Por Cristina Mena. Cuentos con valores para niños y adolescentes.
En el trascurso de nuestra vida, suceden cosas maravillosas sin una razón aparente. "Al borde del mar" es la historia de un encuentro casual en un banco frente al mar. Dos personas entablan una conversación sobre la belleza del océano y el encanto que le aporta a la vida. Pronto, el diálogo se adentra en reflexiones sobre la importancia del cuidado y el amor hacia los demás. Un anciano, vestido con elegancia, elogia a la mujer sentada a su lado, pero su halago va más allá de lo superficial. Habla de un amor invisible pero real que ella posee en su vida.
La mujer se desconcierta, pero antes de despedirse, el anciano le pide un último favor: advertir a una madre distraída sobre el peligro al que su pequeña hija está expuesta.
A medida que la historia se desarrolla, revela una conexión profunda y trascendente, desafiando las expectativas del lector. En este cuento, se explora la soledad y la incomprensión que pueden experimentar las personas mayores, recordándonos la importancia de escuchar y comprender a los demás. Un homenaje a aquellos que pueden sentirse solos al final de sus vidas, esta historia invita a reflexionar sobre la empatía y la importancia de valorar cada encuentro casual como una oportunidad para marcar la diferencia en la vida de alguien.
Homenaje a un hombre trajeado...
"La incomprensión que padecen las personas en el ocaso de su vida, nos hace detenernos a pensar en un tipo de soledad dificil de apreciar pero que es real, nos educa para escuchar más y ser más comprensivos".
Cristina Mena
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Al borde del Mar
A veces, en el trancurso de nuestra vida nos suceden algunas cosas maravillosas, no sabemos precisar bien porqué suceden, tal vez no haya ningún motivo que nosotros debemos conocer, simplemente pasan.
He aquí una historia:
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- ¿Le importa si me siento aquí?
- No, para nada...
- Gracias.
Unos segundos de silencio...
- ¿Está bonito el mar hoy, verdad?
- Sí, muy bonito, la verdad es que es una bahía preciosa la que tenemos.
- Yo vengo muchas tardes a sentarme en este banco, se está tan bien aquí...
- Yo... es la primera vez que me siento aquí... necesitaba... ver el mar, está tan bonito... donde vivo no lo puedo ver y siempre lo echo en falta.
- Si uno no ve el mar... algo le falta, ¿verdad?
- Pues sí, es cierto, algo falta...
- Mire, ¿ve esa niña tan guapa que juega allí?
- ¿Quién? ¿aquella?... está muy cerca del borde, ¿no? se puede caer, habría que avisar a su madre, decirle algo...
- Eso mismo me digo yo, y parece que cada vez se acerca más, podría caerse y su madre no se enteraría, mírela, su madre es aquella, hablando con otras personas y dándole la espalda, como siempre...
- Es que con los niños hay que tener mucho cuidado... no paran quietos... son muy traviesos...
En ese momento la niña se sentó en el suelo, más separada del borde, a jugar.
- ¿Sabe? ¡Yo tengo tres nietos...! son muy guapos.
- Seguro que lo son...
- Sí, lo son, muy guapos.
Pausa de un tranquilo silencio... dos personas mirando el mar...
- Es usted una mujer bella...
- Ah, pues muchas gracias.
- Si tuviera menos años... ¡la conquistaba!
La mujer miró al hombre con simpatía; sentado en su banco mostraba unas sienes plateadas, ojos color miel, una infinita experiencia arrugada generosamente en su rostro, bien peinado, con un elegante traje color azul oscuro, corbata, camisa impecablemente marcada en cuello y puños, chaqueta a medida, atada en su botón central, zapatos lustrosos y una mirada suave que se parecía a esa bahía en calma... olía bien...
- Parece usted un buen hombre...
- Y lo soy...
- Lo dice muy convencido...
- Es que soy un buen hombre, eso cuando se sabe, hay que decirlo muy alto y sin dudarlo, hay que decirlo con claridad.
- Pues... la verdad es que tiene razón, si ya se sabe hay que decirlo en alto... claro que sí.
- Hay mucha gente que no puede decirlo...
- Sí, hay gente que no puede decirlo tan claro...
- Se ve que es usted una mujer con suerte...
- ¿Con suerte?
- Sí con suerte, tiene unas manos bonitas, no ha trabajado duro, tiene una sonrisa bonita, es feliz, tiene un pelo precioso, me recuerda usted a mi mujer, que en paz descanse. ¿tiene novio?
- (La mujer sonríe). Es usted todo un conquistador...
- No, solo me gustan las mujeres guapas ¿tiene novio?
- Algo así se podría decir, pero no tengo prisa...
- Claro, es lógico, es usted tan joven... diga que sí, no tenga prisa, solo disfrute de la vida... si yo tuviera menos años...
- Se conserva usted muy bien, las personas buenas siempre son bellas da igual la edad que tengan.
Los ojos del anciano miraron fijamente a la mujer y luego sin más el viejo hombre de aspecto trajeado sonrió y continuó mirando el mar.
- ¿Sabe? usted tiene en su vida alguien que le ama...
- Sí, muchas personas me quieren (dijo la mujer enfrentando su pensamiento y sus ojos al horizonte...)
- ¡No!, ¡no!, me he expresado mal... no me mal interprete... yo no me refiero a su pareja, yo me refiero a quien realmente le quiere...
La mujer le miró con sorpresa... apenas podía pronunciar palabra, solo le miraba, trataba de distinguir quién era, qué hacía allí, no entendía porque hablaba así, no lo conocía. Comenzó a sentir un escalofrío, algo le incomodaba, quería marcharse y... no sabía cómo despedirse sin molestarle, sin que notara que ya no quería hablar más... había empezado a tener ganas de llorar.
- Si mucha gente me quiere... yo también soy buena persona, bueno, se hace tarde, creo que voy a marcharme ya...
- Lo entiendo, soy un pobre y loco viejo con el que nadie quiere hablar...
- No, no es eso, no piense eso, es solo... que se me hace tarde, de veras y... pero... oiga, perdone... dígame, ¿por qué ha dicho eso? ¿de quién hablaba? ¿a quién se refería?
- Ah, no era nada... yo solo lo decía por ese que está lejos de usted, que no le habla...
- Ah, sí ya claro, bueno -dijo la mujer un poco indecisa, sin saber bien ni lo que estaba diciendo- ya le entiendo, -y tratando de no escuchar más añadió- bueno, pues encantada de conocerle, he de irme ya...
- Ah, perdone, soy un viejo torpe, siento haberle molestado, a veces digo las cosas sin pensar, todo el mundo me lo dice... he sido insensible ¿se ha molestado? -preguntó el hombre en tono calmado.
- No, no se preocupe, no es nada, es solo que... bueno nada, que ya he de marcharme... es tarde.
- Por favor, antes de irse ¿me hace un favor?
- Claro, sí, dígame, ¿qué necesita?
- Dígale a esa mujer que vigile a su niña, yo soy un viejo y mis piernas están torpes.... a mi no me haría ni caso, me pone nervioso verla... mírela otra vez en el borde, dígale que su niña se puede caer...
La mujer le miró entonces más detenidamente, en su rostro avejentado no se percibía ningún signo que no fuera de simple y serena sensatez...
- Sí, sí, claro, no se preocupe ahora mismo se lo digo... -respondió la mujer.
Dicho esto, se acercó a aquella señora y señalando a la niña le indicó que tuviera cuidado con ella porque podía resbalarse y caer al mar. La señora miró a la mujer, luego echó una leve mirada hacia el banco y después girándose le dio un pequeño grito a la pequeña para que acudiera a su lado, la niña, obediente, se alejó del borde y se acercó a su madre. La madre le dio entonces las gracias a la mujer y continuó hablando.
Aquella mujer se volvió entonces hacia el banco que ocupaba el anciano y al verle sentado con su traje impecable mirando complacido sintió pena y se acercó para despedirse correctamente de él.
- Ya se lo dije, no se preocupe, ¿vale? esté tranquilo... la niña ya está con su madre, bueno, pues encantada de...
- ¿Me deja decirle una cosa?, solo una... por favor... -le interrumpió el hombre en tono de súplica.
- Eh, sí, dígame, ¿qué es?
- Él le ama, él le ama, aunque usted no pueda verle, nunca ha dejado de quererla, no lo olvide nunca. Ah, y... -añadió el viejo como si se olvidara de algo importante-, otra cosa más: muchas gracias por ese favor y por darme estos minutos de charla... hoy me sentía muy solo... ya se sabe, con los viejos tontos como yo nadie habla.
La mujer le miró sorprendida y dedicándole una sentida sonrisa, emocionándose pero sin poder decirle nada se alejó del banco camino de su coche. Al abandonar el paseo, su corazón estaba en un puño, caminaba nerviosa, no podía pensar nada, estaba aturdida, solo tenía en su mente, en sus ojos, la mirada de ese hombre diciendo esas palabras.
Minutos después ya de camino a su casa al pasar de nuevo, dentro de su coche, por delante del paseo allí vió a ese viejo hombre de aspecto trajeado al que una niña pequeña, la misma que había estado jugando al borde del mar... le llevaba de la mano, junto a ellos aquella señora algo le iba diciendo al viejo hombre trajeado de azul...
Aquella mujer, entendiendo, sonrió y sin saber porqué, creyó en sus palabras.
Al llegar a su casa, contó a su madre lo que había vivido.
La madre escuchó atentamente su historia y mientras iba finalizando la mujer notó que sonreía y asentía. Al terminar simplemente le dijo:
- Ah, qué gracia, ¿ti también te ha pasado?, es un hombre muy mayor que está un poco loco... no sabía eso de que tuviera una nieta...
La hija se quedó sorprendida, y añadió:
- ¿A ti también te ha dicho que alguien te ama?
- Sí, al parecer lo dice siempre -dijo la madre muy tranquila.
- Pero... dime... ¿de quién habla?
- Habla de Dios.
Fin.
Al borde del Mar es un cuento de la escritora Cristina Mena © Todos los derechos reservados.
Sobre Cristina Mena Gómez
Cristina Mena Gómez es una escritora española, nacida en Santander. Licenciada en Filosofía y Letras, especializada en Historia Antigua, con premios de redacción, poesía y ortografía en etapas escolares. Algunos de sus cuentos se han leído en escuelas de Europa y América del Sur.
Con un amplio conocimiento y más de 25 años de experiencia en el arte gráfico, Cristina es experta en tratamiento gráfico online y offline. Ha participado en proyectos de investigación para mejora de herramientas de producción gráfica y en proyectos solidarios con la aportación de sus textos creativos, algunos de los cuales se encuentran publicados en EnCuentos.
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