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Milagro Leiva Gallardo. Escritores de cuentos. Historias de pintores.

leiva gallardo

Una blanca casita de adobe, álamos, un camino de tierra, la cordillera al fondo y allá lejos un jinete en su cabalgadura.
Y un cielo azul con nubes casi transparentes.

La mayoria de nosotros hemos dibujado esta escena cuando niños. Y también pintores profesionales lo han hecho con mayor destreza.

En el solemne comedor de mi casa en Santiago ede Chile, hace miles de años, colgaba un cuadro al óleo con estos
elementos. Yo me asombraba cada vez que metía la cuchara con sopa a la boca y elevaba mis ojos con humildad
Había una firma abajo a la derecha: Leiva Gallardo.
hacia la alucinate pintura. Había una firma abajo a la derecha: Leiva Gallardo.

Leiva Gallardo…

Nunca supe dé él, ni si era un afamado pintor chileno o un desconocido que hacias obras de arte en algun garage
prestado, en algún pueblecito fantasma de Chile.

Ese cuadro maravilloso cuelga ahora aquí en mi dormitorio en Valby, Copenhague. Me lo regaló mi madre
en visperas de mi partida a Europa.

Ha colgado en decenas de viviendas en España, Italia, Alemania y aqui en Dinamarca. Lugares donde yo he vivido, tales como sótanos
oscurísimos iluminados con una sola velita y arañas nobles en los rincones húmedos de Barcelona. Desvanes llenos de luz invernal
y ventanillas sin vidrio en Laponia por las cuales entraban a visitarme los mismos vientos formidables que soplan en la Antártica.
Una habitación lujosa en un castillo en el somnoliento verano del sur de Francia.

Siempre ahí, en la muralla central de mis habitaciones, ha colgado el LEIVA GALLARDO mi alma!

Y ahora en la que espero sea mi penúltima morada, cuelga el para mi ya sagrado cuadro y solo se descolgará cuando
muera.

Este cuadro es inmortal.

Pasará tal vez a manos de mis hijas o irá a parar en una tienda de cachureos en el Puerto Viejo de la capital del
Reino danés.

Pero Leiva, quien fuiste tu?

Y donde está el milagro, preguntaran ustedes con impaciencia. Anoche soñé que estaba afirmado contra una de
las paredes blanqueadas con cal de la casita de adobe. No habia brisa y el sol de septiembre Chileno me regalaba un calor
tibiecito en el cuerpo.

Un jinete avanzaba lentamente hacia mi y cuando se detuvo me dijo «Buenos dias caballero, Leiva Gallardo
para sevirle» y me tendió una mano vieja y seca como la corteza de los álamos.

Descendió del caballo y desde su morral sacó colores, paletas, pinceles, un atril y una tela blanquita y fresca.

Y se puso a pintar el paisaje -una casita de adobe, álamos, un camino de tierra, la cordillera al fondo, un jinete a la distancia
y un cielo azul con nubes volátiles…-

Cuando terminó me entregó el cuadro, guardó minuciosamente sus utencilios, montó, me hizo una señita con la mano y se fue tan lentamente
como había llegado.

Ahora aqui en mi dormitorio, ya despierto, tengo dos cuadros idénticos y autenticos de Leiva Gallardo.

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