible, arboles sin fruto, nada para hacer fuego, y los peces del río… ¿Cómo iba a pescarlos?

-¡Hola! ¿Tú eres la niña que está castigada verdad? ¡Sí! ¡Lo eres!

No podía ser, un sapo que hablaba

No podía ser, un sapo que hablaba, y para colmo llevaba comida, unas ricas peras, y Carlota tenía tanta hambre, pero no podía hablar…

-Pobrecita, tiene cara de hambre, mira a ver qué te parece este trato… Como ves llevo peras, recién cogiditas, pero me ha costado mucho cogerlas, y claro, no te voy a dar las buenas. Por lo que te daré las que se han caído al suelo, y están feas y golpeadas, pero alimentar, alimentan y además estarán muy ricas.

Carlota abrió su mochila y volcó todas las palabras que había, había un ‘Sí gracias’, un ‘Si te ayudo a llevarlas a casa ¿me darás las buenas?’ O ‘No, yo sólo quiero la buenas’. Carlota eligió la tercera opción y se la dio al sapo.

-¿Con estas andamos eh? Si que tenía motivos la tortuga para castigarte, pues mira niña, por querer tanto, te vas a quedar sin nada, espero que te vaya muy bien y que en algún momento aprendas a valorar lo que tienes y ser agradecida.

En ese momento Carlota no podía hablar, pero sus tripas lo hacían por ella, y no hacían más que gruñir. Y qué iba a hacer ella, el sueño la invadía despierta, no podía gritar para que todos escucharan lo que sentía, lo enfadada que estaba, que eso no le gustaba, que ella merecía más, o quizás no, daba igual, no podía echarse atrás, si lo hacía sus padres se reirían de ella, se había ido y no había vuelta atrás.

Avanzó por el camino, hasta que la noche se apoderó del día, y las nubes ganaron la guerra a un cielo despejado. Y así, sin avisar, como hizo ella yéndose de casa, empezó una gran tormenta, hasta el cielo estaba enfadado con Carlota. Ella, corriendo se metió en una especie de cueva que había entre unos matorrales. Ea bien pequeñita, pero al menos estaría resguardada hasta que la tormenta pasara. ¡Cuánto ruido hacían los truenos! Carlota estaba asustadísima, quería gritar pero no tenía voz. Cuando de repente…

-¡Niña que no habla! ¿Quién te ha dado permiso para entrar en mi hogar?

¡Era una araña, le estaba hablando una araña!

-Pues aquí no vas a dormir gratis bonita, mira te ofrezco un plan a ver qué te parece, mira cómo ves tengo la cueva llena de telarañas viejas, hoy puedes dormir aquí, pero mañana tendrás que limpiar esto, que lo tengo un poco descuidado ¿te parece bien?

Carlota estaba desesperada. ¿Por qué tenía que pasarle esto a ella?. Abrió su mochila a ver qué opciones le daba. La volcó y salieron otras tres frases, ‘Si te lo agradecería un montón’, ‘Si pero sólo si tu también me ayudas a limpiar’ o ‘No, me voy de aquí, seguro que encuentro algo mejor’. Y Carlota eligió la tercera frase, aunque se lo tuvo que pensar, porque con la tormenta que había fuera… pero seguro que encontraba algo mejor.

Así que salió de esa cueva, en parte quería gritar, pero ¡maldita tortuga! ¡ya ni quejarse podía! Miró en su mochila a ver si había alguna palabra que le sirviera de ayuda, nada, estaba más vacía que su armario (que tenía muy poquita ropa).

Hacía muchísimo frío, dónde iba a pasar la noche, a cualquier lado que iría se encontraría algún animal dispuesto a darle guerra, por lo que se dedicó a andar por aquel monte, para así hacer algo de calor, cómo echaba de menos un abrazo de su madre… siempre le decía ‘Carlota, ahora toca el abrazo estrangulador, ese que casi te deja sin respiración, pero te hace sonreír’. Y si, siempre sonreía, siempre que su madre la tenía entre sus brazos. No podía hablar, pero las lágrimas salieron de sus ojos como río a punto de desbordarse. Cada lágrima le decía que tenía que volver, les echaba mucho de menos.

Ahí en medio del bosque, bajo una noche estrellada, miró a su alrededor. No conocía nada, nada le sonaba. Con su enfado, no se había fijado en qué dirección había avanzado, y ahora, no sabía volver. También echaba de menos los cuatro troncos de madera que su padre ponía a arder nada más llegar a casa. Si estaba el color del fuego y, nada más que con eso, ya podía sentir algo de calor en su cuerpo.

Caminando fue siguiendo el cauce del río

Estaba tan cansada que se quedó dormida al lado de una roca a la intemperie. Aquella noche estuvo soñando con cosas preciosas, cuando su madre le cantaba, cuando se inventaba mundos maravillosos e inexistentes con sus hermanos, cuando su padre le despertaba los domingos con un tazón de leche con muchísima miel, rica miel casera.

Los rayos de sol despertaron a Carlota. Estaba todavía titiritando del frío que había pasado por la noche. Miró al cielo, pero la luz del sol le molestaba, por lo que por instinto los cerró. Al volver a abrirlos, el sol estaba tapado por un burro, ¡por un burro! Ya era lo último que le faltaba por ver a Carlota, un viejo burro despeinado, cochino, con decenas de moscas alrededor.

-Hola pequeña Carlota, tengo entendido que has pasado mala noche, de hecho no sé qué pesadillas habrás tenido, pero tienes los mofletes rojos de haber llorado, incluso en sueños. No quiero ser malo contigo, se por lo que pasas, esta vez te pediré un favor, puedo llevarte a casa, pero te pido por favor que hagas que tu casa sea mi casa, que convenzas a tu familia para que me pueda quedar con ellos, me quedé sin familia por ser un burro gruñón.

Sí, acepto

Carlota ya no sabía si reír o llorar. Abrió su mochila, la volcó y sólo cayó una palabra: ‘Sí, acepto’ y optó por llorar. Abrazó la pata de aquel viejo burro como si el estar agarrada a él fuera necesario para respirar. Y como por arte de magia, sus lágrimas emitieron sonido. Y por lento que el viejo burro iba, a Carlota le parecía el más veloz de los caballos. Durante horas, que a Carlota le parecieron segundos, recorrieron bosque, atravesaron algún río, y al final, a lo lejos Carlota pudo ver su pueblito, con su casita. Ella y el burro poco a poco, el burro ya estaba cansado de caminar, fueron acercándose a la casa de Carlota.

En cuanto sus padres escucharon el trotar del viejo burro, salieron fuera a ver qué pasaba. Llevaban días sin dormir buscando a la niña. En cuanto la vieron, fueron corriendo hacia ella para darle un fuerte abrazo, no hicieron ni ver al burro, sólo a su pequeña. Carlota les contó todo lo que le había pasado, su familia no la creyó, animales que hablaban y ella sin voz… Pero bueno, no les importaba, la niña estaba bien. Aquella noche Carlota durmió tranquila, sin darse cuenta que había aprendido un montón de cosas en aquel viaje. Y además, se había traído un pequeño gran regalo y nuevo componente a la familia, el burro Charles.

Fin.

Carlota y su mochila. Lecturas para niños de primaria. Historias para aprender. Literatura infantil y juvenil, cuentos que no pasan de moda.

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