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Esa primera impresión, la oportunidad de un buen comienzo

Sin dudas es un momento difícil para el cual ningún padre está preparado: el momento en que un médico se acerca y le da la noticia que su hijo o hija sufre de cáncer.

Es ahí, cuando se concreta el diagnóstico, cuando la mayoría de los padres dudan de las palabras que están escuchando, se enojan, no entienden, incluso hasta no quieren escuchar. Frecuentemente, se extrañan ante la posibilidad de que su hijo tenga cáncer porque no tienen aspecto de estar enfermos.

En estos casos, en que los miedos y sentimientos encontrados afloran, es necesario que los adultos se den un tiempo para procesar la información recibida. No sentirse mal por preguntarle al médico sobre todas las cuestiones que sean necesarias (aunque sea más de una vez), pues los profesionales saben que cada persona es diferente y necesita tiempo para aceptar lo que está pasando.

En los primeros momentos del tratamiento los padres tienen múltiples responsabilidades a la vez: decidir y hablar con los médicos, cuidar al niño enfermo, informar a la familia, vecinos y seres queridos lo que está ocurriendo. Un buen recurso para afrontar la situación de la mejor manera posible es mantener contacto con otras familias que hayan o estén pasando por la misma experiencia.

Muchas veces, hay que tomar decisiones difíciles y el poder compartirlas con otras personas ayuda a los padres a sentir alivio al ver que no están solos. El intercambio permite entender que, a pesar de todo, la vida continúa y que los niños poseen gran poder de adaptación, vitalidad y ganas de salir adelante.

Una pregunta frecuente que se enfrenta cualquier padre al inicio del tratamiento es cómo contarle al niño lo que está pasando y, también, al resto de la familia. Debido a que el diagnóstico ocurre habitualmente en edades muy tempranas, la forma en que los niños atraviesan la situación depende en gran medida de cómo los papás y los adultos significativos los acompañen.

La primera recomendación es no mentirles a los chicos acerca de la enfermedad y el tratamiento. A pesar de la angustia y de no estar preparados para la situación, como adultos, debemos despertar en ellos la confianza suficiente para poder serles útiles como sostén cuando nos necesitan, y esto no se logra con mentiras. Conocer la verdad permite prepararse mejor para enfrentarla.

Recursos para acompañarlos

Los pequeños tienen distintas capacidades afectivas y cognitivas dependiendo de la edad y del momento evolutivo que estén atravesando. Las preguntas que un chico hace a los 4 años no son las mismas que realiza uno de 9 o 13, por eso las respuestas tampoco pueden ser las mismas. Es normal y esperable que ellos vuelvan una y otra vez sobre el mismo tema. Esto se debe a que, a medida que crecen, se hacen nuevas preguntas y también al poder elaborativo de la repetición: es necesario repetir una y otra vez lo vivido, hablar una y otra vez sobre un tema, escuchar una y otra vez el mismo cuento.

También sabemos que existen cosas de las que, como padres, tenemos que cuidarlos y no podemos contarles. Los niños están en proceso de desarrollo y un padre nunca debe olvidar la función de sostén que cumple. Cada circunstancia, cada etapa de la enfermedad y del tratamiento plantea distintos problemas, pero hay ciertos temas que se les plantean a los adultos que solo serán inquietudes de los niños más adelante.

Por ejemplo, es raro que un niño pregunte si la enfermedad puede volver. Por otro lado, los padres no siempre están preparados para hablar o contestar sobre ciertas cuestiones porque esto los angustia, se emocionan o están desprevenidos. En estos casos, nunca se deben ignorar las preguntas ni cerrar la posibilidad de hablar. Hay que explicarle al chico que hablarán tranquilos en otro lugar o momento (por ejemplo, en casa, más cómodos) y retomar la conversación cuando se uno sienta preparado.

Los distintos tratamientos condicionan en forma diferente a los niños y a sus familias, pero es indudable que, siempre que un chico enferma, toda la familia se ve afectada. Cambian las rutinas, hay preocupación y hasta hay que ocuparse de los trámites del tratamiento que a veces demandan mucho tiempo. En algunos casos, uno de los padres debe dejar de trabajar y hay necesidades económicas que resolver.

En la vorágine de preocupaciones, un tema no menor es cómo tratar el tema con los hermanos sanos. Muchas veces no se dispone de tiempo y energía para sentarse con ellos para conversar sobre la enfermedad y el tratamiento. Sin embargo, esto nunca debe dejar de hacerse y, si es necesario, se puede delegar en otro adulto significativo el rol de tomarse el tiempo para informar adecuadamente a los hermanos.

También para ellos, como para el niño enfermo, es importante sentir que se puede conversar del tema y que pueden hacerlo en el momento que necesiten. Todas estas acciones hacen que tanto el niño como la familia comiencen el tratamiento con una disposición y una fuerza adecuada para intentar atravesar la enfermedad de la mejor manera posible.

Por Teresa Méndez, Responsable Área Psicosocial Fundación Flexer www.fundacionflexer.org

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