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El árbol de mango, por Luis Antonio Rincón García

El árbol de mango, por Luis Antonio Rincón García.

Cuentos cortos de árboles.

Mi abuelito es carpintero; con sus manos construye muebles, sillas, mesas y roperos que le encargan los adultos, y con los pedazos de madera que le sobran, en las tardes se pone a fabricar carritos, muñecos, casitas y caballitos para los niños.

Yo vivo cerca de un río, y todas las tardes mi abuelito me lleva ahí para enseñarme a nadar, para jugar a las escondidas o para que me suba a los árboles. A veces él se sube a los árboles conmigo, entonces me enseña los nidos de las aves y a reconocer el canto de los distintos pájaros. También me enseña a bajar con la mano la fruta que nos regala la naturaleza; mi abuelito dice que no debemos tirar la fruta con piedras, por que los árboles sufren cuando los golpean.

Antes tenía mi árbol preferido. Era un árbol de mango que no había crecido mucho, y todas las tardes me subía a jugar con él. En la temporada que tenía fruta, con la mano tomaba cuatro mangos que llevaba a mi casa para compartir con mis papás y mi hermanito.

Uno noche llovió muy fuerte, tan fuerte tan fuerte, que el árbol de mango se cayó. Cuando lo vi me sentí muy triste, y me puse a llorar. Mi abuelito me limpió las lágrimas, y me dijo que no llorara, por que de ese árbol íbamos a aprender muchas cosas, y además, si actuábamos con inteligencia, muy pronto tendríamos muchos árboles de mango.

Ese día nos llevamos una rama, y al día siguiente mi abuelito ya había fabricado con ella un pajarito como los que vivían en el árbol. Con otras ramas me enseñó a construir una casita para muñecas que le regalamos a mis primas, y después con trozos del tronco, hicimos borreguitos, pollos, trompos, palomas, baleros, un carrusel y un asiento de columpio, que mi abuelo colgó con cuerdas de otro árbol para que jugáramos todos sus nietos.

Una tarde que llegué de la escuela, mi abuelito me estaba esperando con una sorpresa. Sin decirme nada, había cultivado varias semillas de mango en unas bolsas negras con tierra, esas semillas crecieron, y ahora teníamos unas hermosas plantitas con largas hojas verdes. Ese día fuimos con toda mi familia al río, para plantar a los hijitos del árbol de mango que la lluvia había tirado.

Ahora el río se ve muy bonito, con muchas plantas de mango, que como yo, van creciendo poco a poco.

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