Había una vez una princesa muy hermosa pero increíblemente egoísta. Vivía en un lujoso castillo y poseía todo lo que deseaba, sin preocuparse por los demás. Un día, un mendigo llegó al castillo pidiendo ayuda. La princesa, sin mostrar compasión, lo rechazó cruelmente. Poco después, la princesa se enfermó gravemente. Ningún médico podía curarla. El mendigo reapareció y, con su sabiduría y bondad, sanó a la princesa. Agradecida y transformada, la princesa egoista aprendió el valor de la humildad y la generosidad, convirtiéndose en una reina justa y compasiva.
La princesa egoísta
Había una vez un rey que tenía una hija bellísima, pero era muy egoísta y vanidosa. No le gustaba compartir nada de lo que tenía y trataba a todos con desdén y altanería. Aunque muchos príncipes venían a pedir su mano, los rechazaba cruelmente, burlándose de ellos.
Un día, mientras paseaba por el jardín del castillo, una anciana se acercó a ella. La anciana, con ropas humildes y rostro amable, le pidió un poco de pan, pues estaba muy hambrienta. La princesa, con una risa despectiva, le dijo:
—¿Acaso parezco panadera? ¡Vete de aquí, vieja!
La anciana, con una mirada penetrante, le respondió:
—Princesa, tu corazón es tan duro como una roca. Te doy una advertencia: si no cambias tu forma de ser, conocerás la verdadera soledad.
La princesa solo se rió y se alejó, sin darle mayor importancia a las palabras de la anciana. Al día siguiente, al despertar, la princesa se dio cuenta de que algo extraño había ocurrido. Al tocar su cama, esta se convirtió en piedra. Sobresaltada, se levantó y notó que todo lo que tocaba se volvía piedra: sus juguetes, sus joyas, e incluso las flores del jardín.
Asustada, corrió a sus padres y les contó lo sucedido. El rey, preocupado, mandó a llamar a los sabios del reino, pero ninguno pudo deshacer el hechizo. La princesa, desesperada, recordó a la anciana y salió a buscarla, esperando encontrar una solución.
Después de una larga búsqueda, la encontró en el mismo lugar donde la había visto la primera vez. La princesa, con lágrimas en los ojos, le suplicó:
—Por favor, ayúdame. Todo lo que toco se convierte en piedra. Haré lo que sea para deshacer este hechizo.
La anciana, con voz suave, le dijo:
—Para romper el hechizo, debes demostrar que has cambiado tu corazón. Debes aprender a compartir y ser generosa con los demás.
La princesa, dispuesta a todo, regresó al castillo y comenzó a cambiar su actitud. Empezó a dar comida a los hambrientos, ropa a los necesitados y sus juguetes a los niños del pueblo. Poco a poco, su corazón se fue ablandando y, con el tiempo, las cosas que habían sido convertidas en piedra volvieron a su estado normal.
La princesa se convirtió en una persona amable y generosa, y su belleza exterior fue igualada por la bondad de su corazón. A partir de entonces, el reino prosperó, pues su ejemplo inspiró a todos a ser más solidarios y compasivos.
Y así, la princesa egoísta se convirtió en una reina amada y respetada por todos, viviendo una vida plena y feliz.
Fin.
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