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Por Patricia Davis Diosma. Cuentos con moraleja

El señor sapo es un cuento corto con moraleja de Patricia Davis Diosma para pensar, reflexionar y disfrutar con toda la familia.

El señor sapo

El Señor Sapo

Introducción

Me empecé a interesar por la poesía y los cuentos, después de haber leído «Juan Salvador Gaviota» y «El principito«, dos libros que me llenaron de magia y fuego interior.

Estaba por mis trece años, cuando tomé una vieja agenda de mi madre que tenía muchas hojas en blanco y comencé a escribir.

Me hallaba mirando por la ventana cómo corrían las gotas de lluvia, incesantes, persistentes, que inundaban todo el jardín y formaban lagunas pequeñas entre el verde del pasto, las que se llenaban de globitos de aire como pompas de jabón, y allí entonces me llegué a imaginar que estaba dentro de una película de dibujos animados donde el protagonista era un sapo que vivía en el jardín y disfrutaba de los días de lluvia.

Éste no era un sapo cualquiera.

Era un sapo sabio, que sacaba enseñanzas de lo que le sucedía y además quería dejar moralejas, como en las viejas fábulas.

El sapo era de aspecto rústico, no bello, pero sí muy simpático. Hasta lo llegué a dibujar…

Espero hoy con mi pluma ser fiel a mi recuerdo.

Comienzo, desarrollo y fin del cuento «El Señor Sapo»

Lo llamaban Señor Sapo, porque su porte era muy distinguido e imponía respeto ante los demás.

Su solemnidad cedía en los días de lluvia, donde se lo veía feliz chapoteando junto a sus amigos y hermanos dentro de los charcos que se formaban en los jardines de todo el pueblo.

Cada vez que llovía, bailaba innumerables danzas entre el agua y el lodo que se formaba. Terminaba junto a sus compañeros riendo cara a cara con la lluvia y a veces, de tan embarrados, solo se les podía ver los ojitos picarones y alegres. Agradecían al cielo esa bendición de la lluvia con cánticos y croando fuertemente.

Recorrían todos los jardines, y los días de sol se cubrían debajo de un gran piletón en una casa que se encontraba deshabitada desde muchos años atrás.

Solo salían de noche a perseguir insectos en los jardines.

Los momentos de lluvia eran esperados con gran afán.

Sus padres que eran mayores se movían muy poco y solamente se convertían en uno más, con la lluvia. Allí se aprestaban a divertirse.

Los batracios no viven tanto tiempo como los humanos, entonces disfrutan al máximo cuando pueden.

Un día, uno de los sapitos, que se creía mas listo que los otros, se hizo notar al paso de dos niños que regresaban de un colegio muy exclusivo de la zona y siempre hacían alarde ante los demás, de los juegos tecnológicos tan avanzados que poseían en su hogar y de lo bien que lo pasaban en medio de lujos y abundancia.

Se colocó bien al rayo de luz que asomaba entre el césped, para que ellos lo pudiesen apreciar.

Él pensaba que era muy inteligente y muy bello; que su destino debería ser mejor que el que tenían sus camaradas de travesuras.

Se sentía superior.

El niño al verlo asomar, le dijo a su hermana que este sapo tenía un muy bello colorido y que tenerlo y experimentarlo sería de gran diversión para ellos.

Era como vivir un documental pero en la realidad.

El único inconveniente eran sus padres que no gustaban de tener mascotas, ni ningún tipo de animal.

Entonces resolvieron los dos llevarlo oculto dentro de una caja de cartón.

Pasaron los días y los padres, hermanos y amigos del sapito se preocupaban y se ponían muy tristes porque nada sabían de él, ni de cómo se encontraba.

El Señor Sapo, salió a buscarlo por todos los rincones del pueblo y no lo pudo hallar.

Mientras tanto, el sapito se sentía despreocupado y nada extrañaba de su vida anterior.

Se acostumbró a jugar con los niños en la bañera cuando los padres de ellos no estaban en la casa, y se dijo a sí mismo, que eso sí, era vida para él.

Se sentía dichoso y estaba siempre impecable, limpito y con su piel brillante como jade.

Los niños se reían mucho con él y les encantaba escucharlo croar. Ya, el jugar con el barro, no era lo suyo ni le divertía.

Ahora era un sapito principesco.

No necesitaba ni siquiera cazar insectos porque los niños le proveían alimento de una casa especial.

Pensó que jamás volvería con sus parientes y amigos, y que era mejor así.

Después de todo, él se merecía una vida espectacular y distinta a la de esos sapos comunes.

Un día, los padres de los niños regresaron de sorpresa de sus negocios, en un horario no habitual y lo descubrieron en la habitación.

Inmediatamente, le ordenaron a sus hijos que se deshagan de él, o de lo contrario lo harían ellos.

Los niños con temor, se lo llevaron y lo colocaron en una alcantarilla. Lo asustaron para que se vaya por allí.

El sapito fue llevado por la corriente de la alcantarilla que conducía al desagüe de un río desconocido por él.

Trataba de sobrevivir y casi se ahogaba entre la basura y la presión que ejercía el agua.

Trató de asirse de latas de bebidas gaseosas, pero no pudo y así ya se estaba entregando a su destino final.

El Señor Sapo, que era muy astuto, estando en la búsqueda del sapito perdido observó la maniobra que realizaron los niños y se dio cuenta de todo. Pensó cómo haría para rescatarlo.

Para él no había nada más importante que la unión entre sus pares.

Como era el hermano mayor, conocía desde mucho tiempo atrás el recorrido de las alcantarillas. Debía poner una traba en el camino del agua y así poder ayudar al sapito a contenerse en ella y que pudiese ser rescatado por él.

Entonces, adelantándose al trayecto de la corriente, colocó una rama de árbol que hizo entrar por las hendijas de la alcantarilla que se encontraba próxima al desagüe.

Con ello, logró que el sapito se encontrara protegido y pudiese sostenerse para salir a la superficie.

Con su ayuda lo llegó a hacer.

Una vez afuera de esta odisea, el sapito se puso a llorar y se sintió avergonzado de haber sido tan vanidoso y haberse dejado deslumbrar por lo material, olvidándose de quienes lo amaban desinteresádamente.

Viendo esto, entonces los dos, se pudieron dar un gran abrazo de «patas de rana»…

¡Un abrazo muy esperado de hermanos!

Así, se fueron croando, felices de haber recuperado ese afecto que nunca debió perderse.

Porque el amor de los seres que nos quieren bien, nunca se da por vencido…

Lucha atravesando dificultades, solo para tener la recompensa de un abrazo y para hacer saber que siempre… siempre cuando ambos lo necesiten, se van a poder tomar muy fuerte de las manos…

Fin.

«El Señor Sapo» de Diosma Patricia Davis.

Mensaje del cuento

La moraleja de este sencillo cuento, es que no sirve deslumbrarse por cosas vanas y pasajeras.
Lo más importante es el afecto de verdad, el amor genuino; aquél que nos dan las personas que nos quieren con sinceridad y desprendimiento y hay que saber valorarlo, para no olvidarnos nunca de quienes somos en realidad.

Espero que les haya agradado este corto cuento de mis primeros escritos.
Siempre me gustó dejar un pensamiento que pudiese hacer bien a quien lo lee.
Gracias.

Diosma Patricia Davis
Copyright 2015. Argentina.
Todos los derechos reservados.

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